Mi familia estaba compuesta por mi mamá, mi
papá, un hermano mayor (alcohólico), yo
y mi hermanita más chica, hermosa, gordita, traviesa aunque muy callada.
Demoró en empezar a hablar más que nosotros,
pero parece que no tenía apuro porque después que empezó a hablar, lo hacía en
casos muy señalados. «Medía sus palabras», podría haber redactado un reporte forense.
El personaje más importante de este quinteto
era mamá. Una mujer más alta que papá, con un cráneo importante al que no
disimulaba con el peinado, sino que lo realzaba.
Papá era un soñador, enamorado de la poesía, «bueno para nada» según la síntesis
más ajustada de mamá. Él podía estar horas mirando el ir y venir de las
hormigas del jardín.
Vivíamos de
lo que mi abuelo le daba a mi mamá, porque, según él, «con mi hijo no puedo
contar». Mi papá escuchaba los diálogos financieros entre su esposa y su padre,
pensando vaya uno a saber en qué extraña fantasías lírica.
A los tres
hermanos nos educaron en los mejores centros de enseñanza y los dos varones nos
convertimos en personas aptas para, algún día, tomar las riendas del
establecimiento ganadero que tenía mi abuelo.
El
temperamento de mamá era tremendo. Gobernaba a su familia con mano de hierro,
similar a lo que imaginamos de la Primer Ministra inglesa, Margaret Thatcher.
A tantos
años de su fallecimiento, pensábamos con mi hermana (que se dedicó a la
psicología, especializándose en Francia), que las personas con un carácter tan
dominante quizá tengan también una debilidad muy severa.
De hecho,
tanto Margaret Thatcher como mamá, fallecieron en medio de una demencia
profunda.
Mi hermana
accedió a conocer esa parte débil de mamá y me la contó, provocándome tanta
angustia que no tengo más remedio que escribirla ahora como un intento de
dominar mis sentimientos.
Según pudo
saber mi hermana, mamá tenía profundas crisis de desesperación, de golpearse la
cabeza contra la pared o con los puños cerrados, porque se sentía
inevitablemente atrapada por los deseos sexuales que tramitaba con un peón del
abuelo, que a veces la chantajeaba, aunque no demasiado porque adolecía de un
cierto retardo mental.
(Este es el
Artículo Nº 1.648)
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13 comentarios:
Me parece muy atractivo el hombre de la foto.
Las mujeres de cráneo prominente en general se quedan solas.
Me gusta el papá del cuento.
Siempre el carácter dominante esconde debilidades.
Un hermano mayor alcohólico no es buen ejemplo.
La niña medía sus palabras porque desconfiaba de su madre.
El abuelo paterno tenía la culpa de todo.
Y el más feliz era el padre lírico.
A las hormigas se las puede observar indefinidamente. Uno puede dedicarse sólo a eso en la vida.
Raro que una mujer de temperamento fuerte eligiera como esposo un hombre fácil de dominar.
¿Se habrán puesto de acuerdo los hermanos para llevar adelante el negocio del abuelo?
El peinado de la madre realzaba su cabeza de mando.
dicen que los bobos tienen un tremendo gendarme. Sería eso lo que enloquecía a la Tacher.
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