martes, 9 de agosto de 2011

La imaginaria unión biológica con el hijo

Reconocer que solamente lloramos las pérdidas propias permite comprender que cuando amamos nos sentimos propietarios.

Cualquier lágrima derramada demuestra nuestro dolor y nunca el dolor ajeno.

Lo que sí ocurre es que por distintos sentimientos (que genéricamente podemos denominar «fenómenos identificatorios»), algunas vicisitudes ajenas las sentimos como propias.

También ocurre que necesitamos la existencia y presencia de otras personas y por eso su fallecimiento o alejamiento nos causa tanto dolor que lloramos.

En otro artículo (1) mencionaba algo similar cuando me refería a que el amor es un sentimiento que expresa cuánto necesitamos y utilizamos al ser amado.

Las lágrimas que derramamos cuando le ocurre algo penoso a un hijo nos demuestra cuánto lo necesitamos, hasta qué punto funciona imaginariamente como una parte nuestra.

Si por alguna razón tuvieran que amputarnos un brazo o una pierna también lloraríamos.

El lenguaje nos permite la confusión.

Es correcto decir «lloro porque a mi hijo lo dejó la esposa y está desconsolado» con lo cual entendemos dos cosas:

1) que nos ponemos en su lugar solidariamente, por compañerismo, porque lo amamos desinteresadamente; o también

2) porque sentimos que fuimos abandonados por nuestra nuera (hija política), porque él vive llorando y no quiere trabajar, porque tenemos que hacernos cargo de hacerle algunas tareas que hacía ella, porque quizá vuelva a vivir con nosotros, porque tendremos que recibir a nuestro nieto por obligación y no porque queremos jugar con él, etc.

He insistido con los eventuales reclamos (explícitos o sutiles) que hacen los padres a los hijos (2) respecto a una hipotética deuda que estos tendrían con ellos. Vuelvo al tema para decir que si lloramos por las dificultades de nuestros hijos es porque los sentimos equivocadamente como propios y si no nos ayudan (pagan esa deuda) sentimos equivocadamente que una parte nuestra dejó de funcionar (amputación).

(1) «¡Hotal, qué tal! ¿Cómo me va?»

(2) La deuda imposible de pagar

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11 comentarios:

René dijo...

La enorme mayoría de los padres no sabe si tiene hijos. Lo que sí saben es que su mujer ha parido.

Blanca dijo...

Me gustaría saber hasta donde llega mi autoridad como abuela. Paso 10hs diarias con mi nieto.

López dijo...

Desde que nos casamos mi mujer se siente co-propietaria.

Mary dijo...

Mi psicóloga dice que nunca corté el cordón umbilical. Qué rústica! Por qué no se lo dice a la partera!

Alberto dijo...

Una historia medieval cuenta de un hombre tan celoso que se abrazaba a los árboles cuando su mujer subía a buscar fruta. No quería distraerse y que alguien subiera tras ella.

Chapita dijo...

Una vez soñando, visité un país donde todas las mujeres pasaban el día abrazadas a los árboles. Pero era por un motivo diferente al del cuento que dice Alberto. En este sueño las mujeres se abrazaban a los árboles porque no querían irse al cielo.

Fulgencio dijo...

Si hay algo que no podemos, es sufrir el dolor de otro.

Adela dijo...

Mi hijo siempre fue muy independiente. Yo nunca me metí en sus cosas, ni le habló de su mujer o de como educar a sus hijos. Respeto muchísimo sus espacios. Siempre lo eduqué así. Por eso estamos tan unidos. Siempre digo que es mi hijo preferido porque entre él y yo hay algo espiritual muy especial. Eso no le pasa a todas las madres, ni pasa con todos los hijos. Pero con mi Robertito es así.

Iñaqui dijo...

Mi vieja ha desarrollado una identificación intensa con los niños somalíes.
No sé si es por eso que últimamente la siento tan lejana...

el poeta dijo...

Cuando me dejó mi esposa, una sonrisa fugaz salpicó la boca de mi madre.

Olegario dijo...

El lenguaje nos permite la confusión, claro que sí! Pero vaya y pase. Lo peor de todo fue la escritura. Ya lo dijo Platón: si se difunde la escritura terminaremos por perder la memoria.