Aunque la policía y la justicia
están observando qué hacen los malvivientes, tienen por principal cometido
cuidarnos... de nosotros mismos.
En otro artículo (1) comentaba que nuestra
psiquis, nuestra idiosincrasia, la forma de ser de los seres humanos, depende
de la intolerancia.
Para expresarlo de otra manera, así como
cuidamos nuestra piel por razones estéticas pero también porque es el órgano
más grande y que nos separa del mundo exterior, me animaría a decir que la
intolerancia es la versión psíquica de la piel.
Agrego otra semejanza entre la intolerancia y
la piel:
Todos nos irritamos cuando los delincuentes
nos alteran la calma, cuando cometen alguna de sus tropelías, robando, matando,
destruyendo. Nuestra piel también se irrita cuando es raspada, cortada,
perforada por un insecto.
En un tono bastante ingenuo puedo decir que el
manotazo que aplasta al mosquito que lastima la piel, se parece a lo que
querríamos hacer con los delincuentes que nos «roban» la tranquilidad, objetos queridos,
dinero: aplastarlos sin perder mucho tiempo en un juicio.
Para
nuestra valoración subjetiva inmediata, perturbada por el enojo, furiosos por
la pérdida inesperada, un mosquito y un delincuente son tan semejantes que
parecen idénticos.
Las
políticas públicas no fueron inventadas solamente para darle trabajo a mucha
gente y disminuir artificialmente los índices de desocupación. Un segundo
motivo fue moderar las reacciones de los ciudadanos porque sabemos de qué somos
capaces cuando nos enojamos.
La policía
y la justicia están ahí, puestas por nosotros mismos, para que nos impidan
tomar medidas irreversibles, para que no causemos destrozos huracanados, para
ayudarnos a evitar un genocidio con la familia de quien nos robó una gallina.
Por lo
tanto, aunque estamos de acuerdo con que la policía y la justicia están observando
qué hacen los malvivientes, tienen por principal cometido cuidarnos... de
nosotros mismos.
(Este es el
Artículo Nº 1.656)
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11 comentarios:
Acabo de ver una vieja película: ¨Doce hombres en pugna¨. Se trata de un juicio, el jurado debe decidir por unanimidad si consideran inocente o culpable a un muchacho de 18 años que fue acusado de matar a su padre. Están encerrados en una sala y no podrán salir hasta tener el veredicto. Al comienzo 11 de los doce consideraban culpable al muchacho. Obligados ante la discrepancia de uno de los miembros, tienen que pensar y repensar el delito. Se ven ante la obligación de enfrentar esa tarea. Ahí es cuando empiezan a encontrar dudas razonables. Si hay al menos una duda razonable, no puede declarar culpable al imputado. Finalmente la situación se da vuelta y es uno sólo el que considera culpable al chico. Ese hombre estaba muy enojado con su hijo, con quien se había peleado y había dejado de ver. Después de un largo y tenso proceso logra darse cuenta que en el delincuente estaba viendo a su propio hijo. Entonces dice que el acusado es inocente. Así el jurado llega a su veredicto.
Nada más parecido a un delincuente que un mosquito. Molesta, irrita y se lo aplasta sin pensar.
Con los años la piel se vuelve más floja y arrugada. La piel nos va quedando cada vez más marcada. La piel tiene que tolerar los años. Y expone las huellas de lo que hemos vivido.
A las niñas nos perforan las orejas para que aprendamos a no irritarnos tan fácilmente.
Creo que casi todos hemos dicho a alguien en algún momento de furia: ¨te voy a matar¨. Claro que del dicho al hecho hay un buen trecho, pero si alguien aparece muerto y un rato antes nos escucharon decir esa frase en la escena del crimen, seguramente sospecharán. (lo digo porque yo también vi la película que mencionó la persona que puso el primer comentario)
No perdemos tiempo en un juicio porque nuestros sentimientos e impulsos nos resultan mucho más ciertos que nuestros razonamientos.
Así que la policía y la justicia observan a los malvivientes como yo y además tienen el cometido de cuidarme. Tremendo! Cuánto laburo.
La piel tiene que ser intolerante para separarnos lo suficiente del mundo exterior, como para que no nos confundamos con él.
Aunque también es necesario, Marcia, que tenga cierto grado de permeabilidad como para que salga lo que tenga que salir y entre lo que tenga que entrar.
Encontrar el equilibrio entre la tolerancia y la intolerancia es como querer encontrar el punto justo del agua tibia.
Los padres deberíamos ser capaces de cuidar -mientras son chicos- a nuestros hijos, de si mismos.
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