sábado, 16 de julio de 2011

Aliviarnos de la desgracia ajena

Para resolver nuestra angustia ante la desgracia ajena pensamos «a mí no me va a pasar» y la víctima «algo habrá hecho».

Con diferente intensidad todos estamos preocupados por nuestra salud, seguridad, vida.

La aparición de alguna señal (dolor, accidente, noticia) nos aumenta esa intensidad y cuando nuestro entorno (interior y exterior) carece de excitantes, podemos pasar algunas horas, días y hasta semanas, sin acordarnos de nuestra salud, seguridad y vida.

Esta intensidad está vinculada no solamente con las características del estímulo (dolor desconocido, inmovilidad sorprendente, pérdida de visión) sino también con nuestra particular forma de evaluar su gravedad.

Dicho de otro modo: algunas personas somos más temerosas, aprensivas o desconfiadas que otras.

Un pensamiento tranquilizante muy difundido se caracteriza por tener la convicción que se resume en la frase «a mi no me va a ocurrir».

Otro pensamiento tranquilizante similar se caracteriza por suponer que nuestra conducta incluye inteligentemente las precauciones suficientes para quedar a salvo de todas esas peripecias que le ocurren a quienes nos rodean.

En otras palabras: cuando vemos que un vecino se enferma, un pariente se accidenta o un conocido es asaltado, sufrimos una identificación inevitable (porque el perjudicado es un semejante) que rápidamente podemos anestesiar pensando algo así como «el damnificado algo habrá hecho para padecer ese daño».

Este razonamiento tranquilizador debe poseer todas las características de una certeza, convicción, verdad irrefutable. Así necesitamos que sea nuestra reacción para lograr la serenidad buscada.

La consecuencia ya la conocemos: para respaldar esta creencia salvadora, nos paramos frente a nuestro semejante debilitado por su mala suerte, no en actitud colaboradora sino inspectiva, acusadora, recriminatoria.

Esta reacción tan poco solidaria es coherente con nuestra convicción tranquilizadora de que el infortunado «algo habrá hecho» que nosotros nunca haríamos y por eso «a mí no me va a ocurrir».

Artículos vinculados:

La fe es un sentimiento enfermizo

¿Todos somos culpables (pecadores)?

●●●

7 comentarios:

Rosana dijo...

Es increíble como en nosotros puede convivir la incertidumbre temerosa, con la convicción de que las desgracias están allá, bien lejos.

Rocío dijo...

La muerte aprovecha los velorios y el camposanto, para metérsenos por los ojos y helarnos el corazón.

Paty dijo...

Es cierto, cuando no tomo café me preocupo menos por mi salud.

Andrés dijo...

Tomar precauciones es razonable y ayuda, pero no te garantiza la salvación, porque no siempre querer es poder.

Marcelo dijo...

Una manera eficiente de aliviarnos de la desgracia ajena, es concentrarnos en la propia.

Oliverio dijo...

Varias veces escuché la frase: "las va a pagar en vida". Para que suceda así, primero hay que hacer algo malo y después tener una desgracia. Esta última será interpretada como el castigo correspondiente a la mala acción y dejará a los "justicieros" contentos. Pero cuando sucede al revés, cuando no recordás haber hecho nada merecedor de la suegra que tenés, las deudas por pagar y el desbalijamiento de la casa en la playa, entonces, deberás recurrir a tus enemigos para que ellos te pongan al tanto de aquello terrible que algún día habrás hecho.

Fabián dijo...

Cuando alguien recibe castigo preferimos pensar que algo habrá hecho. Detenernos a indagar lo sucedido podría llegar a ser demasiado angustiante.