domingo, 23 de octubre de 2011

La obsesión por los asaltos

Clarisa quiso ser religiosa pero finalmente los padres la disuadieron pensando en un destino mejor para ella.

Aunque no les faltaban recursos para disponer de buenas cuidadoras y chofer para cuando envejecieran, una hija tiene la ventaja de ser más confiable que cualquier extraño.

Bueno, esto no es exactamente así, pero lo que importa aquí no es la verdad sino lo que estos adultos mayores consideraban como cierto, pues a la postre eran ellos quienes querían cambiar la decisión de la muchacha.

Los otros hijos formaron sus familias y cada poco tiempo se reunían aunque sin contar con la presencia de «la tía soltera», pues a todos les había dicho que no le gustaban las reuniones cuyo principal objetivo fuera mover permanentemente la boca para masticar, beber o hablar.

La salud la acompañaba con moderación: casi nunca se enfermaba como para guardar cama pero siempre tenía algún padecimiento del que no hablaba.

Quienes la conocían sabían qué órgano le llamaba la atención porque ahí apoyaba su mano blanca, de piel casi transparente, delgada y muy cálida para quienes tuvimos la suerte de ser acariciados por ella.

Un día no tuvo ganas de levantarse. Pidió que le llevaran un té con tostadas y luego estuvo en su dormitorio tocándose el bajo vientre derecho.

Al segundo día la situación se convirtió en alarmante. El médico notaba signos de intoxicación, virosis, apendicitis, anemia o, por supuesto, cáncer.

Fue internada, monitoreada, el agravamiento se aceleró, el diagnóstico continuó incierto y el nerviosismo creció hasta detenerse contra un paro cardíaco terminal.

Aparecieron de todos lados personas que la querían y que sufrieron su muerte, incluido un hombre que sigue enamorado de ella.

Un mes después la policía habló con los padres para decirles que quizá lo de Clarisa fue un homicidio y solicitaron realizar una autopsia.

En una de las cajas del supermercado al que ella concurría, un psicopático inventor había instalado un dispositivo anti asaltos en el box ocupado por su novia. El artefacto dispararía a la altura del vientre del asaltante una pequeñísima partícula metálica envenenada.

Alguna maniobra involuntaria de la cajera hizo que ese proyectil penetrara en el cuerpo de Clarisa.

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8 comentarios:

Carolina dijo...

Yo compraría un libro con ese título. Con cuentos todos de asaltos. Todo tipo de asaltos. Contados desde el punto de vista de las víctimas unos, y otros contados por los victimarios. Un libro con mucho suspenso y humor negro. Y compraría ese libro, con esa tapa y ese autor.

Evangelina dijo...

Muchos jóvenes carecen del apoyo y del aliento necesario como para iniciar el camino religioso. Es una lástima que la carencia de los padres, determine las carencias de los hijos.

Morgana dijo...

Siempre supuse algo siniestro atrapado en la arquitectura de los supermercados. Esos lugares donde la gente concurre en masa y se distrae, son muy atractivos para realizar experimentos dotados de intenciones oscuras.

Lucas dijo...

Y el psicopático inventor ese qué quería, qué culparan a su novia?

Magdalena dijo...

Si yo hubiese estado en el lugar de Clarisa, no habría tenido a nadie que me llevara el té con tostadas.

Martín dijo...

Los nerviosismos de mi madre crecen hasta detenerse contra un frasco de pastillas.

Rosana dijo...

Estoy harta de leer los comentarios sarcásticos e inmaduros de Martín, siempre hablando de su mami, como si no tuviera vida propia y ella fuera la culpable de todos sus males.
Es hora de que cambies, nene!

Anónimo dijo...

La que tiene una partícula metálica en el ombligo, que me envenena la cabeza es la niña que me robó el corazón.