Se miraron como siempre pero después de la primera menstruación el mundo era otro.
Las afiebradas lecturas de las fluidas
historias escritas por la incansable española, pasaron nuevamente bajo sus
ojos.
Pocos hombres son raros para todo el mundo
menos para ellos mismos.
Algunos nunca ponen en duda lo que sienten, saben
lo que quieren simplemente escuchándose. Sobre todo prestándole atención a
cierta parte de su cuerpo.
La relectura fue como se le había anunciado:
las que parecían «novelas
leídas», mágicamente se convirtieron en nuevas historias, llenas de contenidos
eróticos, excitantes, coloridos, plenos de quejidos, gritos, espasmos.
Quien no
sabía dudar había dicho que después de la menarca, todo libro erótico se
transforma mágicamente.
¿Qué era lo
que en realidad cambiaba?, ¿el texto?, ¿los ojos de quien lee?, ¿el mundo
entero?
Noventa y
dos fueron las novelas releídas por primera vez, porque la que había sido
realmente primera, había desaparecido junto con el cuerpo infantil.
La mano
pesada sobre el muslo no era nada para uno y era el apocalípsis para la otra.
Tomar la
iniciativa no tuvo preámbulo. La novela número dieciséis así lo describía.
El sudor en
la frente y en los pequeños senos no era propio de tan baja temperatura
ambiental.
Para quien
no hay dudas, todo es más fácil. Tan fácil como tener hambre y llevarse un
trozo de pan a la boca.
En las
novelas todas eran dudas, incertidumbre, angustia, pero en el establo, eso no
ocurre.
Sin
penetración, solo con caricias oportunas, las oleadas volcánicas parecían no
tener fin. El estómago se retorcía de maravilloso dolor. Una escena de la
novela treinta y cuatro fue vista por una sola persona.
La ropa
quedó en su lugar habitual pero el cuerpo que cubría quedó desorganizado.
Para quien
todo es natural, los fenómenos de este tipo son triviales, pero para quienes
estrenan novelas nuevas en cuerpo nuevo, todo placer es caótico, temible,
diabólico, terminal.
Un
cigarrillo vino bien y un llanto de felicidad aportó cierta coherencia a lo que
acababa de ocurrir.
Bah! Mañana
será otro día.
(Este es el
Artículo Nº 1.643)
●●●
11 comentarios:
Me gustó muchísimo este cuento. Ud cada día escribe mejor, Doc!!!
¨Pocos hombres son raros para todo el mundo menos para ellos mismos¨. GENIO!!! Me siento ahora uno de esos hombres (aunque soy mujer) y no me siento tan sola.
Habían cambiado los ojos de la lectora, y por tanto había cambiado el mundo entero.
El cuerpo infantil desaparece un día como desapareció la primer novela. Se desvanece. De la planta sale otra planta diferente. De otra especie. Y esa planta se alza con fuerza en la primavera. Irrumpe llena de brotes. Parece que no espera. De su pie salen pies, se levanta y camina.
Por suerte la naturaleza no tiene dudas.
El cuerpo quedó desorganizado. Se volvió a organizar. Ya ella era otra.
La escena de la novela treinta y cuatro era sólo para ella. Sólo ella la vio y él la intuyó mirándola a ella.
El cuerpo parecía dormido pero estaba preparándose. Cuando despertó quedó desnudo, libre de toda lógica. El cuerpo no se dejó ir. El cuerpo se le fue.
Después de la menarca todo libro erótico se transforma mágicamente. Quien no sabe dudar así lo dijo. Quien ha vivido sabe que después de la primera menarca o de la primera polución de semen, viene la cultura.
Todo se transforma mágicamente, todo es horrible o es maravilla. Todo cambia de manera tormentosa. Del sol desértico llega la noche húmeda, en pocas horas, en un minuto.
De él, la mano pesada sobre el muslo, era un deseo tierno. Apenas animal, apenas erótico.
De ella, la mano pesada sobre el muslo era el inicio de la locura. Él había desatado a la hembra.
Él no la tomó, se dejó tomar. Cierto que la deseaba, pero prefirió dejar que ella le mostrara, que ella lo guiara. La pequeñita era una mezcla profunda de goce y de furia. Un regalo de Dios. La vida en una frágil tacita de plata.
Publicar un comentario