sábado, 17 de noviembre de 2007

Ranking

«Este niño piensa demasiado» le dijo la maestra a mi madre cuando la llamaron porque yo no quería jugar a la hora del recreo.

Esa tarde me sirvió la merienda, se sentó con actitud de confidente, pero sobre todo, sin prestarle atención a la comedia en la que participaba diariamente como televidente.

— ¿Por qué no tenés ganas de jugar a la hora del recreo mi querido?

Recuerdo que esa pregunta para mí fue como si hoy me exigieran una opinión concluyente sobre la Teoría de la Relatividad. Supongo que habré levantado los hombros sin quitar los ojos de las tostadas.

— ¿Por qué la directora tuvo que llamarme la atención sobre tu conducta? ¿Qué está pasando contigo mi querido?

Ahora que ya soy grande y con experiencia entiendo que ella no me preguntaba a mí sino que se preguntaba a sí misma por qué tuvo que ser madre abandonando la diversión juvenil que no paraba de recordar con nostalgia o bronca.

Las preguntas que me hacía a mí hubieran sido difíciles para Sartre y habrían impulsado a Freud a que se mandara una dosis extra de cocaína (de Parke-Davis que, por si no lo saben, era su marca preferida).

¿Me quería o no me quería?

Con los años tuve que ir rectificando mi ubicación en la jerarquía de su corazón. Al principio creía que me quería más que a nadie. Después pensé que lo amaba más a mi papá y ahora que ya soy grande pienso que en el podio de sus preferencias estaban: primero ella, después ella otra vez y en un cómodo tercer puesto, ella.

Esto parece pesimismo made in Uruguay, pero no: es experiencia y muchas horas de mirarme en el espejo, porque estoy en condiciones de afirmar que yo también ocupo los tres primeros lugares de mi ranking. ¿Será genético? ¿Será que el ser humano es así?

reflex1@adinet.com.uy

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8 comentarios:

Anónimo dijo...

Hace poco, en una entrevista con la maestra de mi hijo, me vi obligada a inventar respuestas que no tenía ¡Qué enorme es la intolerancia con la duda!

Alicia

Anónimo dijo...

Yo creo que somos así. Cuando somos generosos, respetuosos, dadivosos - en realidad nos hacemos los osos - nos cuesta aceptar que damos para recibir, porque estamos muy necesitados.

Gabriela.

Anónimo dijo...

Llevamos milenios intentando perfeccionarnos como especie. Por eso inventamos las leyes, los valores, las normas de conducta. Parece que los psicólogos respetan demasiado sus impulsos inconscientes. El peligro es acortar cada vez más la distancia que nos separa del resto de los animales.

Gonzalo

Anónimo dijo...

Pa! Yo, cuanto más conozco al ser humano, más quiero a mi perro!

Anónimo dijo...

mi vieja se hace la nena porque no se mira al espejo

CHECHU

Anónimo dijo...

Pienso que el egoísmo nace de la desconfianza: si el otro quiere ponerse siempre en primer lugar, hará lo que sea para sacarme del medio. Eso genera desconfianza.

CATU

Anónimo dijo...

No estoy de acuerdo con lo que dice Gabriela. Hay gente que da sin esperar nada a cambio; le alcanza con la alegría que le provoca ser capaz de dar algo.

MISMA MUJeR dijo...

Hola, interesante tu relato.

Es curioso cómo las frases de una madre sobre un hijo tienen tanto poder.

Un saludo y cuando quiera pasar por mi blog, he recaudado algunas cosas de Psicología, estoy a punto de graduarme.

Un abrazo desde México.

Eyra