domingo, 1 de julio de 2012

La expiación


Un señor, dueño de una extensión de tierra más grande de lo que pudo conocer cuando murió a los 64 años, creyó, en su desesperación por curar a un hijo que se le moría, la historia de un viajero que dijo conocer a una india capaz de hacer milagros.

Sin reparar en gastos, recorrió con el niño afiebrado miles de kilómetros para que la orgullosa curandera los hiciera expulsar de la reserva alegando que «no atendía a blancos diabólicos».

El terrateniente obtuvo un segundo problema: vengarse de la indígena.

Así fue que la hizo raptar por un grupo de malhechores y la encerró en su hacienda donde nadie podría rescatarla.

Tal fue la herida que la mujer le provocó al potentado, que este se preocupó menos por su hijo que por castigar a la insolente.

El pequeño empeoró rápidamente y murió. Según el hombre, porque ella aplicó sus maleficios.

Corrió el rumor de que la india, encerrada en aislamiento total, quedó embarazada y nuevamente apareció el misterio que la acompañaba a todas partes. ¿Quién pudo embarazarla si nadie podía llegar adonde ella estaba?

El hacendado ordenó quitarle al niño cuando nació y descubrió, con espanto, que era idéntico a él.

La ambivalencia saturó el corazón del hombre: odiaba al niño por quién era la madre pero lo amaba porque se le parecía.

Pasaron los años y el muchacho se convirtió en un asesino implacable, que cobraba fortunas por matar a los personajes mejor protegidos. La justicia nunca podía acusarlo porque él jamás daba muestras de culpabilidad ni con los interrogatorios más despiadados.

La cara del muchacho era imperturbable, la convicción de su inocencia era absoluta. Ningún método dio resultado para condenarlo y los homicidios continuaban a razón de dos o tres por año.

El muchacho vivía a cuerpo de rey en la propiedad del sosías y todo el dinero ganado lo destinaba a mejorar las condiciones de vida del pueblo de su madre (a quien no conocía).
El secreto de su inocencia inquebrantable me lo contó alguien de su raza, quien bajo los efectos del alcohol me narró algo insólito que pude confirmar: el muchacho, después de cada homicidio desaparecía por unos días porque juntaba abundante leña, encendía una hoguera y se incineraba hasta convertirse en cenizas, ... para resucitar, sin culpa, tres días después.

(Este es el Artículo Nº 1.616)

9 comentarios:

Gabriela dijo...

Maravilloso cuento que me sugiere montones de cosas!!!
Felicitaciones Fer.

Soraya dijo...

Un muchacho que resucitaba al tercer día... dedicado a hacer el mal... capaz de soportar el dolor... nacido de una madre que no fue embarazada...
Como puso Gabriela en facebook; lo veo como el anticristo.

Roque dijo...

Conozco una india capaz de hacer milagros: mi abuela.
Crió 8 hijos trabajando como lavandera.

Jacinto dijo...

La venganza adquirió más fuerza que el deseo de salvar a su hijo. Es terrible, pero así somos.

Joaquín dijo...

Muchos maleficios se pueden curar contemplando el mar mientras se comen aceitunas.

Fulgencio dijo...

El espíritu maléfico que preñó a la india, siempre anduvo en la vuelta. De nochecita lo veo sentado en la portera.

Ramiro dijo...

Si el niño era idéntico al hacendado, este hombre pudo suponer que su alma furiosa había escapado y se las había ingeniado para violar a la india.

la india dijo...

Cuando salí de la jaula observé a mi niño. Era blanco pero de hueso de bagual. Era tan bello como la luna y tan fiero como el rayo que desencadena la tormenta. Lo seguí siempre desde las alturas. Lo vi crecer y convertirse en hombre.
Él hizo justicia purificándose en el fuego. Renacerá eternamente; ese es su destino.

el niño dijo...

Soy la juventud, la riqueza y la vida eterna. Mi madre me concedió el don de la muerte y el de la resurrección.
Estoy a vuestras órdenes.