lunes, 6 de agosto de 2012

Son buenos solo quienes triunfan



En la niñez solemos gestar una noción sobre cómo se comportan los fuertes (adultos) con los débiles (niños).

Observemos la siguiente genealogía de acontecimientos: un niño (de 5 a 10 años de edad), está harto de que los adultos le den órdenes y le prohíban satisfacciones, aunque simultáneamente ellos se las conceden. Por ejemplo: no le permiten jugar con el Play-Station a medianoche, pero ellos sí se divierten de lo lindo junto a sus amigos.

La lista de injusticias infames, flagrantes, evidentes y hasta perversas, parece no tener fin. El niño se siente en el peor de los mundos, siente que vive en una tiranía odiosa. Su fantasía supera la imaginación de los grandes luchadores: Lincoln, Guevara, Hitler, es decir, personas que no estuvieron de acuerdo con lo que les tocaba vivir y por eso imaginaron «un mundo mejor».

La única gran diferencia entre nuestro niño y los mencionados ideólogos, está en que estos llevaron a la práctica el fin de la esclavitud, el derrocamiento de un gobierno corrupto y el intento de mejorar la especie, respectivamente.

Todos creyeron tener razón y, en ese sentido, fueron honestos. La historia les fue concediendo los reconocimientos en cada caso, según qué suerte tuvieron, pues quienes ganaron están cubiertos de gloria y quienes perdieron están cubiertos de oprobio.

La gloria y el oprobio determinan qué pensaremos la mayoría, de sus acciones. Ellos son nuestros referentes de lo que debemos hacer y de lo que nunca deberíamos hacer. Para reforzar estos criterios, le agregaremos mucho amor a los «buenos» y mucho odio a los «malos».

Es así que aquel niño llega a la adultez con un cierto criterio de justicia, de amor, de distribución de los privilegios: Los poderosos tienen todos los privilegios y los débiles, ninguno. Además, son buenos solo quienes triunfan.

(Este es el Artículo Nº 1.649)

10 comentarios:

Ingrid dijo...

Son buenos sólo los que triunfan. Aunque también terminan siendo buenos los que triunfan después de la muerte.

Olga dijo...

¨La gloria y el oprobio determinan que pensaremos la mayoría¨¨ . Muy bueno, nunca lo había pensado y creo que tiene razón.

Gabriela dijo...

Recuerdo que de niña una de las cosas que más me dolía era la injusticia. La sentía en el tratamiento que le daban a mi hermano y que yo suponía mucho más privilegiado que el recibido por mí. De joven, la injusticia que más me dolía era la de género. Como mujer me sentía abusada y menospreciada.
Ahora no le presto tanta atención a la injusticia que me afecta de manera directa. No me lo tomo tan a pecho.

Magdalena dijo...

Qué difícil de entender es el intento de Hitler por mejorar la especie!

Evaristo dijo...

Creo que todos los grandes líderes son honestos. Tanto los ¨buenos¨ como los ¨malos¨.

Laura dijo...

No sé Evaristo... de pronto más que honestos eran personas débiles que necesitaban sentirse poderosas para existir.

Beatriz dijo...

Los referentes son necesarios y a la vez peligrosos. Somos muy poco razonables a la hora de elegir nuestros referentes. Lo peor es que en realidad no los elegimos. Nos encontramos con ellos desde lo emocional.

Hugo dijo...

El odio que le agregamos a los malos no nos permite ver lo que tiene de rescatable e interesante su mensaje. Y con los buenos pasa lo mismo, el amor no nos permite ver los aspectos desgraciados de su prédica.

Lucas dijo...

Cuando los débiles comienzan a tener privilegios, como sucede con lo que intentan hacer los gobiernos de izquierda, somos muchos los que nos empezamos a poner fulos. No nos gusta esa transgresión de los valores.

Natalia dijo...

Nos gustan las pelis donde triunfan los buenos y poderosos. Los súper-héroes. Es como que nos vengamos en la fantasía, de la realidad.