Nuestra calidad de vida aumentará cuando podamos confesar
nuestra envidia y la seducción por la criminalidad que no nos afecta.
He comentado anteriormente (1) la acción que
llamamos «salir del
clóset [placar, armario]», con la que se denomina a la confesión de una
característica que se supone rechazada por la sociedad.
La
expresión «salir del clóset» surgió para denominar la «confesión de la
homosexualidad».
No podemos
perder de vista que el homosexual que duda sobre si divulgar o no su opción,
participa del rechazo social porque es un integrante más de la sociedad. Sin
embargo, se diferencia del resto en que a ese rechazo socialmente compartido se
le suma el ser poseedor del rasgo de personalidad cuestionado.
En el mismo
artículo (1) compartí con ustedes la idea de que también podríamos «salir del
placar» confesándole a quien corresponda, (amigo, pariente o conocido), que
«envidiamos» su inteligencia, belleza física, serenidad o lo que fuere.
La envidia
es un sentimiento con aristas buenas y malas. Son buenas aquellas que estimulan
al «envidioso» para aliviar su dolor tratando de superarse y malas cuando la
mejor ocurrencia consiste en perjudicar al envidiado hasta que sus rasgos
envidiables desaparezcan.
Los
gobernantes populistas suelen aplicar este mal criterio (emparejar hacia abajo)
para calmar masivamente la envidia de los votantes que lo llevaron al poder.
Agrego
ahora un tercer criterio para «salir del placar» en aras de obtener los mismo
beneficios del homosexual reprimido cuando puede asumir su característica y
disfrutarla como se merece.
Me refiero
a la ambivalencia con que evaluamos a los delincuentes.
Lo que
tendríamos que confesar es: «Odio a los delincuentes cuando me afectan
directamente pero me fascinan cuando no me afectan».
Si
observamos el deleite que sentimos por la literatura y cinematografía
policiales, tenemos que asumir que amamos la criminalidad (cuando no nos
afecta).
(Este es el
Artículo Nº 1.599)
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9 comentarios:
Amamos la criminalidad cuando no nos afecta, entre otras cosas porque somos naturalmente egoístas. Si pasa en el cine o le pasa a otro, surge la curiosidad, disfrutamos del suspenso, tenemos un tema del que hablar. Cuando le pasa a otro, lo que inmediatamente pensamos es: en cualquier momento me puede pasar a mí. Eso es lógico, somos responsables ante todo de nuestra propia vida. Pero asumámoslo, lo primero que pensamos no es en cómo ayudar a la familia afectada.
No me queda claro lo de los gobernantes populistas. En general los gobernantes populistas son endiosados por la mayoría de la población. Me parece que ahí la envidia no se deposita tanto en el gobernante, sino en los opositores al régimen. Cuando el gobernante empareja hacia abajo, logra que las mayorías disminuyan su envidia hacia quienes tenían privilegios.
Los votantes que llevan al poder a su representante, se sienten identificados con él y muy probablemente también sientan una gran envidia hacia él. Ese gobernante los representa a ellos, sí, pero también representa todo lo que ellos no han podido logar. Entre otras cosas el poder.
Las confesiones nos alivian. Por algo la confesión es una práctica casi obligatoria para los católicos. También alivia ir al psicólogo y confesar todo lo que odiamos o lo que amamos sin permiso. Por eso no sería nada raro que la criminalidad disminuyera, a partir del ¨click¨ que hagamos nosotros mismos.
Así como el homosexual, en cierto modo, se rechaza a si mismo y es rechazado a nivel social, ocurre algo parecido, quizás, con los delincuentes. Como los delincuentes forman parte de nuestra sociedad, ellos también están afectados por el rechazo que reciben del cuerpo social. Al rechazarse a si mismos, es posible que aumenten el desprestigio que obtienen a nivel social. Como consecuencia de ese autorechazo, se realizan cortes en los brazos, valoran poco su vida, se exponen a grandes peligros, utilizan drogas. Esto, al resto de la sociedad le hace sentir que son individuos que no tienen nada que perder, es decir, que están dispuestos a cualquier coasa. Por eso les tememos y los rechazamos; al tiempo que envidiamos su valor.
Los delincuentes son poseedores de un rasgo social cuestionado. Ellos se autodiscriminan para reunirse y fortalecerse. ¿Dónde hacen eso? EN LAS CÁRCELES.
Así que nosotros les damos la cena servida en bandeja, Yoel!!!
Ja! qué terrible, con todo lo que gastamos en construir cárceles y mantener a los presidiarios! Menos mal que en algunos casos la rehabilitación funciona, pero tengo entendido que no es lo más habitual...
A modo de hipótesis podríamos pensar que las mujeres adúlteras son tan envidiadas, que se las mata a pedradas, o sin ir tan lejos, aquí nomás, se las mata a puñaladas.
Una vez muertas, sus razgos envidiables desaparecen por completo, no cabe duda.
Otra práctica desgraciadamente bastante difundida a nivel mundial, es tirar ácido en la cara a personas que se las odia o envidia por su belleza, o porque el victimario/a cree que por algún motivo la víctima se lo merece.
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