domingo, 5 de agosto de 2012

La desesperante esclavitud del deseo



Mi familia estaba compuesta por mi mamá, mi papá, un hermano mayor (alcohólico),  yo y mi hermanita más chica, hermosa, gordita, traviesa aunque muy callada.

Demoró en empezar a hablar más que nosotros, pero parece que no tenía apuro porque después que empezó a hablar, lo hacía en casos muy señalados. «Medía sus palabras», podría haber redactado un reporte forense.

El personaje más importante de este quinteto era mamá. Una mujer más alta que papá, con un cráneo importante al que no disimulaba con el peinado, sino que lo realzaba.

Papá era un soñador, enamorado de la poesía, «bueno para nada» según la síntesis más ajustada de mamá. Él podía estar horas mirando el ir y venir de las hormigas del jardín.

Vivíamos de lo que mi abuelo le daba a mi mamá, porque, según él, «con mi hijo no puedo contar». Mi papá escuchaba los diálogos financieros entre su esposa y su padre, pensando vaya uno a saber en qué extraña fantasías lírica.

A los tres hermanos nos educaron en los mejores centros de enseñanza y los dos varones nos convertimos en personas aptas para, algún día, tomar las riendas del establecimiento ganadero que tenía mi abuelo.

El temperamento de mamá era tremendo. Gobernaba a su familia con mano de hierro, similar a lo que imaginamos de la Primer Ministra inglesa, Margaret Thatcher.

A tantos años de su fallecimiento, pensábamos con mi hermana (que se dedicó a la psicología, especializándose en Francia), que las personas con un carácter tan dominante quizá tengan también una debilidad muy severa.

De hecho, tanto Margaret Thatcher como mamá, fallecieron en medio de una demencia profunda.

Mi hermana accedió a conocer esa parte débil de mamá y me la contó, provocándome tanta angustia que no tengo más remedio que escribirla ahora como un intento de dominar mis sentimientos.

Según pudo saber mi hermana, mamá tenía profundas crisis de desesperación, de golpearse la cabeza contra la pared o con los puños cerrados, porque se sentía inevitablemente atrapada por los deseos sexuales que tramitaba con un peón del abuelo, que a veces la chantajeaba, aunque no demasiado porque adolecía de un cierto retardo mental.

(Este es el Artículo Nº 1.648)

13 comentarios:

Rosana dijo...

Me parece muy atractivo el hombre de la foto.

Anónimo dijo...

Las mujeres de cráneo prominente en general se quedan solas.

Margarita dijo...

Me gusta el papá del cuento.

Lucía dijo...

Siempre el carácter dominante esconde debilidades.

Andrés dijo...

Un hermano mayor alcohólico no es buen ejemplo.

Leyla dijo...

La niña medía sus palabras porque desconfiaba de su madre.

María dijo...

El abuelo paterno tenía la culpa de todo.

Cecilia dijo...

Y el más feliz era el padre lírico.

Yoel dijo...

A las hormigas se las puede observar indefinidamente. Uno puede dedicarse sólo a eso en la vida.

Estela dijo...

Raro que una mujer de temperamento fuerte eligiera como esposo un hombre fácil de dominar.

Mª Eugenia dijo...

¿Se habrán puesto de acuerdo los hermanos para llevar adelante el negocio del abuelo?

Anónimo dijo...

El peinado de la madre realzaba su cabeza de mando.

Gregory dijo...

dicen que los bobos tienen un tremendo gendarme. Sería eso lo que enloquecía a la Tacher.