Describir, conocer y documentar por escrito los términos de
nuestra convivencia solo es útil para algunos de quienes creen en el libre albedrío.
Los humanos podemos pertenecer a una de estas
dos categorías:
a) Aquellos que prefieren hablar, aclarar,
contratar, explicitar, describir, los términos de un vínculo afectivo, de una
relación comercial o laboral, de las normas de convivencia establecidas en
nuestro colectivo; y
b) Aquellos que prefieren hacer todo lo
contrario no gustan hablar de esos asuntos, prefieren pensar mínimamente sobre
cómo están vinculados, qué puede entenderse por la relación comercial o
laboral, desean ignorar las leyes y normas de convivencia de su sociedad.
De alguna manera también ambos grupos se
caracterizan por su relación con el conocimiento: Los primeros prefieren saber
y los segundos prefieren ignorar.
De estas características se desprende que los
primeros prefieren «las
cosas claras» y previsibles, mientras que los segundos viven mejor en la
confusión, la anarquía y la improvisación.
Desde un
punto de vista muy general, ninguna de las dos opciones es mejor que la otra en
tanto podamos admitir que los humanos no decidimos nada sino que la naturaleza
se encarga de inducirnos conductas, que parecerían ser adoptadas en uso de un
supuesto libre albedrío, pero que en realidad están determinadas por una cantidad no identificada de factores ajenos a
nuestro control (genéticos, biológicos, culturales, accidentales y muchos más).
Para
quienes creen que los seres humanos somos responsables de nuestras acciones, es
muy importante tener todos los términos de la convivencia bien claros,
explicitados y si fuera posible, documentados por escrito.
Algunas
personas hacen algo diferente: dicen creer en el libre albedrío pero prefieren la ausencia de contratos e ignorar
las normas de convivencia pues quieren que todos sean muy estudiosos y
disciplinados pero reservándose el derecho de ser anárquicos e irresponsables.
(Este es el Artículo Nº 1.799)
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13 comentarios:
Realmente caemos en contradicción cuando contando con conocimientos suficientes sobre psicología humana no logramos que éstos se reflejen en nuestras leyes.
Está claro que debemos defendernos de aquellas personas que pueden causarnos daño, pero aún no hemos encotrado el CÓMO justo y eficiente.
Ponerse del otro lado del mostrador
puede ser muy tranquilizador
pero en realidad todos estamos
del mismo lado del mostrador.
Pienso que es útil pensar cómo estamos relacionados. Formamos parte de una enorme red de vínculos y saber dónde estamos parados y qué estamos haciendo, sirve. Sirve aunque no demos con la respuesta correcta. Pensarse siempre sirve, al menos esa es mi opinión.
Conocí una pareja que había determinado por escrito los términos de su relación. Por lo poco usal parece bastante descabellado. Pero... depende también de cómo se haga. Si realmente lo hicieron entre los dos, dándose la posibilidad de recontratar y con flexibilidad... puede ser una buena idea.
Creo que algo así como lo que comenta Mauricio se usa como técnica en Terapia Sistémica, pero no sé bien cómo es la cosa.
Gabriela se equivoca cuando afirma que contamos con conocimientos suficientes sobre psicología humana. Al menos para encarar el tema que se plantea en el árticulo, no los tenemos.
Ignorar las leyes de convivencia de la sociedad en la que se vive es posible, en el sentido de pasarlas por alto, pero no por no conocerlas. Al menos a grandes rasgos es imposible no conocer esas normas. Aclaro por las dudas.
Explicitar hablando o escribiendo no asegura que el vínculo laboral o afectivo sea previsible. Ayuda, pero si no creemos en el libre albedrío, tampoco nos hagamos demasiadas ilusiones.
Los adolescentes se revelan contra las normas de convivencia establecidas. En ellos eso es sano y los adultos podríamos mejorar mucho nuestra organización social si supiéramos escucharlos en serio.
Que lentamente vayan desapareciendo los zoológicos que tienen apresados animales grandes en pequeñas jaulas, sin tener en cuenta ninguna de sus necesidades, es decir, ni el clima al que están adaptados, ni su necesidad de movimiento, su organización social, la forma de alimentarse, etc; es una señal alentadora. Si comenzamos a apiadarnos de ellos, de pronto algún día comenzaremos a apiadarnos de nosotros mismos.
No estoy diciendo ¡suelten a los presos!, ¡devuélvanlos a su ámbito natural!. Lo que trato de decir es que entender un fenómeno nos lleva a encontrar soluciones más adecuadas a los problemas que ese fenómeno presenta.
Es cierto que no todos estamos en condiciones de responsabilizarnos de nuestras acciones. Lo podemos ver en cosas pequeñas, no es necesario pensar en homicidios. ¿Cuántos padres divorciados se responsabilizan de sus hijos? ¿Cuántos pasan la pensión alimenticia? ¿Cuántos los siguen viendo?.
Vamos a mirar un poco para adentro en lugar de levantar el dedo acusador.
No son tan pequeñas esas cosas que mencionaste, Marta. El vínculo entre padres e hijos es fundamental para el desarrollo armónico de una persona. Y esas personas son buena parte de lo que hace a la sociedad.
De acuerdo con Adrián, pero la sociedad no es sólo la suma de personas que la integran. Hay estructuras que nos preceden y nos modelan. Por eso coincido con Antonio: hay que escuchar y darle lugar a los jóvenes.
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