Mi mamá: ¡Siempre pendiente del «qué dirán» ... la madre y la hermana mayor!
Este fue el Comité de Bienvenida que me tocó en suerte cuando caí a este planeta seco, frío, ruidoso, lleno de carencias.
¡Qué mujeres insufribles y besuconas! Todo el mundo se llena la boca diciendo que «madre hay una sola». No es mi caso.
Yo fui criado por un triunvirato pollerudo, contradictorio, malavenido, con una biblioteca por cabeza sobre cómo criar a un niño tan precioso y «lleno de gracia y maldades que nosotras sabremos corregir» ... para que se convierta en «un hombre de bien».
Desde acá abajo les veo los agujeros nasales y otras cosas alrededor. La misma escena que después fui viendo con creciente alivio a medida que se fueron muriendo y desde el pie del féretro, no podía de dejar de mirar esas fosas nasales que me mantuvieron enterrado durante años y años.
¡Cómo me rompieron las pelotas estas tipas tan llenas de amor! ¡Cuántos regalos que tuve que agradecer, usar y hacer como que disfrutaba!
El triunvirato se había repartido las tareas: Mi mamá se encargaba de mis enfermedades, así que como nací muy sanito, tuve poco contacto con ella, lo cual creo que la frustró bastante porque amaba todo lo enfermo. Sus temas de conversación eran sobre curaciones, mejorías, intervenciones, salas de espera, dieta, y otras maravillas de ese hedonismo tan personal con el que se manejaba.
Mi tía Élida se encargaba de convertirme en un soldado al servicio de cuanto ideal represor anduviera en la vuelta: catolicismo, medicina preventiva, higiene, ortografía, moral cívica, disciplina, ejercicios físicos, vidas ejemplares de pelotudos célebres en general.
Mi abuelita, ¡qué amorosa! tenía a su cargo mi alimentación, que ahora que no está me animo a tipificar como «ensañamiento alimenticio». También me exigía regularidad intestinal … con o sin enema. Según mi analista esta vieja me violaba a la sordina y ni se sabe los líos que hoy tengo en la cabeza con la homofobia.
Vos querés saber algo de mi padre: somos dos.
………
Enriquecimiento fontanarrósico: […] Mi padre murió. Y mi madre fue incapaz de continuar en la vida sin su pareja, murió también, posiblemente de tristeza 24 años después. Ella, sin duda, no soportó la muerte de su compañero, de la misma forma en que mi padre no la soportaba a ella. (Fragmento del cuento «Vidas ejemplares»).
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