El humor desplegado por los payasos nos hace reír porque nos
sorprende saber cómo somos personalmente sus espectadores.
Un rasgo que encontramos frecuentemente en la
apariencia de los payasos, es la exageración. Usan zapatos y ropas mucho más
grandes que su cuerpo y los colores del cabello, el rostro y la vestimenta,
tienen tonos subidos, estridentes, llamativos, escandalosos.
Generalmente se dirigen a su público gritando,
haciendo gestos extravagantes y repitiendo estereotipadamente algunos de ellos.
La exageración es uno de los recursos que
encontramos frecuentemente en los chistes de los payasos y en casi cualquier
espectáculo humorístico.
Este conjunto de cosas, están destinadas a
provocarnos risa a gente de casi todas las edades. La genialidad del artista
incluye emocionar a personas de muy variado sentido del humor, cultura,
lenguaje.
Según parece, el humor, la risa, lo gracioso,
es el resultado de una sorpresa por algo que no debería asombrarnos y que, para
ser muy breve definiría así: «¡No puedo creer que ese sea yo!»
Nuestras
mentes se manifiestan por el resultado final (resultante) de dos fuerzas: un
impulso instintivo y una represión cultural.
Generalmente
no sabemos cuál es uno y cuál es otro, pero podría sugerir que el payaso nos
muestra cómo es nuestro instinto parcialmente liberado de la contención (freno,
represión, vergüenza).
Por
ejemplo, nuestra piel funciona como un envase, un continente, un forro. Ella se
ajusta perfectamente a nuestro cuerpo. La vestimenta normal también se ajusta
cómodamente a nuestro volumen. El payaso, con ese atuendo más grande que lo
habitual, nos sugiere que los rasgos culturales que nos obligan a vestirnos
(para no andar desnudos), están parcialmente distendidos.
Otro
ejemplo: la conducta, el respeto, la moderación en nuestro desempeño social, es
parcialmente transgredida por el payaso, para hacernos reír de cómo seríamos si
fuéramos más atrevidos, groseros, temerarios.
(Este es el
Artículo Nº 1.642)
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11 comentarios:
Durante toda la escuela y el liceo fui el payaso de la clase. Llegó un momento que quise cambiar. Era difícil porque mis compañeros no me dejaban. Siempre estaban todos expectantes de mis chistes, de mis macacadas. Aprendí a hacerme el serio, pero apenas me rascan un poquito me sale el payaso. Al fin y al cabo ese soy yo y no está tan mal.
La ropa más floja nos permitiría mayor libertad de movimientos. Pero los movimientos libres nos dan miedo. Preferimos marchar en fila, guardando distancia, usando uniforme.
¿A quién no le gustaría, en lo más íntimo de su ser, ser el centro de las miradas, dar el espectáculo, hacer reír, ganarse el favor y los aplausos de adultos y niños?
Algunos jóvenes se animan a teñirse el cabello de verde, de violeta, de azul. Es esa locura linda y desafiante de los jóvenes. Algunos adultos los miran de soslayo y con envidia.
Las mujeres estridentes, llamativas, escandalosas, tienen su público masculino, su barra brava que hace de hinchada entusiasta.
Los gestos que se repiten de forma estereotipada son cómicos. Otras veces, en otras situaciones, pueden llegar a ser patéticos.
El payaso que repite un gesto, un movimiento, nos larga un mensaje del que somos buenos receptores. Como dice Fernando, nos vemos retratados, nos reconocemos en ellos, nos hacen la caricatura.
Sacarse la vergüenza de encima... qué bueno sería!!! Y a la vez, qué peligroso. La vergüenza nos salva de hacer cosas que estarían muy mal vistas. El grupo nos dejaría afuera si las hiciéramos.
Al novio de mi hija le gusta usar la ropa holgada y los championes dos números más grandes. En cambio a ella le gusta la ropa más bien ajustada. Ella quiere que él use la ropa del talle que le correspondería, no sé por qué. Esta tontería ha generado una que otra discusión. Ahora me doy cuena que el tema no es tan tonto. Que puede tener un trasfondo profundo.
Si fuera más grosero de lo que soy por naturaleza, admito que sería insoportable. Todo en su justa medida. Yo estoy tratando de encontrar el punto medio.
Las madres son exageradas. Se ahogan en un vaso de agua, todo se lo toman a la tremenda, sobre todo cuando de sus hijos se trata. Lo lamentable es que no son payasas. Si lo fueran me gustarían mucho más.
Desde chico comprendí que la apariencia de los payasos es engañosa. La risa la tienen dibujada. Los ojos no se les ríen junto con la risa. Cuando lo descubrí me angustié un poco. Dejaron de gustarme los payasos.
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