Aunque aplaudimos a quienes ejercen la autocrítica, debemos reconocer que así reciben el trato más benigno, parcial y condescendiente.
Aunque no lo tenía previsto tendré que
remitirme nuevamente a un artículo que refiere a unos comensales que padecían
hambre porque las cucharas disponibles eran demasiado largas (1).
En el cuento se dice que lo inadecuado de los
utensilios puede resolverse si los comensales se dan comida unos a otros en vez
que intentar inútilmente valerse por sí solos.
Necesito remitirme nuevamente al relato pero
para señalar algo que refiere a la tan reclamada autocrítica.
Nos enseñan una y otra vez que los buenos
ciudadanos deben ser capaces de reconocer sus propios errores y sus propias
limitaciones.
En este sentido, es normal que felicitemos a
quienes son capaces de criticarse, pero hay otro punto de vista que también
puede interesarnos.
No podemos confiar demasiado a esos «buenos ciudadanos autocríticos» por
aquella frase que dice «no hay mejor defensa que un buen ataque».
Por esta
lógica de tomar la iniciativa, de cambiar el rol de receptor pasivo de
opiniones, consejos, recomendaciones, al rol de quienes se adelantan a todos
para decir «yo soy falible», «me equivoqué y lo reconozco», «¡qué grave
descuido he tenido! En el futuro tendré más cuidado».
Si
vinculamos la actitud de quien practica la autocrítica con la historia de las
cucharas con mango largo, podemos decir que los exigentes consigo mismos toman
la iniciativa porque saben que la autocrítica es la forma de que los errores
propios sean juzgados con la mayor benevolencia, parcialidad y tolerancia.
En vez de
aplaudir a quienes se rasgan las vestiduras autocriticándose con la mayor
parcialidad que les conviene, quizá tengan mayores méritos aquellos que se
dejan criticar por los demás, como si se dejaran alimentar por otros con
cucharas de mango largo.
(Este es el Artículo Nº 1.726)
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8 comentarios:
Otra vez me parece muy bueno el ejemplo de las cucharas. La crítica nos alimenta. Escuchando los puntos de vista de otros, sobre lo que califican como mal hecho, es decir, eso que uno hizo mal sin darse cuenta, o dándose cuenta, nos sirve para pensarnos.
La autocrítica tiene la limitación que ud. menciona. Es subjetiva, es a partir de nuestra propia mirada.
No perdamos de vista algo importante que aparece dicho en el artículo: a veces la autocrítica sólo abarca lo que me conviene. Hago ver a los demás en qué estuve mal, pero no soy muy completo. Algunos datos me los guardo, porque supongo que no es inteligente admitirlos. Puede que no sea inteligente, pero de todos modos no me parece una actitud honrosa.
Para ser honesta debo decir que muchas veces me hago la autocrítica frente a quienes están enfadados conmigo, para disminuir el ataque que supongo recibiré. Esa táctica, que no la utilizo en forma del todo consciente, no es demasiado conveniente. El otro se queda embuchado, enojado con lo que no pudo decir porque uno ya se disculpó. Es mejor, me parece, permitir que los otros nos digan lo que quieran, así le darán trámite a su enojo. Me parece algo bueno escuchar con humildad lo que otros tienen para decirnos. A partir de ahí, incluso, se nos hará más fácil aceptar nuestros errores y disculparnos a nosotros mismos.
¿Usted me alimentará con cuchara de mango largo todas las veces que sea necesario?
¿Querés que te den de comer en la boca o que te critiquen?
Fernando sabe a lo que me refiero.
Fui militante de Partido Comunista y estoy entrenado en la autocrítica. Pero era un estilo de autocrítica muy particular. No podía salirse de los parámetros esperables dentro del partido. Si en la autocrítica tocabas, aunque fuera de costado, algunos de los principios ideológicos básicos, la autocrítica se transformaba en traición.
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