lunes, 2 de abril de 2012

El miedo y la moralidad

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Deseamos ser considerados buenos ciudadanos aunque quizá solo podamos ser ciudadanos que temen las normas que castigan las transgresiones.

No es lo mismo decir que alguien es un ciudadano honesto a decir que ese mismo ciudadano no se anima a transgredir las normas que prohíben ciertas acciones y actitudes.

Aunque el resultado es el mismo y el deseado, es decir, que ese ciudadano no perturba la convivencia, quizá sea interesante saber de qué estamos hablando cuando evaluamos la conducta de nuestros semejantes.

Se podría pensar que hacer esta evaluación es incorrecto pues nadie debería ser juez de los demás, pero sí es interesante saber qué ocurre con los otros ciudadanos porque, de una u otra manera, siempre tomamos como referencia para nuestra conducta qué hacen los demás.

En suma: los buenos ciudadanos son aquellos que no perjudican la convivencia, porque:

— Están de acuerdo con las normas y las aceptan de tan buen grado que podrían haberlas votado en el parlamento que alguna vez las aprobó; o porque

— No están de acuerdo con las normas pero temen ser descubiertos, denunciados, juzgados y perjudicados por las sanciones que esas normas tienen previstas para castigar a los incumplidores.

Si estas evaluaciones las hacemos al solo efecto de ubicarnos y adecuar nuestra conducta de forma adaptativa al colectivo que integramos, es interesante reconocer que todas las malas ocurrencias que pasan por nuestra mente son naturales y en definitiva es igualmente válido que terminemos siendo honestos aunque sea por cobardía y no por moralidad.

Quizá desearíamos tener argumentos para decir que somos buenas personas pero también podemos conformarnos si sólo terminamos concluyendo que somos malas personas pero tan temerosas de las sanciones que amenazan a los transgresores, que acabamos aparentando ser honestos, virtuosos, decentes.

Además, quizá no existan buenas personas sino solamente personas temerosas.


(Este es el Artículo Nº 1.530)

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13 comentarios:

Manuel dijo...

De última, y ante los demás, somos lo que hacemos.

Olegario dijo...

Supongo que existen personas convencidas de no transgredir ciertas normas. Personas a las que gratifica esa conducta y les reafirma su personalidad. La forma de ser que los hace sentir cómodos.

Cecilia dijo...

La honestidad es una buena norma de convivencia. Nos hace confiables, y ante una persona confiable uno se entrega.
A menudo la honestidad nos pone contra la espada y la pared. Pasa a veces que ser honestos nos puede costar muy caro. Hacernos mucho daño a nosotros mismos y hacerle daño a otros.

Gabriela dijo...

Creo que para ser honesto hay que poder alinear lo que uno piensa, con lo que siente y desea. Si la libertad existe, puede definirse como esa sensación de integridad.
¿Qué pasa cuando pensamos una cosa y sentimos otra que traiciona lo que pensamos? En esos casos surge el conflicto, la lucha interior. Y no sabemos, cuando vivimos esos conflictos internos, si los vamos a poder resolver o si nos van a seguir angustiando por siempre.

Luis dijo...

Será igualmente válido ser honesto por miedo que por moralidad, pero está claro que serlo por miedo puede llegar a hacer mucho daño.

Evaristo dijo...

A veces respetar las normas sólo al efecto de no ser sancionados, puede ser una elección inteligente. Porque puede suceder que no estemos de acuerdo con todas las normas. ¿Qué hacemos cuando debemos respetar una norma que contraría nuestro más profundo convencimiento?. Supongo que lo más sano es revelarnos. Podemos revelarnos de distintas maneras. Pueden juntarse los que no están de acuerdo para ser más fuertes y combatir de manera explícita lo que rechazan. Se puede enfrentar la norma solo, gritándolo a los cuatro vientos y terminar siendo aniquilado. Y se puede sortear la prohibición de manera secreta, guardando las apariencias.
Cuál de esos caminos tomar, creo que es algo que no se elige. El camino nos toma a nosotros. Cada cual lo resuelve de la única manera que puede. Eso no significa que todas las maneras den lo mismo. Hay mejores y peores maneras. Depende también de la circunstancia.

Irene dijo...

Se puede estar de acuerdo con una norma, pero no poder cumplirla.
Yendo a un caso extremo; un pedófilo puede estar en contra de la pedofilia, y pedir que se lo castre porque no puede controlarse.

Silvia dijo...

Ser honesto por cobardía, entristece y degrada.

Adriana dijo...

Dicen que todo lo prohibido atrae. Quizás todos tengamos algo de esa atracción hacia lo prohibido. Hacia lo desconocido que despierta nuestra fantasía. En lo que no se conoce podemos depositar nuestras esperanzas y nuestras ilusiones. Lo conocido, siempre en algún punto nos defrauda.
Además hacer lo que no se puede o no se debe, nos da una sensación de valentía y fortaleza.

Enrique dijo...

A muchos las apariencias los autoconvencen. Porque me cuesta entender que alguien se conforme con vender una apariencia. Salvo que lo necesite para algún fin concreto.

Marcia dijo...

Todos nos pasamos vendiendo apariencias, Enrique! ¿O acaso vos te comportás igual estando solo que acompañado? No es necesario tener un asesor de imagen para vender apariencias. Eso lo hacemos casi naturalmente, y también podemos hacerlo de manera cuidadosa y planificada.
Igual entiendo lo que decís. De que sirve disimular una arruga si cuando te lavás la cara y te mirás al espejo, la ves.

Lucía dijo...

A las personas que tienen una imágen, casi diría que maravillosa, de si mismos, no las puedo entender. No me doy cuenta si es que se justifican inconscientemente o si están orientadas a ver sólo lo positivo (cuando se trata de si mismas).

Sofía dijo...

Puede que te lleve a ser mala persona (perjudicar a otros) el hecho de no tener claro qué es lo que uno quiere. Cuano eso no lo tenemos claro, un día decimos convencidos una cosa, y otro día otra. Eso perjudica a quienes conviven de un modo u otro con nosotros, porque de pronto pueden encontrarse con conductas o reacciones inesperadas que los perjudican, que los lastiman.