Años estuve fascinado con un tío muy cómico, dicharachero, pícaro, que cuando sabíamos que iba a venir a Montevideo, era para la barra de primos que vivíamos con mi abuela, igual que si viniera un circo al baldío de la otra cuadra. ¡Genial el viejo! Era como una mezcla de Landriscina, Juceca, Paco Espínola.
Lo que más me enloquecía era su capacidad adivinatoria. Todos decían que cuando él miraba a una embarazada, la hacía poner de perfil y le decía: «Vas a tener un varón» ¡y no le erraba! Ahora que existen las ecografías me causa un poco de gracia y se refresca mi admiración cuando oigo que el diagnóstico, en algunos casos no es muy seguro, porque la posición del feto, y que si es nena y una cantidad de salvedades y advertencias.
Pero no, yo te quería decir otra cosa. Fijate que en nuestro gremio se estila usar textos o películas para tratar de fundamentar la teoría. Lacan, por ejemplo, estuvo años sacando conclusiones de El Banquete de Platón, de Hamlet y de La carta robada de Poe. Y por supuesto, la gilada venimos atrás y encontramos que estuvo notable, que ¡cómo se dio cuenta! y otras boludeces, pero, ahora que estamos en el Taller este vivencial psicológico o como se llame, cada vez dudo más de la utilidad que pueda tener que nos reunamos en AUDEPP a comentar una película para sacar conclusiones sobre la dinámica psicológica de tal o cual personaje o del escritor o del guionista o del director.
Para mí la cosa es así. El escritor ponele, es un angustiable; se le desordenan las ideas, digamos que padece un sentimiento de fragmentación onda Melanie Klein, y logra rearmar su cabecita escribiendo algo. Igualito que el nieto de Freud cuando jugaba con un carretel imaginando que controlaba las apariciones y desapariciones de su mamá diciendo for – da respectivamente.
Esto respecto al acto de escribir en sí. Ahora, ¿por qué escribe ese texto? Siguiendo con el ejemplo del nieto de Freud, porque en su imaginación, él cree que está persuadiendo a su madre para que se quede con él y lo mime, lo acompañe, lo consuele, lo abrace, lo acaricie. En la medida en que el escritor es más neurótico, desarrollará textos que constituyen metáforas donde el motivo original está más y más disfrazado. Tan disfrazado que no lo reconoce ni él.
Después venimos los lectores y ¿dónde nos enganchamos?: en que, por algún motivo de coincidencia, encontramos que esa metáfora del reencuentro del escritor con su madre, es para nosotros también una metáfora, pero andá a saber de que otra cosa placentera. O sea que el tipo escribe cosas que me terminan gustando pero sólo porque le emboca, pero no hay ninguna relación entre el mensaje a su madre y lo que yo pueda interpretar de los personajes que él utiliza. Lo único que yo podría hacer con ese texto es averiguar porqué me gusta a mí (lector), pero no tiene ningún sentido analizar la psiquis de los personajes que utilizó el escritor para desangustiarse. El único análisis posible no es la psiquis de Hamlet, sino porqué a mi me atrapa esa intriga. ¿Te das cuenta?
¡Ah! Ahora me doy cuenta por qué te arranqué contando lo de mi tío. Esta tarde le fui a llevar unos caramelos a la casa de salud donde vive hace años, y por supuesto que ahora está muy viejito. Entonces, le conté la admiración que sentía por su capacidad anticipatoria con las embarazadas. Con la lucidez que le va quedando, recobró su carita de pícaro y me dijo: —¿Sabés lo que pasa? Todos creemos lo que más nos gusta creer y con las embarazadas es muy fácil: vos le decís lo primero que se te ocurra, si embocás, creen que es posible adivinar, pero si no le acertás, te perdonan porque sólo le erraste por uno.
¡Esto está riquísimo! ¡Servite, no hagas cumplido! ¿Te tomás otro?
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