Cuando admitamos que existen más de dos sexos
empezaremos a percibir los infinitos matices de la realidad que nos rodea.
Si yo le digo que Roberto
disfruta comiendo carne asada con abundante esencia de menta, quizá usted
esboce una sonrisa; si le digo que Roberto baila muy bien el tango, quizá no
haga ningún gesto, pero si le agrego que se gana la vida haciendo exhibiciones
de baile en pareja con su hermano, quizá usted sienta un latido cardíaco extra.
Si ahora le agregara que, en su vida íntima,
con su esposa acostumbran... usted quizá imagine algunas prácticas
perversas, exóticas, anómalas, mentalmente insanas y moralmente reprobables.
Desde hace algunos siglos
estamos sometidos a un funcionamiento mental binario, polar, de dos elementos:
lo bueno y lo malo, lo lindo y lo feo, lo saludable y lo no saludable.
Aunque podría pensarse que
esta forma tan rígida de intelectualizar la realidad se la debemos a René
Descartes, quien nos hizo creer que somos la suma de cuerpo y alma, sugiero
pensar que la causa es anterior y mucho más importante: me refiero a la
dualidad hombre-mujer.
Admito que suena exagerado,
pero nuestra cabeza tiende a pensar que todas las cosas pueden agruparse en
solo dos polos, opciones, categorías. Esta drástica limitante a nuestra
capacidad de juicio y valoración está provocada porque creemos que solo existen
dos sexos. Digo más: creemos que solo deben existir dos sexos y ninguno más.
A medida que la humanidad
crece y se desarrolla vamos comprendiendo que existen varios sexos. Por
ahora es posible hablar de: hombre, mujer, transexual, transgénero,
travesti, intersexual y queer.
Además de este hecho concreto,
me interesa resaltar la siguiente hipótesis: si admitiéramos la existencia de
varios sexos empezaríamos a percibir la inmensidad de matices que tiene la
realidad que nos rodea.
(Este es el Artículo Nº 2.116)
●●●
No hay comentarios.:
Publicar un comentario