La angustia propia del «fenómeno vida» puede ser interpretada como un sentimiento de culpa provocado por una falta imaginaria.
Quienes tenemos la vocación de jugar con el pensamiento, encontramos ideas interesantes, divertidas, graciosas, paradojales.
Muy frecuentemente lo absurdo ubicado dentro de un razonamiento es lo que le da ese rasgo atractivo a la idea original.
En este caso les comento una idea curiosa que cuenta con méritos suficientes como para ser razonable y, en el mejor de los casos, también útil.
Todo estamos convencidos de que primero está el pecado y luego aparece el sentimiento de culpa.
Dicho de otro modo: primero nos complacemos a pesar de cometer una transgresión y luego recibimos un castigo doloroso que nos lleva al arrepentimiento y eventualmente a evitar futuros apartamientos de la ley.
La idea extraña pero razonable dentro de la teoría psicoanalítica que quiero presentarles dice que no necesariamente los hechos tienen que presentarse en este orden (pecado, culpa).
Es posible que la angustia existencial, el dolor de estar vivos, esa dosis de malestar inherente al «fenómeno vida» y que funciona como un estímulo imprescindible (1), siempre está ahí, molestando, provocándonos para que hagamos algo (comer, descansar, cambiar de oficio), para que superemos la natural resistencia al cambio.
Una de las soluciones para tratar de aplacar ese dolor inespecífico, propio del «fenómeno vida», es imaginarlo como una culpa.
Para lograr que esa solución sea efectiva, aprovechamos la imprecisión que caracteriza a nuestra inteligencia y nos imaginamos que dicha angustia existencial es en realidad remordimiento.
Una vez convencidos de que es remordimiento, tenemos que encontrar su origen: algo habremos hecho para sentirnos tan culpables.
Sólo nos falta inventar un protagonismo donde seamos víctimas de una causa noble, que nos llene de orgullo, por ejemplo, «me siento culpable porque soy demasiado egoísta».
(1) El blog Vivir duele está dedicado al dolor propio del «fenómeno vida».
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10 comentarios:
Todos los cristianos sabemos que sufrimos porque pagamos la culpa de nuestros ancestros. Fuimos expulsados del Paraíso (quiero decir que Adán y Eva fueron expulsados, nosotros al Paraíso no lo vimos ni en foto) y recibimos el castigo más infinito y terrible. Ahora nos enfrentamos a una vida plagada de tristezas y terrores, esperamos la muerte con impostada calma, hacemos todo lo posible por caerle en gracia a Él. Él, que es Dios, el Señor que juzgará nuestros pecados, aunque poder con la vida debería alcanzar para redimirnos.
Entonces claro que la culpa es anterior a todo acto. Nacemos culpables, eso nosotros ya lo tenemos asumido, señores ateos.
De verdad que tiene nobleza la frase "soy demasiado egoísta". Imagino un primer plano en la pantalla gigante. Conmovedor.
Parecería que si lo digo es menos grave. Porque si digo que soy demasiado egoísta, al menos lo reconozco. Quizás de niños alguna vez nos gritaron "reconocelo, reconocelo! fuiste vos!".
Mi hermana guarda la culpa
por los pecados anteriores.
Dónde la tendrá guardada?
No serán imprecaciones?
Deseos de mal agüero...
que tienen su casa infestada
de malas predicciones.
Ludovica! Ludovica!
Llamen a Ludovica!
Que alguien gracioso
nos lea el futuro.
Que tenga la gracia
de hacerlo venturoso!
No busquemos en los rincones.
Deja la culpa hermana mía;
hoy para Libra
dan buenas intenciones.
A mí la culpa se me demora... A veces ni llega, la pobre.
La culpa es hija del revisionismo. Parece que no se dieran cuenta de que cualquier cosa, vista otra vez, se mira con otros ojos.
Sin culpa no hay cultura y sin cultura no hay culpa.
Conocí una mujer que lloraba cada vez que me ponía el preservativo. Decía sentir culpa por los hijos que no habían nacido.
A mí siempre me provocan para que haga algo de comer, pero yo me mantengo impertérrita.
Agregarle la letra 's' a las palabras pecado y culpa, nos sugiere nuevas ideas: era viernes santo; comí peScado y no sentí culpaS.
Confundir la angustia existencial con la culpa, efectivamente es bien fácil. Quizás nos suceda porque no podemos conceptualizar que la angustia está irremediablemente ligada a la vida. No la podemos controlar. En cambio la culpa nos ofrece la ilusión de ser capaces de dominarla. Si me porto bien, elimino la culpa. Entonces negamos la angustia (porque no soportamos su omnipresencia) y la cambiamos por la culpa, con la firme voluntad de mantenerla a raya. Si alguien cometiera el error de señalarnos como culpables, desplegaremos artillería pesada. Explicaciones, teorías, historias y novelas de toda índole, se interpondrán entre la culpa y yo.
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