jueves, 31 de mayo de 2012

Varones productivos y mujeres reproductivas



Las mujeres se gratifican confirmando que son muy «reproductivas» y esto solo pueden evaluarlo otras mujeres.

Existen mujeres tontas que se quejan de su escasa visibilidad en la ciencia, la pintura, la literatura, la escultura, la filosofía, la música, el cine (como directoras y productoras), el deporte…

Ocurre que ellas tienen menos protagonismo en las ramas de la actividad típicamente «productivas» porque estas están desesperadamente acaparadas por los varones, quienes por no disponer del aparato reproductivo que ellas tienen, reaccionan furiosos, tratando de no sentirse inferiores.

En su afán de aplastar a personas tan avasalladoras, los varones también desarrollamos nuestra creatividad para lograr que ellas, las diosas, las que disponen del cuerpo más completo e increíble, nos envidien.

Por este éxito de nuestra publicidad a favor del sexo masculino, encontramos a muchas «tontas», «ingenuas», «sugestionables», que intentan igualarnos.

Es como si un rico que vive cómodamente en un alojamiento amplio, luminoso, ventilado, con un excelente panorama visible desde sus ventanales, intentara cambiarlo por una choza endeble, pequeña y maloliente.

Efectivamente, el sexo masculino apela a las técnicas publicitarias para darnos aliento a nosotros mismos («miren que bien jugamos fútbol», «observen la fábrica de bombas atómicas que administramos», «fíjense cómo salimos de la atmósfera y a veces volvemos»).

Las mujeres no necesitan la «visibilidad» a través de grandes proezas, necesitan la visibilidad literal. Necesitan ser vistas, miradas, y, sobre todo, admiradas.

Lo que ellas necesitan es que otras mujeres las miren y si algún varón les dice un piropo, bien venido sea. Hasta se alegran cuando un perro las huele y se deja acariciar, o un gato se refriega contra sus piernas en señal de aprobación.

Lo realmente imprescindible para ellas es ser observadas por otras mujeres para confirmar, una y mil veces, que son tan «reproductivas» como para generar envidia.

(Este es el Artículo Nº 1.589)

miércoles, 30 de mayo de 2012

El libro es para niños e Internet es para adultos



El libro es un producto para personas dependientes y el mismo texto en la web es un producto para personas independientes.

— «No quiero que me des, solo dime dónde hay»;
— «No me des el pescado, solo enséñame a pescar».

Estos dos enunciados nos hablan de alguien que no quiere ser dependiente de los demás, aunque sí acepta que le den información o que le enseñen para luego valerse por sí mismo. Quienes así hablan parecen estar deseosos de evolucionar, desarrollarse, acceder a la autonomía de una persona adulta.

Para agregarle énfasis, señalo también la actitud opuesta:

«¡Dame una ayuda por favor!»:
— «Si tienes tanto pescado, ¿por qué no me regalas una pequeña parte, que para ti sería poco y para mí sería mucho?»

En términos de alimentación, de calmar el hambre, uno pediría que le indiquen dónde hay alimentos para poder hacerse la comida mientras que el segundo intentaría que le sirvan la comida ya preparada.

Para terminar, uno se presenta como un adulto autosustentable y el otro como un niño dependiente. El primero está dispuesto a trabajar y el segundo está esperando que otros trabajen por él.

Con esta introducción, retomaré brevemente los temas tratados en otros artículos (1) dedicados a debatir sobre si los libros son peores, iguales o mejores que los mismos textos instalados en la web (Internet).

Les adelanto la conclusión:

El libro es un producto terminado, que el lector sólo tiene que leer mientras que el mismo texto en la web es un insumo, un ingrediente, un producto primario, con el que el lector tendrá que preparar su propio texto.

El libro es «el pescado» y el texto en la web es el comienzo de una tarea que puede ser interminable.

Efectivamente, gracias al hipertexto (2), el lector de Internet «construye» su propio texto.

 
 


(Este es el Artículo Nº 1.588)

martes, 29 de mayo de 2012

Cuando el lector no asimila lo que lee



Para un lector que no asimila lo que lee, poco importa si se informa con documentos o con borradores electrónicos.

En otro artículo (1) les comentaba que un libro, en su formato tradicional, impreso sobre papel, equivale a un documento, mientras que el mismo texto, puesto en su versión digitalizada y navegando en la web, equivale al borrador del mismo libro.

La diferencia entre uno y otro es que el formato tradicional constituye un compromiso del escritor y de la editorial (porque es inmodificable), mientras que la versión digital está más expuesta a ser modificada en cualquier momento por quien tenga el acceso al archivo que circula en la web.

La mutabilidad de los textos que circulan en Internet es una característica que provoca un fenómeno inexistente hasta ahora: el lector tiene que verificar la confiabilidad de cada cosa que lee.

Claro que el 99% de los lectores no hacen grandes cosas con lo que leen, tanto en un libro como en la web. La garantía de confiabilidad es muy diferente entre un paracaídas y los contenidos de un texto.

El 99% «le pasa la lengua» (prueba, saborea) los textos, especialmente a las imágenes que lo acompañan. Suelen no «alimentarse» de ellos, suelen no tomar decisiones de vida o muerte, no invierten su patrimonio en base a los libros o a la web.

En muchos casos los libros tradicionales son objetos decorativos para quienes creen que aportan elegancia, prestigio o seriedad. También son usados para rellenar algún lugar de la casa o para pasearlos bajo el brazo. Poseen además algo de fetiche erótico para quienes pretenden emitir el mensaje «miren que no solamente tengo belleza física».

Ni un libro ni un archivo electrónico tienen alguna utilidad si el lector es un sujeto superficial que no asimila lo que lee.


(Este es el Artículo Nº 1.587)

lunes, 28 de mayo de 2012

Los libros son documentos



Un texto publicado en un libro es un documento mientras que ese mismo texto en la web es el borrador del documento.

Los libros son objetos adorables para muchas personas e indiferentes para otras.

Si bien los gustos no tienen explicación, porque son algo que nos ocurre, a veces contamos con hipótesis que podrían ser explicativas de por qué algo nos gusta (o nos disgusta).

A partir del momento que encontramos una posible explicación (hipótesis) de alguna preferencia, nos surge la sensación de que podemos influir sobre la causa supuesta para producir modificaciones que nos aporten la agradable creencia de que podríamos influir (controlar) los deseos ajenos.

En otras palabras, cuando creemos conocer las causas de algún fenómeno, sentimos la agradable sensación de que podríamos controlarlo, para que ocurra, para que no ocurra, o para que ocurra de otra forma.

Ahora comparto con ustedes una hipótesis de por qué muchas personas prefieren libros en vez de leer los mismos contenidos en el monitor de una computadora.

El núcleo de esta opción puede estar en la diferente seguridad que ofrece uno y otro medio.

Efectivamente, el libro es algo que el autor tuvo que revisar obsesivamente porque después de ser imprimido, encuadernado y vendido, ya no se podrán modificar sus contenidos.

Sin embargo, el mismo texto puesto en un sitio web, puede ser cambiado cuantas veces lo desee quien tenga los permisos necesarios para editarlo, modificarlo y guardarlo nuevamente.

Dicho de otro modo: prefieren los libros quienes piensan que el ser humano es inseguro, cambiante, irresponsable, imprevisible o deshonesto, todo lo cual es cierto. No están equivocados quienes rechazan la web porque sus administradores son menos confiables que los editores de libros.

El mismo texto, en un libro es un documento y en la web es el borrador del documento.

(Este es el Artículo Nº 1.586)

domingo, 27 de mayo de 2012

Cambio de actitud


— Sabes lo que ocurre, tío?, ella es muy delicada, tiene la piel finísima, blanca, suave, y a mí me da miedo lastimarla—, dijo mi sobrino, perturbado porque su enamoramiento lo atormenta.

Esta jovencita de su misma edad pertenece a un grupo de religiosos laicos que se dedican a hacer obras de caridad para la parroquia a la que pertenecen.

Se conocieron en esa tarea, ambos son muy devotos y parecen dotados de una gran santidad, lo que en psicoanálisis interpretamos como «una gran ingenuidad puesta al servicio de ocupar la mente en otros asuntos que los hagan olvidar de los intensos deseos que poseen» ..., o de los que son poseídos, correspondería decir.

— Ella dejó a su anterior novio porque era un mal hablado y fumaba—, continuó diciendo mi angustiado sobrino.

Su tono de voz me encendió una luz roja porque algo estaba presentándose «patas arriba» y, para entenderlo, tuve que imaginármelo al revés.

— María es muy responsable y por todo se amarga la vida. Está preocupada porque la madre a veces discute con su padre, no sabe cómo hacer para que su hermanito haga los deberes de la escuela, desearía tener un mejor empleo para ayudar en la economía de su casa, …—, continuó el enamorado.

Ahora la cantidad de «luces rojas» empezaron a encandilarme. Acá hay gato encerrado, pensé para mis adentros.

— Yo siento veneración por ella, quiero respetarla, adorarla, tenerla en un pedestal, complacerla en todo lo que insinúa que le gustaría tener—, continuó.

Ya sé que cuando los dichos del consultante me obligan a que cambie el cruce de mis piernas, es porque el cuerpo exige que «me ponga en marcha» con alguna interpretación enérgica, audaz, estimulante.

— Así que te inspira mucho respeto, veneración, adoración; pero a vos, ¿qué te gustaría hacer?—, le pregunté sin más vueltas.

— Por eso te consulto, tío. Yo quiero ser un degenerado, avasallarla, penetrarla como un salvaje, morderle esa piel casi transparente que ella tiene—, aulló mi sobrino, casi perdiendo el control.

— Pues bien, querido sobrino, existe la posibilidad de que eso mismo sea lo que María te está pidiendo. Ella quiere que la trates como a una hembra y quiere cambiar sus re-mordimientos hacia la familia por mordiscos tuyos que le dejen marcas que luego pueda admirar cuando se baña. Probá empezando de a poco y después me contás.

Ya a la siguiente sesión no vino y por teléfono me dijo, radiante:
— ¡Tío! Sos el mejor!! ¡¡Acertaste!!

(Este es el Artículo Nº 1.585)

sábado, 26 de mayo de 2012

El temor a discrepar



Nuestra mente se bloquea atemorizada para pensar ideas diferentes a las que sustenta la mayoría.

Hans Christian Andersen fue un escritor para niños que nació en Dinamarca en 1805 y que murió en ese mismo país setenta años después.

Sus cuentos más divulgados fueron El patito feo y La sirenita, sin embargo me interesa hacerles un comentario sobre otro cuento, menos conocido por los niños y más conocido por los psicoanalistas, titulado El traje nuevo del Emperador (1).

Se dice que los cuentos para niños son una metáfora del mundo infantil, en la que siempre están representadas las grandes figuras: el padre, la madre, el bueno, el malo.

En este cuento es probable que «el Emperador» sea una metáfora de la figura paterna de los pequeños lectores.

Pues bien, el personaje literario es un señor que gasta mucho dinero en vestimenta y, aprovechando esa característica, un par de pillos decidieron estafarlo.

Para ello le hicieron creer que eran capaces de fabricar una tela que sólo podían ver las personas más inteligentes pero invisible para los tontos.

Los estafadores sólo hacían movimientos como si tejieran con hilos invisibles para los más tontos. Como nadie, ni el propio emperador, querían pasar por tontos, todos mentían sobre la visibilidad del supuesto tejido.

En suma: El emperador no quería perder autoridad ante los subordinados y estos no querían exponerse a las burlas que suelen padecer los realmente tontos. Mientras tanto, los pillos seguían pidiendo más y más dinero para seguir «tejiendo la tela invisible».

El comentario que intento compartir con ustedes es que esto mismo ocurre con los prejuicios colectivos, con la ideología dominante, con el pensamiento oficial: en todo colectivo creemos tener la obligación de pensar como los demás y creemos tener prohibido discrepar, por temor no sabemos bien a qué.

 
(Este es el Artículo Nº 1.584)