lunes, 16 de abril de 2012

El fracaso ajeno

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Nos sentimos orgullosos de las proezas humanas aunque secretamente alentamos la esperanza de que esos grandes triunfadores fracasen estrepitosamente.

Hoy (15-04-2012) se cumplen 100 años del hundimiento del Titanic.

Como no podía ser de otra manera, todos los medios de comunicación hacen sus notas (originales, recicladas, copiadas), sobre aquella tragedia que tuvo la extraña particularidad de ser especialmente recordada, inclusive más que otras de mayor gravedad en cuanto a la pérdida de vidas humanas.

Algo que estimula la reflexión es averiguar la causa por la que este recuerdo es tan perdurable, por la que el caso es tan famoso, por la que se han tejido tantas historias, filmadas o no.

Según una nota publicada ayer por los redactores de la cadena CNN en español (1), la causa estaría dada en la fuerza dramática del accidente.

Esa «fuerza dramática» se concentra en que la población siniestrada (los ocupantes del buque) se vio en la necesidad de tomar una decisión final, a luchar contra un desastre que había sido expresamente imprevisto pues los armadores del barco aseguraban que era imposible de hundir.

El artículo de CNN agrega que la otra gran tragedia que permanecerá en el recuerdo por contener similares características (decisión final, imprevisibilidad), es el abatimiento de las Torres Gemelas del 11-09-2001.

La fama del hundimiento del Titanic tiene para el psicoanálisis causas diferentes.

Cuando los humanos hacemos algo que nos sorprende por su magnificencia (las pirámides de Egipto, el Titanic, el avión supersónico Concorde), quedamos maravillados de la proeza, orgullosos de nuestra superioridad sobre el resto de los animales pero en espera de un estruendoso fracaso.

Quizá el Titanic sea recordado porque nos dio la satisfacción de fracasar, el Concorde quedó inactivo por problemas técnicos y como las pirámides aún no se cayeron, suponemos que fueron construidas por extraterrestres.

(1) Nota periodística sobre el hundimiento del Titanic

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En mi servidor personal

(Este es el Artículo Nº 1.544)

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12 comentarios:

Evaristo dijo...

Sus puntos de vista son muy originales -y se lo digo sin sarcasmo-. No puedo descartarlos, más teniendo en cuenta que no somos conscientes de la motivación última de nuestros actos y reacciones. Pero le confiezo que me resultan bastante sorprendentes.

Silvina dijo...

Creo que, secretamente, nos deleitan los fracasos ajenos, porque somos envidiosos. Si el otro fracasa, nuestros propios fracasos se nos hacen más soportables.

Evangelina dijo...

De ninguna manera estoy de acuerdo de que todos seamos envidiosos. Existen personas con el alma pura.

Facundo Negri dijo...

Lo que pasa es que los fracasos nos marcan más que los aciertos.

Tania dijo...

Me parece que las grandes pestes que se llevan muchas vidas humanas son menos recordadas, porque creemos que son evitables. En cambio, a los accidentes los vemos como errores humanos que se podrían prevenir y eludir.

Andrés dijo...

A menudo lo que nos parece imposible, termina siendo mucho más posible de lo que creíamos.

Lautaro dijo...

En el fondo de nuestro inconsciente sabemos que no somos más que animales.

Filisbino dijo...

Quizás las pirámides fueron saqueadas, no sólo por los tesoros que contenían, sino también porque algo tan maravilloso, producto del esfuerzo humano, tenía que ser saboteado de alguna manera.

Alba dijo...

No puedo cree que los humanos seamos tan perversos, Filisbino. No sé si aplico la palabra ¨perverso¨ de manera correcta según el psicoanálisis, lo digo desde el lenguaje común.

Marcia dijo...

Cómo vas a decir que los humanos no somos tan perversos!! En qué mundo vivís!!!!!

Beatriz dijo...

¿Cuál es el beneficio inconsciente de fracasar? Con todo lo que nos duele! Se ve que tenemos un lado masoquista bastante importante.

Irene dijo...

Puede que el beneficio de fracazar venga por el lado de que al fracasado, aunque se lo vea con desprecio, también se lo ve débil. Y al débil, de pronto porque en nuestro instinto está el cuidar a los cachorros, se lo sobreprotege.