Las parejas enamoradas son infantiles hasta que «el más cruel de los dos» propone dejar de jugar para comportarse como adultos.
Aunque reconozco que es una obviedad, comienzo
diciendo que algunos padres son maternales y que algunas madres son paternales.
Cortando
muy grueso, los padres que se interesan por sus hijos
son maternales y las madres con poca paciencia para soportar la hiperactividad
infantil, son paternales.
Si la humanidad supiera lo suficiente del ser
humano podríamos describir minuciosamente, aunque en muchos tomos, cómo somos
los varones y como son las mujeres, pero para que eso ocurra faltan algunos
siglos.
Por ahora seguimos elaborando hipótesis porque
el método de «ensayo y
error» está de moda hace milenios.
Las mujeres
opinan sobre las mujeres con relativo acierto, los varones opinan sobre los
varones con relativo acierto, pero cuando opinamos sobre el sexo opuesto,
seguimos opinando sobre el propio sexo aunque agregándole alguna variante
propia de los rasgos más superficiales del otro.
Si no
avanzamos más rápido en el conocimiento del sexo opuesto al propio es porque
hasta cierto punto aprovechamos las discusiones para darle satisfacción a
intereses inconfesables.
Con
«inconfesables» me estoy refiriendo a que el amor no es lo que estamos
obligados a decir que es.
Estamos
obligados a decir que el amor es un sentimiento sublime, imposible en seres de
carne y hueso, inaccesible para mamíferos mortales.
Estamos
obligados a decir que el amor es éxtasis, pasión, entrega total e
incondicional, pérdida de la realidad, idealización.
Cuando este
delirio neurótico comienza a resquebrajarse ante los golpes de la impertinente
realidad, surgen los conflictos entre ella y él, acusándose de que el otro
provocó el deterioro de la fantasía, recriminándole por haber iniciado las
maniobras de aterrizaje en la realidad material, porque abandonó la infancia,
porque se aburrió de jugar.
(Este es el Artículo Nº 1.705)
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13 comentarios:
Me gusta mucho como está escrito este artículo. Es muy claro y tiene unos toques de ironía que lo hacen sumamente atractivo. Ahora, opinar sobre lo que usted dice, me resulta difícil. Con qué temas se mete Licenciado!.
No sé si somos sexos opuestos, me inclinaría a decir que somos complementarios.
Estoy de acuerdo en que las mujeres sabemos más de las mujeres y viceversa. Eso es bastante fácil de deducir y de observar. A pesar de eso seguimos creyéndonos dueños de la verdad cuando opinamos sobre el otro sexo. Nos cuesta acercarnos a percibir el lugar del otro porque no lo hemos experimentado. Más allá de que hombres y mujeres tengamos características femeninas y masculinas, eso no nos alcanza para comprender el lugar, el rol, los intereses, de las personas del otro sexo.
El amor no es éxtasis, pasión y entrega incondicional, pero todo esto está presente de manera fluctuante.
Lo que estamos obligados a decir del amor es lo que nos gustaría recibir cuando somos amados.
La infancia nunca se abandona del todo.
Las parejas que no superan la etapa del enamoramiento, caen en una desilusión y frustración muy grandes. Entonces se ponen a buscar en un amante lo que ya no encuentran en su pareja. Y recomienzan el mismo círculo vicioso.
Mi experiencia me ayudó a comprender que conocer a otra persona pasa por conocerse a uno mismo. Tanto lo uno como lo otro valen la pena.
El amor de Dios es inaccesible para el ser humano. El amor de Dios es la idea que tenemos de un amor perfecto. Es un concepto, un ideal hacia el cual encaminarnos.
La pérdida de la realidad y la idealización no forman parte de lo que yo considero amor.
La idea del amor de Dios que plantea Evangelina es cultural. No creo que por eso sea inválida. Pienso que forma parte de los más profundos deseos humanos, nacidos de la relación madre-hijo.
El amor de pareja es bien distinto al amor madre-hijo. De todos modos ese es el modelo de amor que tenemos. No podemos escaparnos de él, lo que podemos hacer es adecuarlo a la realidad de dos personas adultas, que se vinculan como pares y que tienen sus limitaciones. Las madres también las tenemos, sólo que el niño pequeño, cuando se siente satisfecho y seguro, no las percibe.
El niño, según algunas corrientes psicoanalíticas pasa por dos posiciones: la esquizo-paranoide y la depresiva. Durante la primera la madre buena está escindida de la madre mala. Durante la segunda ambas se van incorporando en una misma imago.
Lo que quiero decir es que desde pequeños comenzamos a renunciar al amor idealizado.
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