A medida que se sucedían las internaciones de
papá en el establecimiento penitenciario, demoraba más tiempo en salir.
Él era un hombre flaco, alto, con el pecho
hundido como si fuera asmático (sin serlo), cabello totalmente blanco, orejas
enormes muy pegadas al cráneo, labios casi invisibles y ojos grandes, marrones,
tristes, ... muy tristes y expresivos. Al menos para mí.
Por este motivo es que era yo, su hijo mayor,
el encargado de ir a visitarlo, llevarle comida, ropa, medicamentos, libros,
baterías para la radio.
Nos sentábamos frente a frente en la sala para
recibir visitas, cada uno tomaba el auricular y casi no hablábamos. Nos
mirábamos. Yo le sentía la respiración y lo miraba.
Su mirada a veces se concentraba en mis ojos y
otras veces perdía convergencia para mirar detrás de mí.
Cuando el guardia daba por terminado el tiempo
de visita, yo me iba más sabio de lo que había llegado porque nuestra
comunicación me había enriquecido con lo que yo necesitaba saber.
Vivíamos en el campo y cuando no estaba
encarcelado, pasaba todo el día en el laboratorio, haciendo experimentos con
mamíferos.
Cada tanto llegaba un camión refrigerado
enorme para que unos obreros totalmente vestidos con túnicas blancas, le
cargaran cajas muy pesadas.
Otras veces llegaba un ómnibus con vidrios
oscuros. En este caso, unos guardias desconocidos para mí, formaban un círculo
que impedía la aproximación.
Algunas veces sentí el brevísimo llanto de un
niño pequeño, lo cual me ponía muy nervioso y me quitaba el sueño por semanas.
Otras veces venía la policía y se lo llevaba
para un nuevo juicio y reclusión.
Fue una vida muy extraña sólo para mí, porque
mis 23 hermanos se divertían con todo tipo de juegos. Yo no participaba por ser
el mayor y a quien papá le había prometido dejarle todos los secretos de sus
investigaciones biológicas.
En una de las visitas a la cárcel y ya casi al
final de la muda «conversación»,
me dijo:
— Cuando salga de acá empezaré a enseñarte lo
que te había prometido. Aprenderás a usar vacas como vientres de alquiler para
embriones humanos. La que te gestó ya no está.
(Este es el
Artículo Nº 1.557)
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10 comentarios:
Ahora resulta que nos compara a las madres con vacas!!!
No doy crédito a lo que leen mis ojos!
Así que ese científico se dedicaba a implantar embriones humanos en el útero de las vacas. ¿Y para qué, con qué finalidad? ¿Es por eso que el chico tenía tantos hermanos?
El óvulo que usaba era el de una mujer, supongo.
Sí, el óvulo era de una mujer, porque al final del cuento dice que las vacas eran usadas como vientres de alquiler.
Es tan lindo estar embarazada y amamantar!!! El parto duele en pila, pero qué importa, después pasa. No imagino que razón habría para usar vacas como vientres de alquiler.
Lo que pasa es que la vaca es el mamífero más materno que existe, con esas ubres grandotas, su vida pacífica... Y además pensemos que de la vaca lo único que no usamos es el mugido. Tomamos su leche, comemos su carne, usamos su cuero, usamos la bosta, hacemos manteca, quesos, etc. Y de la mamá, el bebito usa todo, y ella le da todo lo que tiene: su leche, su amor, contención, cuidados y todo lo que sabemos que da una madre, especialmente en los primeros años de vida. Así que pensar a las madres como vacas no me parece despectivo, es una metáfora original.
No le busquen tantas razones y explicaciones. Es un cuento que usa la imaginación y la fantasía. Disfrutémoslo, como disfrutamos de Gabriel García Márquez.
Después de esta me debe una, Mieres.
Cuando el padre estaba en la cárcel, capaz que las vaquitas ayudaban a este muchacho a cuidar de sus 23 hermanos.
Juzgando por la foto, tenemos que reconocer que la vaca era una vaca linda.
Ja, de las vacas no usamos el mugido pero de la madre usamos el arrorró!
JAJAJAJA!!! che, tenés razón!
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