La desconfianza sistemática está alentada por el interés de seleccionar convenientemente aquello que nos conviene creer.
Como dice un refrán muy simpático, «El pecado está en la mente del
pecador». Significa que toda desconfianza o acusación infundadas se basan en lo
poco confiable que es quien desconfía o acusa.
En
psicología se denomina proyección al
mecanismo de defensa que se caracteriza porque quien lo usa intenta poner en
otra personas características propias que le son molestas.
El niño
pequeño que se come unos caramelos sin autorización puede acusar al gato; el
adulto que prefiere hacer sus compras evadiendo los impuestos quizá se enoje
públicamente de la corrupción de los grandes empresarios; la persona de
espíritu monógamo muy frágil puede ser exageradamente celosa pensando que su
cónyuge le es infiel.
Alguien
podría pensar que estas personas acusan a los demás injustamente, con total
conciencia, sabiendo lo que hacen, pero no, no es así. Una persona que proyecta
no sabe que proyecta en otros contenidos propios, si lo supiera tendría una
actitud malintencionada, pero lo cierto es que no la tiene.
Por el
contrario quienes utilizan este mecanismo de defensa son honestos: para ellos
es como suponen. Están convencidos y no es fácil hacerlos comprender que se
engañan.
Pero no
solo el mecanismo de proyección provoca estas desconfianzas y acusaciones infundadas.
Con
cierta inseguridad sugiero que los latinos castigamos duramente a las personas
confiadas. Las acusamos de ingenuas, tontas, inmaduras.
Los
latinos admiramos la picardía, la trampa, el delito que se salva del castigo
previsto. Admiramos al evasor, al pillo, atrevido, vivaz, astuto más que
inteligente.
Pero
no solo es cuestión de espíritu latino sino que, funcionando como un segundo
mecanismo de defensa, si desconfiamos sistemáticamente adquirimos la libertad
de creer solo aquello que sea conveniente, lindo, divertido.
(Este es el Artículo Nº 1.800)
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9 comentarios:
En el videocomentario ud hace alusión a la creencia católica de nacer con culpa, con pecado. Una forma de interpretarlo podría ser que nacemos pecadores porque nuestra naturaleza se aleja bastante de la santidad.
Podemos asumir otro punto de vista y decir que nacemos ¨puros¨. Luego es la vida la que se encarga de deformarnos.
Por otro lado la ley dice que somos inocentes hasta que se demuestre lo contrario.
Entre estas ideas contradictorias nos movemos intentando mantener cierta coherncia, cierta lógica. El asunto resulta conflictivo y difícil de resolver. Nos movemos en base al ensayo y error, como ud dice.
Dudamos en cuanto a depositar la confianza en otra persona. Es natural, ¿quién puede confiar absolutamente en si mismo?
En la amistad, el amor, los vínculos filiales, es necesario partir de la confianza. Al menos desde el momento en que el vínculo se ha establecido. De todos modos pienso que confiar no excluye la capacidad de perdonar, si en algún momento esa confianza es traicionada.
No sé en qué va eso de valorar más al ¨vivo¨que al inteligente. Hay vivezas que se entienden porque son mecanismos de supervivencia. Por ej, si estás bajo las órdenes de un déspota, más vale ser astuto. En otros casos, la astucia no es más que poca visión: sólo veo lo que me beneficia en el momento, no soy capaz de abstraer y entender lo que es realmente conveniente para mí como ciudadano y como integrante de una sociedad.
Somos capaces de desconfiar de aquello porque conocemos nuestras maldades y engaños.
Nos conviene creer en aquello que nos beneficiará. Es así y me parece que no puede ser de otro modo. Nos beneficia la amistad y por eso creemos en el amigo. Nos beneficia el amor y creemos en el amor. Claro que si nos ponemos demasiado rígidos porque negamos nuestros propios defectos, no soportaremos que el amigo en determinado momento nos perjudique, o que un amor nos traicione. El amante desengañado puede quedar traumatizado y cerrarse a la posibilidad de vivir un nuevo amor.
La desconfianza puede transmitirse de padres a hijos. Algunas familias son tan endogámicas que desconfían de cualquiera que no sea consanguíneo. Afuera está la jungla y el hogar es un santuario. Este punto de vista tan alejado de la realidad, termina desvirtuando todos los vínculos.
Si por virtud paso por tonta
mo me duele
ni me importa.
Con los años se va adquiriendo cierto olfato para distinguir el engaño y la falsedad. No llegar a la paranoia es una cuestión de suerte.
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