La monogamia obligatoria les asegura, a la madre
dominante y a su nuera también sometida, un varón psicológicamente castrado.
Nadie, (y mucho menos una
mujer), sabe qué es una mujer. El deseo que las mueve es desconocido.
Como esto es angustiante, una
mayoría sale corriendo a buscar simplificaciones que tapen el vertiginoso
agujero de la incertidumbre. El tapón
clásico a esta pregunta es: Una mujer es una madre.
Esta respuesta puede servir
por un tiempo. Cuando el hijo comienza a tener vida propia la mujer vuelve a
ser alguien que no sabe lo que quiere. Como ninguna sabe lo que quiere,
entonces es posible afirmar que no se la puede conocer...y mucho menos otra
mujer.
Una mujer mentalmente sana
acepta estas incomodidades. Entra y sale de la etapa maternal sin generar una
conmoción en su entorno, pero cuando esta mujer no es tan mentalmente sana
comienza a generarse una turbulencia (social, familiar) en su entorno, que parece
muy natural hasta que ella desaparece y los que quedan perciben que hay más
tranquilidad que antes.
En agricultura, quien tiene
las semillas subordina a quien tiene la tierra. Debido a la actual manipulación
genética, los terratenientes dependen de los laboratorios.
Paralelamente, gobernar al
semental es gobernar a las mujeres.
El hijo varón de una madre
dominante (es decir, mentalmente no muy sana), seguramente será educado con
gran rigor y funcionará como un obediente esclavo porque ella administrará su
existencia hasta que la muerte los separe.
Claro que la prohibición del
incesto le causará una cierta dificultad a esta propietaria del hijo varón. La madre tendrá que encontrar la manera
de que alguna mujer, preferentemente elegida por ella, se convierta en la
esposa del varón.
La monogamia obligatoria
asegura a la madre dominante y a la esposa un varón sumiso, psicológicamente
castrado.
(Este es el Artículo Nº 2.103)
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