La medicina suele perder de vista que salvar una vida es menos importante que salvar una «calidad de vida».
Como les comento en otro blog (1), los humanos
somos idénticos a los demás seres vivos en una sola cosa: existimos sólo para
seguir existiendo.
Desde el más simple animalito unicelular hasta Paul McCartney (o el personaje que usted
quiera elegir), no tenemos ninguna otra tarea obligatoria que conservar
nuestras respectivas especies (amebas o humanos).
Por lo tanto la muerte de un hijo provoca un
dolor que solo es superado por nuestro propio riesgo de vida.
Es lógico que así sea porque, ante esta única
misión (conservar la especie), tenemos un solo problema: la muerte.
La naturaleza parece utilizar la muerte
prematura como un mecanismo de perfeccionamiento porque la generación de nuevos
ejemplares cuenta con esas muertes para interrumpir la existencia de quien no
tuvo la suerte de ser concebido como para llegar a feliz término (de la
gestación y de la vida reproductiva).
El narcisismo es una característica de las
personas psicológicamente inmaduras gracias al cual uno se cree lindo,
inteligente, valioso, perfecto, infalible.
Es bueno tener algo de narcisismo pero no es
muy bueno tenerlo en exceso.
Los humanos padecemos un exceso de narcisismo
cuando se nos ocurre suponer que el orden natural es imperfecto y que necesita
de nuestra oportuna colaboración.
Es comprensible que los padres de un niño con
dificultades para vivir se angustien, sufran y apliquen toda su energía a
tratar de salvarlo.
La medicina, cuando no admite perder ante la
muerte, suele salvar
vidas sin valorar qué calidad de vida tendrá el «milagrosamente» rescatado.
En general
los médicos tampoco aceptan que un paciente se oponga a sufrir los terribles e
inciertos tratamientos contra el cáncer porque solo aspira a una muerte digna
(tratamiento paliativo).
(Este es el
Artículo Nº 1.614)
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6 comentarios:
Si bien la medicina suele perder de vista que es importante salvar una buena calidad de vida, los familiares y seres queridos más directos del paciente, estamos -a veces- más propensos a olvidarlo.
Es en estas ocasiones cuando la esperanza se revela como una de las desgracias que quedó guardada en la caja de Pandora.
Podemos ganar muchas batallas, incluso batallas peleadas contra la muerte. Pero es seguro que la batalla final, la decisiva, la ganará ella.
Nuestros compañeros mamíferos parecen aceptar el orden natural. Nosotros no. Ya sea a través de la magia, la religión o la ciencia, intentamos torcer ese orden natural. No creo que debamos reprimir esos intentos, alcanzaría con saber lo que estamos haciendo.
Ojalá los tratamientos paliativos pudieran llegarnos a todos. Muchísimas personas se ven privadas de acceder a ellos.
Existimos para seguir existiendo, pero buscamos la alegría, la paz, el amor.
Sentimos que un hijo es quien prolongará nuestra vida cuando hayamos muerto. Incluso decimos: ¨es sangre de mi sangre¨. La muerte de un hijo es casi como la muerte propia, así la sentimos.
Aunque podemos seguir viviendo después de la muerte de un hijo. Como dice por ahí, en un grafitti: ¨compañeros, la vida puede más¨ (Victoria Diez).
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