Del funcionamiento de los
semáforos podemos deducir algunas características humanas frente al uso del
poder.
Les
comentaré algo conocido (los semáforos) pero para referirme a algo menos
conocido (la psicología humana).
La
luz roja está ubicada en la parte jerárquicamente más prestigiosa del
artefacto: arriba, en la cabecera, en la parte superior.
Esta
luz indica prohibición, interrupción, represión y los humanos ubicamos estas
acciones en el lugar más importante, donde semióticamente se ubican los jefes,
los reyes, Dios, la figura paterna.
El
color rojo, que universalmente significa «peligro», nos está indicando que
«desconocer la prohibición es peligroso para el transgresor». Por lo tanto, de
forma sutil, el semáforo prohíbe, advierte y también amenaza.
Resumiendo:
las prohibiciones son para los humanos las órdenes jerárquicamente más
importantes. Quizá podríamos deducir que para los humanos tienen más poder
quienes poseen la autorización para prohibir a otros, para recortar las
libertades. En otras palabras: impedir, frustrar, frenar, son privilegios que
tienen quienes detentan funciones superiores. Quienes prohíben también tienen
autorización para amenazar, sancionar, castigar.
En suma: los seres humanos que puedan
prohibir, amenazar y castigar (como la luz roja del semáforo), se ubican
simbólicamente en la parte superior, significativa, valiosa.
Por
el contrario, la luz verde, la que autoriza, si bien cumple una función
trascendente, no es tan prestigiosa como la prohibidora. La ubicación
jerárquica dentro del artefacto, es la inferior, la que está más abajo.
Semióticamente el verde es un color «amable», «tolerante», «permisivo», «mínimamente
persecutorio».
Podríamos
decir que los seres humanos no valoramos (jerarquizamos) a las personas
amables, tolerantes, permisivas y que no nos atemorizan.
La
luz amarilla solo se enciende para avisar que la luz verde está por apagarse,
es decir, nos avisa que la tolerancia circulatoria está por terminar. Por el
contrario, no se nos avisa cuándo finalizará la intolerancia.
(Este es el
Artículo Nº 1.661)
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12 comentarios:
Genial!!!! Nunca se me había dado por pensar en la semiótica de los semáforos.
Cierto que en los lugares jerárquicamente superiores están los que tienen la potestad de legislar, ordenar, reprimir. Buena parte de la tarea de los padres es esa. A veces nos olvidamos que también es parte de nuestra tarea habilitar.
Las personas amables, tolerantes y permisivas, por lo general no se postulan ni son elegidos para ocupar puestos de poder.
El farol de mi casa tiene una lamparilla verde.
Sólo nos avisan que la tolerancia está por acabar. ¨Estás por llegar al límite de mi paciencia¨, le decimos a nuestros hijos. Mucho más raro es que les digamos que pronto la presión terminará.
En mi ciudad los semáforos son confusos. A veces entrás en duda. No sabés si te dicen que tenés que parar o ir para adelante. No sabés hacia dónde señalan. Creo que este es un síntoma: a mi país aún le falta una organización interna más aceitada.
La prohibición implica el peligro de ser castigado, en cambio la habilitación implica el peligro de que fallemos,nos equivoquemos. En ese caso también podremos ser castigados o sentirnos culpables.
La autorización a veces va unida a la corrupción. Se puede autorizar en contra de la ley.
Jefes, reyes, dioses, padres, ocupan una función muy importante en cuanto a la organización social. Sin embargo a veces el orden se revierte. Los empelados unen sus fuerzas y desobedecen al jefe, los reyes son derrocados, los dioses destruidos... y los padres ponen en el lugar de jefe, rey y dios, a su hijo.
El color rojo tiene su atractivo pero a mí, sin dudas, me gustan más el amarillo y el verde. Son gustos, cosas que no se eligen, que vaya uno a saber como se instalan en nosotros.
Si pintáramos una habitación toda de rojo: paredes, techo, puerta, sería medio irritante permanecer demasiado tiempo en ella; salvo que tenga un gran ventanal.
Antes era bastante común que los cristianos dijeran que debemos sentir temor de Dios. A mí eso siempre me chocó. No me imagino que se pueda amar algo que nos inspire temor. Aunque sé que muchas veces pasa.
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