sábado, 3 de noviembre de 2007

Sabor a mí

Este vino me está soltando las neuronas y puedo pensar con más libertad. ¿O con más coraje? Sí, debe ser coraje.

A mis 56 años soy el número uno de los Pérez-Martinelli en cuanto a nivel de fracaso. El mejor diagnóstico es el que me hizo el hermano de copas Pocho Funes: «Vos administraste mal la falta de escrúpulos», me dijo el domingo de tarde.

Cuando esperaba mi turno en la penumbra de la sala de espera del quilombo, creí reconocer a quien fuera el cocinero jefe de un restorán lujoso que tuve cuando era alguien.

Me cambié de silla y le hablé.

— Vos sos «El Gitano» De Luca ¿No?
— Sólo mis amigos me dicen «Gitano». ¿Usted quién es señor?
— Evaristo; el dueño de La Posada del Puerto. ¿No te acordás de mí?
— ¡Ah, sí! El que me despidió a los gritos tratándome de ladrón delante de todo el mundo.
— Buenos Gitano, vos sabés que me estabas robando. No sigas negándolo.
— Por lo que veo su inteligencia sólo le dio para estar esperando junto conmigo en este mísero prostíbulo. ¿Qué pasó?
— ¡Pero qué recoroso! ¡Seguís agrediéndome! ¡Se ve que no aprendiste la lección!
— Soy rencoroso porque usted no quiso saber lo que yo quise decirle cuando me echaba a los gritos de su local. ¿Se acuerda que en mi vergüenza le juré que su negocio quebraría en poco tiempo?
— Sí, más o menos me acuerdo, pero si tuve que cerrar fue porque me empezaron a bajar las ventas, No sé qué bicho les picó a mis clientes que dejaron de venir. ¿Vos qué tenés que ver con mi fracaso? ¿Me hiciste algún maleficio?
— Mientras yo fui el cocinero jefe de su restorán, utilizaba sin que usted lo supiera los condimentos que mi padre boliviano me enseñó para que nunca me faltara trabajo como cocinero. Como usted no podía saberlo y los ingredientes me costaban mucho dinero, tenía que recuperar el dinero de la manera que usted llama robo. ¡Ya voy Lucía! Señor Evaristo: me alegro por su fracaso y lamento su estupidez, porque del fracaso puede recuperarse.

… y se fue casi corriendo al encuentro de su prostituta preferida. Tuve el mismo sentimiento de cucaracha que sentí el día que ya no pude abrir La Posada.

— ¿Vamos papito? ¡Llegó tu turno! Vení que yo te puedo maquillar la cara desde adentro.

— No Rosaura. Se me fueron las ganas. Quizás otro día. Perdoname.

reflex1@adinet.com.uy

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