domingo, 26 de agosto de 2012

Las lectoras de Helmut



La pasión de Helmut Goldammer por la literatura era tan intensa que siempre se sintió algún personaje y nunca una persona de carne y hueso.

Leía hasta muy tarde en la noche y utilizaba como marcador de página su documento de identidad.

El momento de interrumpir la lectura no coincidía con la irrupción de ese sueño ingobernable que nos ataca a los noctámbulos sino el resultado de toda una técnica.

Efectivamente, Helmut llevaba muchos años en análisis y había captado que la analista daba por terminada la sesión de la forma más caprichosa y perturbadora.

Las preguntas sobre el porqué de esta actitud granizaban sesión tras sesión sobre la imperturbable mujer, quien seguramente sería la mejor profesional porque tanta fealdad solo podía compensarse con alguna genialidad igualmente atroz.

Luego de transcurridos unos cuantos años dejó de hacer preguntas porque le gustó pensar que las repentinas interrupciones ocurrían casualmente cada vez que él mencionaba algún asunto alemán de la Segunda Guerra Mundial.

También había descubierto que si interrumpía la lectura cuando el personaje idealizado desplegaba rasgos fascinantes, al otro día despertaba poseído por una gran alegría.

En estos casos los demás habitantes del pensionado lo saludaban con gesto contrariado porque ya sabían que no podrían prever qué haría o qué diría, pues su personalidad era por completo distinta a la que había recibido de novelas anteriores.

Por su rareza física, (alto, de cabello rubio pero con las motas apretadas propias de los africanos, ojos verdes chicos e inquietos, cejas negras muy espesas y en semicírculo, boca grande, nariz prominente), era muy admirado por las mujeres jóvenes, adultas y muy adultas.

Su galantería tenía altos porcentajes de aprobación. Cuando una mujer lo miraba con interés, él la seguía, le hablaba y continuaba la actitud seductora hasta que terminaban sin ropa en algún hotel o en la casa de ella.

Estuviera en el personaje literario que estuviera, todo su placer empezaba y terminaba en la admiración que le profesaban esas mujeres, quienes para él solo eran lectoras de su cuerpo.

 (Este es el Artículo Nº 1.669)

13 comentarios:

Mariana dijo...

Creo que Helmut interrumpía su lectura en el momento que la ansiedad le llegaba al tope, es decir, mucho antes de que le llegara la somnolencia. De ese modo lograba soñar las respuestas a su angustia.

Valeria dijo...

Las lectoras de Helmut adoraban las páginas de su libro: el libro de Goldammer. Por eso pasaban sus páginas con devoción. Olían el papel antes de comenzar a leer. Acariciaban la tapa de cuero. Seguían con el dedo índice los dorados del lomo.

Gabriela dijo...

Helmut usaba la misma técnica que su analista para interrumpir la lectura. Ella interrumpía la sesión en los puntos culminantes. Estos coincidían en general con los momentos en que Helmut mencionaba algún asunto de la Segunda Guerra Mundial. En esos momentos, algún heroico General alemán paseaba por su cabeza con el uniforme impecable. Por eso Helmut interrumpía su lectura cuando el personaje desplegaba rasgos fascinantes. Él notaba que al leer se volvía fascinante, completamente irresistible. Se veía a si mismo y no le angustiaba pensar si era él o si era el personaje. Él era un personaje. Siempre lo fue. Por eso la vida lo había envuelto en un capullo de rosa. Nada lo tocaba, salvo el perfume. Ni las gotas de rocío lo mojaban. Éste y no otro, era el motivo por el que salía de la pensión radiante, conquistador, valeroso. Intuía que caminaba protegido.

Elena dijo...

Ser un libro abierto no es para cualquiera. Ser abierto no es para cualquiera, y mucho menos ser un libro. Yo me dejo ser, me acomodo en los estantes de la biblioteca. Espero que salgan a buscarme. Adoro que alguna mujercita suba a una escalera y poniéndose en puntas de pie alce sus brazos para alcanzarme.

Yoel dijo...

El granizado de preguntas es frío como el chocolate granizado. La diferencia está en que no es tan rico.

Lautaro dijo...

Cuando amanecés poseído por la alegría no tenés ojeras. El único rastro de la posesión es una mordida en el cuello con forma de pez.

Tiago dijo...

En el pensionado todos se habían puesto de acuerdo para dejar al alcance de Helmut novelas voluminosas. Habían descubierto que cuando demoraba en leer un libro se volvía más predecible y estable.

Rulo dijo...

La foto del documento de identidad de Helmut estaba en 3D y cambiaba cuando la movías.

Leonardo dijo...

Leer hasta muy tarde en la noche es leer hasta que estás más lejos del día, o sea, leer hasta el momento en que se pone el sol.

Carolina dijo...

Helmut Goldammer, lógicamente era de papel. Para ser de papel, les juro que sus manos estaban tan bien hechas que te las querías comer.

Magdalena dijo...

Helmut odiaba al sueño ingobernable. Prefería dejarlo atado a la cama -al sueño- antes que irse con él.

Alberto dijo...

Un día H.G. dijo algo por completo impredecible: aseguró que el mundo terminaría en el 2010. Todos gritaron que estaba equivocado, que era bien sabido que el mundo terminaría en el 2012. Entonces Helmut sonrió y apartando el pucho de su boca aseguró que dando por hecho que el tiempo iba al revés, nunca llegaríamos al 12.12.12, sino que por el contrario, pronto volveríamos al 2010.

Mirna dijo...

La genialidad atroz de la analista era ser bella a los ojos de nadie.