Un señor, dueño de una extensión de tierra más
grande de lo que pudo conocer cuando murió a los 64 años, creyó, en su
desesperación por curar a un hijo que se le moría, la historia de un viajero
que dijo conocer a una india capaz de hacer milagros.
Sin reparar en gastos, recorrió con el niño
afiebrado miles de kilómetros para que la orgullosa curandera los hiciera
expulsar de la reserva alegando que «no atendía a blancos diabólicos».
El
terrateniente obtuvo un segundo problema: vengarse de la indígena.
Así fue que
la hizo raptar por un grupo de malhechores y la encerró en su hacienda donde
nadie podría rescatarla.
Tal fue la
herida que la mujer le provocó al potentado, que este se preocupó menos por su
hijo que por castigar a la insolente.
El pequeño
empeoró rápidamente y murió. Según el hombre, porque ella aplicó sus
maleficios.
Corrió el
rumor de que la india, encerrada en aislamiento total, quedó embarazada y
nuevamente apareció el misterio que la acompañaba a todas partes. ¿Quién pudo
embarazarla si nadie podía llegar adonde ella estaba?
El
hacendado ordenó quitarle al niño cuando nació y descubrió, con espanto, que
era idéntico a él.
La
ambivalencia saturó el corazón del hombre: odiaba al niño por quién era la
madre pero lo amaba porque se le parecía.
Pasaron los
años y el muchacho se convirtió en un asesino implacable, que cobraba fortunas
por matar a los personajes mejor protegidos. La justicia nunca podía acusarlo
porque él jamás daba muestras de culpabilidad ni con los interrogatorios más
despiadados.
La cara del
muchacho era imperturbable, la convicción de su inocencia era absoluta. Ningún
método dio resultado para condenarlo y los homicidios continuaban a razón de
dos o tres por año.
El muchacho
vivía a cuerpo de rey en la propiedad del sosías y todo el dinero ganado lo
destinaba a mejorar las condiciones de vida del pueblo de su madre (a quien no
conocía).
El secreto
de su inocencia inquebrantable me lo contó alguien de su raza, quien bajo los
efectos del alcohol me narró algo insólito que pude confirmar: el muchacho,
después de cada homicidio desaparecía por unos días porque juntaba abundante
leña, encendía una hoguera y se incineraba hasta convertirse en cenizas, ...
para resucitar, sin culpa, tres días después.
(Este es el
Artículo Nº 1.616)
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9 comentarios:
Maravilloso cuento que me sugiere montones de cosas!!!
Felicitaciones Fer.
Un muchacho que resucitaba al tercer día... dedicado a hacer el mal... capaz de soportar el dolor... nacido de una madre que no fue embarazada...
Como puso Gabriela en facebook; lo veo como el anticristo.
Conozco una india capaz de hacer milagros: mi abuela.
Crió 8 hijos trabajando como lavandera.
La venganza adquirió más fuerza que el deseo de salvar a su hijo. Es terrible, pero así somos.
Muchos maleficios se pueden curar contemplando el mar mientras se comen aceitunas.
El espíritu maléfico que preñó a la india, siempre anduvo en la vuelta. De nochecita lo veo sentado en la portera.
Si el niño era idéntico al hacendado, este hombre pudo suponer que su alma furiosa había escapado y se las había ingeniado para violar a la india.
Cuando salí de la jaula observé a mi niño. Era blanco pero de hueso de bagual. Era tan bello como la luna y tan fiero como el rayo que desencadena la tormenta. Lo seguí siempre desde las alturas. Lo vi crecer y convertirse en hombre.
Él hizo justicia purificándose en el fuego. Renacerá eternamente; ese es su destino.
Soy la juventud, la riqueza y la vida eterna. Mi madre me concedió el don de la muerte y el de la resurrección.
Estoy a vuestras órdenes.
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