Para un lector que no asimila lo que lee, poco importa si se informa con documentos o con borradores electrónicos.
En otro artículo (1) les comentaba que un
libro, en su formato tradicional, impreso sobre papel, equivale a un documento,
mientras que el mismo texto, puesto en su versión digitalizada y navegando en
la web, equivale al borrador del mismo libro.
La diferencia entre uno y otro es que el
formato tradicional constituye un compromiso del escritor y de la editorial
(porque es inmodificable), mientras que la versión digital está más expuesta a
ser modificada en cualquier momento por quien tenga el acceso al archivo que
circula en la web.
La mutabilidad de los textos que circulan en
Internet es una característica que provoca un fenómeno inexistente hasta ahora:
el lector tiene que verificar la confiabilidad de cada cosa que lee.
Claro que el 99% de los lectores no hacen
grandes cosas con lo que leen, tanto en un libro como en la web. La garantía de
confiabilidad es muy diferente entre un paracaídas y los contenidos de un
texto.
El 99% «le pasa la lengua» (prueba, saborea) los
textos, especialmente a las imágenes que lo acompañan. Suelen no «alimentarse» de ellos, suelen no
tomar decisiones de vida o muerte, no invierten su patrimonio en base a los
libros o a la web.
En muchos
casos los libros tradicionales son objetos decorativos para quienes creen que
aportan elegancia, prestigio o seriedad. También son usados para rellenar algún
lugar de la casa o para pasearlos bajo el brazo. Poseen además algo de fetiche
erótico para quienes pretenden emitir el mensaje «miren que no solamente tengo
belleza física».
Ni un libro
ni un archivo electrónico tienen alguna utilidad si el lector es un sujeto
superficial que no asimila lo que lee.
(Este es el
Artículo Nº 1.587)
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10 comentarios:
jajajaja!!! El Presidente Bush tiene el libro tomado al revés. Imposible que lo pueda leer así. La atención que le presta a la niña puede ser genuina (y por eso capaz que se confundió), aunque también podría ser una pose frente a las cámaras.
Es preferible leer poco pero asimilándolo, que leer mucho con el único fin de considerarse un gran lector o mas bien para que lo consideren un gran lector.
Cada libro posee una riqueza impresionante; si lo sabemos leer. Nos aportará ideas nuevas, o nos aportará la posibilidad de discrepar con fundamentos, es decir, nos estimulará a pensar.
Hay libros que uno los considera una basura. Pero imaginate que si estás obligado a permanecer solo por un largo tiempo, hasta el libro más basura te puede decir un montón de cosas. Si uno exprime un libro, podrá sacar muchas conclusiones. Podrá interrogarse acerca de esa basura que tiene frente a sus ojos. ¿Por qué lo escribieron? ¿Qué quisieron trasmitir? ¿Tiene sólo un fin comercial? ¿Al servicio de qué? ¿Es realmente tan basura como me pareció al principio?
Bueno, bueno... no todos los libros tenemos que leerlos para tomar decisiones de vida o muerte. Muchas veces leemos sólo para entretenernos, porque necesitamos distraernos, disfrutar, sentirnos más acompañados. En ese sentido también nos alimentamos de ellos, pero en esos casos no cambian nuestra vida, ni nos potencian para ser más productivos con nuestro patrimonio (incluyendo en la palabra patrimonio, por supuesto, el patrimonio inmaterial).
Yo defiendo la capacidad de saborear los textos. Si llegamos a tener la sensibilidad como para saborearlos, es muy probable que aprendamos mucho de ellos.
¨Una imágen dice más que cien palabras¨. Para el buen observador, eso es cierto.
Para el autor de un texto, el hecho de que sea modificado en la web puede distorcionar, o incluso dar vuelta, lo que el autor quería trasmitir originariamente. Ojo con eso!
Un texto extra breve, como por ej. los haiku japoneses, nos pueden dejar pensando toda la vida. Podemos volver a ellos y encontrarles sentidos diferentes, o enriquecer lo que habíamos interpretado en un primer momento.
Como dice Mieres, el lector es el que completa el libro. Sin el lector el libro no tiene sentido. Es el lector quien le da sentido a lo que lee. Incluso la interpretación del lector puede ser muy distinta a la del propio escritor.
Muchas veces somos lectores superficiales porque somos presa de la ansiedad. Sea por cuestiones mas bien personales o por el ritmo de vida en el que vivimos, nos vamos acostumbrando a adoptar una actitud sobervia frente al texto. Le damos una ojeada y ya creemos saber de qué viene.
Un libro precisa tiempo. Para incorporarlo tenemos que digerirlo, sobre todo si es un plato fuerte.
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