Esta descripción intenta novelar lo que le ocurre a los jóvenes
antes de recibir el título de ciudadanos.
Imaginemos que un adolescente se despierta porque alguien
llama a su puerta. Al abrirla, dos personas vestidas con extraños uniformes le
dicen que tiene que acompañarlos. El tono imperativo de los dos hombres le
impide formular todas las preguntas que se agolpan en su cabeza recién
despertada.
Bajo instrucciones concretas: «camine hacia adelante»,
«síganos, por favor», «entre ahí, tome asiento y espere», el joven llega a una
habitación enrejada, provista de una puerta que solo se abre por fuera, hasta
que llega una mujer, vestida con un extraño uniforme, y comienza a hacerle
preguntas:
«¿Cuál es la capital de Colombia?», «la palabra ‘alabanza’,
¿se escribe con hache o sin hache, con be o con uve, con zeta o con ese?»,
«¿qué son números naturales?», «el país donde usted nació, ¿alguna vez fue
colonia de otro país?», «describa resumidamente cómo se produce la reproducción
humana», «José Saramago, fue un político, un científico, un escritor o un
artista de cine», ...
El interrogatorio continúa durante horas. Los extrañamente
uniformados van rotando pero todas las preguntas pertenecen a la categoría
«conocimientos generales».
Al detenido se le conceden breves descansos de cinco minutos
cada dos horas y tiene autorización para utilizar el gabinete higiénico cuantas
veces requiera.
Luego de ocho horas de interrogatorio, el hombre fue puesto en libertad
de volver a su casa.
Dos días después, recibió la información de que había sido condenado a
estudiar durante seis años, en régimen de reclusión domiciliaria, con la
obligación de concurrir a un centro de enseñanza, donde se le controlaría la
asistencia y el aprendizaje.
Esta descripción intenta novelar
lo que le ocurre a los jóvenes antes de recibir el título de ciudadanos con
derecho a votar.
(Este es el
Artículo Nº 1.635)
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10 comentarios:
No sé si reír o llorar, Doc. Es así tal cual ud. lo describe. Se me erizó la piel cuando lo leía. De verdad nos pasa eso. Lo único que hace un poco más liviana la condena es que en escuelas y liceos nos encontramos con gente de nuestra edad y hacemos amigos.
Todo el período de enseñanza formal para mí fue un calvario. Siempre me sentí obligado a ser como los demás. Nos obligaron a que todos nos pareciéramos. Sentía que había perdido mi individualidad.
Concuerdo con Gustavo aunque hago una salvedad: de jóvenes necesitamos parecernos. Le tememos a la individualidad. No queremos ser diferentes. Queremos parecernos a los que están mejor conceptuados entre nuestros pares.
Cuando cumplí los 18 años adquirí el derecho a votar aunque sólo había terminado la escuela. Desde los 12 empecé a trabajar con mi padre y eso fue lo que completó mi formación para convertirme en un ciudadano, lo más adecuado que puedo.
La enseñanza formal tendría que cambiar en su concepción. Tendría que darse vuelta desde la raíz. Si así fuera seríamos menos violentos, más profundos, más humanos y sensibles.
Nos convierten en máquinas que acumulan información, como si fuera necesario... como si tuviéramos que transmitir los conocimientos a través de la vía oral, de generación en generación. Como si no existieran los libros, los manuales, las computadoras.
Lo único que precisamos es aprender a leer y escribir, a realizar algunos cálculos matemáticos. La inteligencia se desarrollará a partir de nuestra motivación, nuestras pasiones, nuestros problemas. Tenemos todo a disposición y mucho más de lo que precisamos. Sólo necesitamos entender nuestra naturaleza animal y humana. Naturaleza que en forma permanente contrariamos.
Valoramos más la cantidad que la calidad. Decimos que un muchacho es buen estudiante cuando sabe de todo un poco. No les damos el derecho a ser excelentes en lo que les gusta, no los impulsamos a desarrollar sus talentos naturales. No propiciamos la diversidad. Queremos que todos sean bachilleres. No nos importa que pierdan 18 años preciosos de vida para ser felices científicos, albañiles, músicos, carpinteros o poetas.
No necesitamos aprender a manejar la escritura cuneiforme de las lenguas muertas para aprender nuestro idioma. El grupo de personas que se apasionan por la lingüística tienen todo el derecho de hacerlo. Pero a mí, que me gusta escribir cuentos, no me interesa.
Es mentira que el saber no ocupa lugar. El saber ocupa lugar y tiempo, consume energía, modela nuestros valores.
Deberíamos pensar más y mejor qué es lo que realmente queremos saber.
Me gustan los deportes y no tengo tiempo para entrenar. Voy al club a jugar al fútbol y me dicen que primero está el estudio. Muy bien, pero si pongo primero el estudio nunca aprenderé a manejar la pelota como yo quiero. Algunos pueden con todo. Yo no. Reconozco mis limitaciones. Y cuando algo no me interesa no le pongo ganas.
Compartir un ciclo básico de conocimientos nos permite manejar una misma lengua, por así decirlo. Eso permite que más o menos nos entendamos cuando hablamos de uno u otro tema. Yo no analizaría el tema tan a la ligera como veo que lo están haciendo ustedes.
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