Nuestros sentidos, nuestro discernimiento, nuestro amor a
nosotros mismos, nos dificultan y hasta nos impiden, convivir, tener amigos,
tener cónyuge.
Dos personas pueden estar muy próximas y hasta
compartiendo la misma cama, sin embargo no les será posible sentir lo que
siente el otro, tanto sea placer como dolor.
Claro que la comunicación afectiva, mediante
gestos, palabras y sonidos, hace que nos entristezca el dolor de un ser querido
y que nos alegre, (aunque con menor intensidad), el placer de un ser querido.
Cuando no está en nosotros la indiferencia
como sentimiento predominante, el dolor y el placer ajenos y de gente lejana,
es tan imperceptible que no nos emociona (es decir, «no nos con-mueve», «no nos mueve»).
Estas particularidades de nuestra anatomía y
fisiología, que se manifiestan en el área emotiva, hacen que la comunicación
siempre sea difícil, cuando no, imposible.
Ejemplos:
— las personas impuntuales no logran
e-mocionarse, con-moverse, moverse de tal forma que sus víctimas (es decir,
quienes las esperan), se ven tratadas desconsideradamente, es decir,
mal-tratadas;
— quienes escriben interminables mensajes cuyo
contenido cabría en un párrafo si estuviera mejor resumido, no logran
e-mocionarse, con-moverse y activar la concentración, la simplificación, evitar
las redundancias, quitar los circunloquios, postergar para otros mensajes las frondosas «idas por las ramas» que el mensajero desconsiderado
supone tan urgentes e importantes;
— no sentir
y ni siquiera imaginar que los intereses ajenos no son los propios, nos
convierte en personas insensibles, desconsideradas, abusadoras. Tan fuerte es
este sentimiento de amor propio (amor a sí mismo), que nos volvemos sordos
antes los mensajes que nos envían pidiendo que los tengamos más en cuenta, que
nuestra invasión con mensajes que reenviamos sin haber leído, no es un gesto de
amor sino de saturación invasiva, de coloniaje, de prepotencia mal disimulada.
En suma: convivir no es fácil.
Artículo de temática complementaria:
(Este es el
Artículo Nº 1.623)
●●●
8 comentarios:
El domingo de mañana entré a facebook. Estuve unas dos horas y media. Terminé mal, nerviosa, ansiosa, agitada. Sentí que no estaba en un momento adecuado como para permitirme el lujo de pasar tanto tiempo conectada. Digo el lujo, porque todo lo que aparece en facebook es atendible. Desde lo más idiota a lo más excelso. Son un montón de estímulos que te obligan a pensar. A mí me vienen ganas de devorármelos todos. Y claro, no puedo, es imposible. Hay muchísima información para asimilar, y hay ideas que uno podría quedarse masticándolas toda la vida.
Tengo que ponerme un límite, pensé. Todo esto me sobreestimula y me hace mal. En eso ando; tratando de ver cómo lo resuelvo.
Me enfurece cuando te dicen: si estás de acuerdo con esto, pégalo en tu muro. Incluso más, a veces te dicen: vamos a ver cuántos se animan a ponerlo en su muro.
Qué disparate!!!! Qué cosa burda! Coacción de la gruesa, imposición a manifestarse, falta de respeto por la opinión ajena.
Lo que nos conmueve es lo que más se vincula a nosotros mismos.
De acuerdo con Lucas. Los psiquíatras, psicólogos, trabajadores sociales, etc, que trabajamos con locos, estamos conmovidos por nuestra propia locura.
Las personas impuntuales se sienten agredidas por aquellos que no toleran la impuntualidad. Sería bueno que si nos reconocemos impuntuales, se lo manifestemos a quien es puntual.
En algún lugar sabemos que nuestros intereses no siempre coinciden con los ajenos. Sin embargo tendemos a imponernos, de forma agresiva y sin culpa.
El spam es una forma de prepotencia, a la vez que es una forma de militancia. Complicado.
Cuando hablamos cara a cara, y si el otro no disimula, es más fácil darse cuenta del momento en que empezamos a saturar. Aún así a veces seguimos. No podemos contener esa especie de catarsis. Somos muchos los que no estamos a salvo de caer en esa actitud.
Si fuese posible le diría a cada uno de mis amigos, que me detenga, que no me lo permita, que no lo tolere.
Publicar un comentario