La buena convivencia entre familiares parece obligatoria
pero no lo es. El amor es una pretensión cultural que no siempre se satisface.
La misma situación en culturas diferentes,
puede ser interpretada de modo muy distinto. Lo que en una es algo digno de
festejar en otra puede provocar un duelo tristísimo.
Gran parte de nuestros problemas son provistos
por las dificultades en los vínculos, tanto sea con nuestros seres más cercanos
(padres, hermanos, amigos), como con otros integrantes de la sociedad
(proveedores, funcionarios, profesionales).
Algunas dificultades son percibidas como
negativas en cualquier cultura y otras pueden ser toleradas o repudiadas según
quién las interprete.
¿Es bueno o malo que los hijos se lleven bien
con los padres? En la cultura occidental predomina la preferencia por la buena convivencia,
por el amor, la tolerancia, la colaboración, la hospitalidad, la solidaridad
entre los integrantes de una familia.
Con tan solo 20 dedos por persona no nos
alcanza para enumerar la cantidad de veces que esto no ocurre.
En general, cada vez que un hijo se lleva mal
con los padres o los hermanos, surge un fuerte malestar.
Más allá de cómo la cultura judeo-cristiana
(predominante en occidente) «dice» qué sentimientos debemos tener hacia nuestros familiares, lo
cierto es que la buena convivencia no depende de la consanguinidad sino de
otros factores, de los que aún se sabe muy poco.
Esta falta
de explicación de por qué tenemos vínculos gratificantes con algunas personas y
con otras no, nos concede la libertad de suponer que no es obligatorio que
debamos llevarnos bien con los familiares, o, dicho de otro modo, es cuestión
de suerte que los hijos sientan amor por los padres, hermanos, tíos, abuelos.
Según sea
la filosofía de cada familia, algunos podrán amargarse la vida por las
discrepancias y otros no.
(Este es el Artículo No. 1698)
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