Leer una historia es como jugar a ser un anciano que ya está imaginando su final.
El anciano al que me refiero está muy deteriorado, todo él está tan escaso que tiene poco para describir. Es más: ni el más imaginativo de los mortales puede suponer que alguna vez fue un niño.
Sin embargo, como dice una de las leyes de Murphy: «Nada está tan mal que no pueda empeorar» y en este caso el señor todavía está vivo, camina, duerme, contesta cuando se lo saluda.
Ya se quitó una preocupación de su cabeza: ahora no teme envejecer. También adquirió mucha práctica en un asunto muy espinoso como es enterarse de la muerte de seres queridos.
Mientras se quita la ropa que tiene para asistir a los velorios, dice para sus adentros: «Vayan no más que enseguida los alcanzo». La mayoría de sus conocidos ya cruzaron la franja amarilla que nos separa del más allá.
Algo que también le ocurre al anciano es que nuestra cabeza confunde los tiempos y cuando ya han ocurrido las cosas, piensa que antes de que ocurrieran eran totalmente previsibles.
Por eso cuando recuerda la sucesión de hechos que perlaron su existencia siente que todo fue previsible, que casi no hubo sorpresas. Desde la vejez, la vida adquiere una coherencia mayor que la del mejor relato.
Aunque todos deseamos postergar la vejez, cuando leemos una buena novela estamos tratando de vivir como ese anciano que ya sabe cómo es todo, como se concatenan los hechos de una manera coherente y si logramos ponernos en la piel del personaje, también sabemos sobre nuestro propio epílogo aunque con la garantía de zafar de lo más angustiante de la realidad reconociendo a último momento que aquello no fue más que un libro (o una película).
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10 comentarios:
Muy inteligente su reflexión.
Ahora entiendo por qué leer "Rayuela" me dejó tan frustrado.
La novela posmoderna puede terminar de manera imprevisible.
Siempre se le teme a la vejez, porque hasta el día de la muerte se sigue envejeciendo.
Yo leí mi propia novela y ya escribí mi epitafio.
En la vida sólo se puede sacar pasaje de ida.
No puedo leer sin música. Me asusta la falta de sonido.
Quizás la coherencia a la concatenación de los hechos de nuestra vida, la pongamos nosotros cuando hilvanamos un discurso que vincula los sucesos. Algo parecido a la elaboración secundaria de un sueño (cuando uno cuenta lo que soñó).
El último que muere no apaga la luz. La vida sigue. Es una suerte. Pero a mí qué me importa!
Me gustó la frase: "todo él está tan escaso que tiene poco para describir".
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