El chantaje emocional no le ocurre a cualquiera; existe un
grupo de riesgo cuyos integrantes poseen rasgos identificables.
El chantaje emocional es quizá la forma más
común de violencia psicológica. El victimario logra con sus amenazas instalar
en la víctima la creencia en que si no lo obedece, sufrirá consecuencias muy
penosas.
— Si no te casas conmigo, me mataré;
— Si no cumples mis órdenes, te denunciaré;
— Si no cuidas a mi hijo te sentirás culpable
el resto de tu vida.
Estas son algunas de las historias que
ejemplifican el «chantaje
emocional».
Integran el
«grupo de riesgo» de padecer un «chantaje emocional»:
— Las
personas que fácilmente se sienten culpables de casi cualquier cosa de que se
las acuse;
— Las
personas muy inseguras, que nunca saben qué es el bien o el mal, que tienen
dudas sobre las consecuencias de sus actos, incapaces de entender el deseo
ajeno, que ignoran las normas básicas de convivencia (qué es delito y qué no lo
es);
— Son
víctimas ideales aquellas que dependen en alto grado de la opinión ajena,
enamoradas del amor, que solo quieren sentirlo porque son grandes consumidoras
de «aprobación pública»;
— Para
algunas víctimas es un logro importante estar bajo la presión psicológica de un
«chantaje emocional» porque lo disfrutan intensamente.
La
legislación maneja esta figura delictiva bajo el nombre de «acoso»
(hostigamiento), en sus distintas variantes (sexual, laboral, estudiantil).
Algunas de
las características de quienes integran el «grupo de riesgo» como potenciales víctimas,
son más difíciles de comprender que otras.
Por
ejemplo, las personas que fácilmente se sienten culpables de casi cualquier
cosa, suelen ser quienes se sienten muy protagonistas de todo lo que acontece.
En psiquiatría se habla del «delirio autorreferencial» cuando el paciente se
recrimina no haber hecho todo lo que estaba a su alcance para evitar un
terremoto.
(Este es el
Artículo Nº 1.595)
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9 comentarios:
Cuando la víctima de chantaje emocional no obedece las órdenes del victimario, a menudo lo paga con su vida. Son los mal llamados ¨crimenes pasionales¨.
Tal como ud. lo plantea, parecería que las chantajistas fuéramos siempre las mujeres. Digo por lo que describe en el 3er. párrafo.
En estas situaciones víctima y victimario parecerían formar parte de una misma unidad. Está el que chantajea y el que se deja chantajear. Algo los une. Hay un goce inconsciente que crea una sinergia entre ambos.
Cómo me va a hablar de un goce entre ambos!!! Sabe ud cuántas mujeres tratan de esconderse, de buscar refugio, para que su marido o su amante no las mate. Las mujeres que logran escapar de esa relación y formar luego, con otra persona un vínculo sano, también son muchas. El problema no está en nosotras. Que no se nos siga acusando!!!
Creo que debí explicarme mejor. Cuando digo goce inconsciente, me estoy refirienco a que ambos son víctimas. Ninguno de los dos se da cuenta de qué les está pasando.
Es probable que uno de los dos miembros de la pareja sea el que está más enfermo. Quizás el que pueda enfermarse más sea el más fuerte; desde el punto de vista físico, el hombre.
A veces en el chantaje emocional no hay amenazas explícitas. No se dice ¨si hacés esto, voy a hacer tal cosa¨. El trabajo es más fino (pero comunmente inconsciente). Una forma de chantaje emocional es decirle al otro que todo lo que hace o piensa está mal. Todo lo que desea está mal. Sólo tiene razón el chantajista.
De ese modo este personaje puede llegar a consiguir que el otro comience a confundirse. Puede llegar a borronearse su propia identidad. Empieza a pensar como el otro y cree que desea y necesita lo mismo que el otro. Es la forma que tiene de defenderse. Íntimamente sabe que si enfrentara al prepotente, sería presa de su furia.
Lo que dice Gabriela me recuerda a las técnicas usadas en la tortura. Ahí el trabajo no es inconsciente, se hace de manera científica. Se amenaza al otro física y emocionalmente. Se le dan pruebas, castigándolo, de que está indefenso. Se intenta hacerle creer que está equivocado y que su forma de pensar es despreciable. Que debería sentir una gran culpa. En este caso, a menudo el torturado llega a identificarse inconscientemente (y a veces a consciencia) con el torturador; para defenderse, para no enloquecer, para conservar su vida.
Me detengo en uno de los grupos de riesgo: las personas que no son capaces de entender el deseo ajeno.
Los niños frecuentemente no son capaces de entender el deseo ajeno. No se dan cuenta de que mamá está cansada y quiere dormir.
A los adultos también nos cuesta entender el deseo ajeno. Hablamos y hablamos y no entendemos que el otro también quiere hablar. Exigimos fidelidad a nuestra pareja aún sabiendo que desea tener sexo con otras personas.
Muchas veces no entendemos el deseo ajeno porque no queremos entenderlo. Nos ¨rompería el alma¨ entenderlo.
Creo que sería más fácil comprender el deseo ajeno si estuviésemos más conectados con nosotros mismos. Si pudiéramos conocer al menos algunos de nuestros principales deseos.
¿De dónde nace la culpa?
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