Hace un tiempo yo les contaba que recalo a diario en un boliche (Bar mixto El Crujido – Carreras Nacionales esquina Emilio Zola) único en su especie por su gente, porque ahí se reúnen parroquianos y un gato dormilón, todos ellos con elevadísimos logros filosóficos y bajísimos perfiles. Por ejemplo, a ninguno de ahí se le ocurre hablar de sí mismo en tercera persona del plural. Esa locura no tendría cabida. Cuando alguien dice «nosotros», seguro que se refiere a él y a alguien más, pero jamás a él solo.
En realidad debo rectificarme porque hacía semanas que no iba y justo ayer no aguanté más la abstinencia ... de filosofía, de gente brillante, de esa exquisita locuacidad de pocas palabras, de largos silencios llenos de contenido y meditación. Hay veces que sólo se escucha el ronroneo del gato (si la heladera está apagada, claro).
Estábamos en plena meditación independiente cuando el Gordo Calvo largó:
— Vieron que a la morosidad no la para ni Cristo, ¿no?
Paulatinamente la gente empezó la operación retorno, muy lentamente, mirándolo fijo al Gordo como si fuera un faro que orienta al navegante. El quiosquero disimuló el estupor sirviéndose un poco más de cerveza tibia; Gladys modificó el cruce de piernas; Cacho Gómez se miró la punta de los zapatos como si nunca hubieran estado ahí; el bolichero aprovechó para secar un poco más el mármol del mostrador, con una rejilla que le salió muy buena porque lleva años de uso.
— Hasta el Pepe Mujica no sabe para dónde agarrar —continuó Calvo (Pepe Mujica es un carismático operador político en Uruguay-2006).
La hermana más chica de Gladys, que se electriza por participar y demostrarle a todo el mundo que la inteligencia es de familia, dijo:
— Y, desde que el mundo es mundo, nadie quiere devolver lo que recibió prestado...
A Estercita le volvió el alma al cuerpo porque cuando Gladys no se encrespa con sus intervenciones, es porque las ratifica.
— ¡Y si! —dije yo como forma de expresar cuánto me gustan las ganas que tiene la gurisa de superarse.
— La cosa tiene raíces muy profundas pero sencillas a la vez —arrancó Gladys, restregándose ambas manos entre las rodillas como si tuviera frío. —Yo estaba calculando que un individuo a los 15 años ya está pronto para reproducirse, o sea que si tiene un hijo, en otros 15 años ya puede ser abuelo. Entonces, alguien con 30 años ya hizo todo lo que tenía que hacer. Como el cuerpo de uno está compuesto por materiales que son del planeta, a esa edad se nos vencería el vale y habría que pagarlo, para lo cual primero hay que morirse. Por culpa de la morosidad, así estamos ¡llenos de viejos!
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