viernes, 1 de diciembre de 2006

Lo paterno

Mientras esperamos que oscurezca un poco más, les voy a contar la historia que le escuché a Rogelio, por lejos el mejor amigo de mi padre, cuando yo era un gurí como ustedes y me acompañó en mi primera visita al prostíbulo del pueblo, como nosotros iremos en un ratito. ... Sí, yo también estaba nervioso.

...pero, les cuento, los hechos habrían ocurrido en Montevideo, allá por 1955.

Benito Gurméndez era un rico hacendado que estaba incursionando en la política nacional usando el ruidoso sendero de la agresión verbal. Aburrido de que sus negocios agropecuarios pasaran por un interminable período de auge, se había quedado sin desafíos y buscaba en el protagonismo mediático una descarga a tanta energía acumulada.

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Dante Loyarte estaba convencido de que algún día sería famoso como poeta, aunque ya había logrado hasta la adhesión de su madre al coro de hermanas y primas que no se cansaban de decirle en la cara: «¡sos un bueno para nada!», «¡un inútil!», «¡un vago!», «¡un clavo remachado!».

No sabían estas mujeres que Loyarte interpretaba estas diatribas como el antecedente infaltable en todo éxito fulgurante.

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Benito Gurméndez se manejaba con una bibliografía básica: Maquiavelo y Goebbels. Apelar a la paranoia y la credulidad de las masas era la receta elegida por él. Había encontrado dos o tres teorías conspirativas que referían a los gobernantes de turno, y con ellas había logrado que todo el periodismo —radial y escrito— lo prefiriera porque sus apariciones públicas siempre eran noticia.

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Caminaba Loyarte por 18 de Julio cuando al ingresar a la Plaza Independencia vio sorprendido que una cantidad de hombres se le abalanzan con gesto voraz. El pánico lo inmovilizó pero en segundos comprendió que a su lado estaba otro transeúnte, —un señor de escasa estatura y de aire distinguido—, que se aprestaba a recibir a esa jauría de reporteros con gesto complacido. El alma le volvió al cuerpo y comenzó a divertirse con este espectáculo insólito para su existencia bohemia y solitaria.

El asedio se volvió excesivo y el pequeño señor empezó a dar señales de que le faltaba el aire. Normal en Loyarte, atinó a sacarse el sobrero y comenzó a abanicarlo, por lo que Benito Gurméndez lo miró con un gesto de infinita gratitud bajo una lluvia de flashes.

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Otra diversión de Gurméndez eran sus conversaciones con un publicista norteamericano que tenía viviendo —a todo confort y con dedicación total— en el Victoria Plaza, desde que había decidido convertir este país en una réplica —en pequeño— de ese otro país que tantos uruguayos conocían y admiraban por las películas de Hollywood.

Las notas gráficas que habían poblado las páginas de todos los diarios tenían a un Gurméndez señorial junto a un típico nativo, conformando una única imagen de estética insuperable.

Cuando el experto norteamericano le hizo ver a Gurméndez que aquella mirada de gratitud al divertido Loyarte, había sido subtitulada por los medios de prensa, como «El encanto de un gran señor por este maravilloso representante del pueblo uruguayo», le describió y diagnosticó en términos semióticos: «Todas las fotos son publicitariamente fantásticas porque ya están anunciando cómo aquella utopía de fusionar dos culturas y clases sociales muy diferentes, no solamente es posible sino que también son tan idílicas como para mover inconteniblemente a legiones de seguidores fanatizados por este mesías que, por fin, se había decidido a llevar a la plena felicidad a su pueblo preferido».

Nuevamente la valoración del publicista resultaba convincente para Gurméndez quien, como hombre de acción, se puso en campaña para ubicar «sí o sí» a esa imprescindible otra mitad de la imagen vendedora.

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Serían las diez y pico de la mañana cuando la hermana mayor llamó al dormitorio de Loyarte. Él se despertó extrañado, porque ya había logrado que toda la familia renunciara a modificar sus hábitos de descanso ... y de alimentación y de vestimenta y de trabajo. «Qué», gritó desafinado. «Unos señores te buscan», dijo ella con voz de mala noticia.

Aún no sabía Loyarte, que su vida cambiaría para siempre.

Pero bueh! ya oscureció lo suficiente y nos conviene ser de los primeros para que las chiquilinas estén bien descansadas.¡Las maravillas que van a conocer! ¡Humm, siento como que le estoy pagando a Rogelio la gauchada que me hizo!

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reflex1@adinet.com.uy

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