domingo, 15 de diciembre de 2013

‘Lo hice menstruar’


Mariana amaba profundamente al escritor, pero este solo dormía con ella cuando Ada estaba menstruando.

Esto solo era conocido por Ada. Mariana pensaba que la actitud del hombre obedecía a ciertas oscuras causas que solo ella podía imaginar y fundamentar.

Ada se enojaba con facilidad, odiaba a su menstruación y también al hombre que, con cruel desparpajo, la predisponía contra la puesta a punto de un útero que, muy probablemente, nunca anidaría a un hijo.

El encanto de Mariana era post-coito. Cuando comenzaba el ritual de fumar mirando el techo y evocar los malos pensamientos que tenían cuando se lo imaginaba con Ada u otras, él la escuchaba con pervertido regocijo.

Por la intensidad de los malévolos pensamientos, él la comparaba con el director de cine Quentin Tarantino, pero nunca pudo integrar los perfiles psicológicos que ella imaginaba a los personajes que él podía dominar en sus novelas.

Ada era una gran consumidora de televisión. Gravaba los programas de chimentos para estudiarlos cuando menstruaba.

Ella nunca supo qué es la pobreza. Vivía en un barrio de gente rica en una casa de gente rica.

Los días que se reunía con el escritor les concedía asueto a las tres empleadas.

Cuando recién se conocieron ella lo deseó con fuerte pasión y él se dejó desear.

En poco tiempo pudieron sincerarse y practicar lo que más les gustaba: comer y emborracharse, decir groserías, hacer el amor sin bañarse y otras prácticas mejor ubicadas en algún círculo del infierno.

Sin embargo, este señor de gustos tan grotescos no podía soportar que su amante menstruara y corría a tener sexo con alguien a quien le habían extirpado el útero.

Ada se enfurecía y profería insultos a gritos. Mariana, ante la conducta esquiva del hombre, perdía algo de su precaria estabilidad emocional. Mientras fumaba imaginando situaciones casi diabólicas, el cigarrillo temblaba. Él interpretaba los ocasionales desatinos de su discurso como incursiones surrealistas en la mente de una artista en estado latente.

Cierta noche fue especial. Mariana preparó una cena deliciosa y vistió la cama con sábanas de seda blanca. Él se sintió inquieto aunque complacido por el espontáneo agasajo.

En la noche, Mariana le cortó el cuello con una navaja que Ada le había regalado. Absorta con el espectáculo, la mujer quedó hipnotizada por el charco de sangre que se inflamaba sobre las sábanas brillantes.

Los psiquíatras forenses no obtuvieron respuestas al interrogatorio. Con voz casi inaudible, Mariana repetía: “Lo hice menstruar”.

(Este es el Artículo Nº 2.111)


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