
Supongo (como hipótesis) que nuestra especie cuenta con la cantidad de ejemplares suficiente.
Recordemos que esta roca que gira en torno al sol tiene un tamaño limitado y que está compuesta por muchos elementos (tierra, agua, aire) y por muchos seres vivos (insectos, árboles, humanos).
Todo esto funciona armónicamente y la interacción es constante e inevitable porque estamos encapsulados, encerrados dentro de la atmósfera.
Podemos pensar que este frasco atmosférico autorregula sus contenidos siguiendo una lógica que genéricamente llamamos leyes naturales.
En este macro-contexto, los humanos nos miramos obsesivamente, entre otras causas, porque somos trágicamente vulnerables, imperfectos, dependientes.
El fenómeno vida (1), que distingue a los seres vivos (reinos vegetal y animal) de los inanimados, parece funcionar estimulado por la falta, la carencia, el vacío.
Efectivamente: la falta de alimento nos mueve a buscarlo, la falta de aire nos obliga a salir a la superficie, la falta de compañía nos obliga a buscar amistades, compañeros de trabajo, correligionarios, cónyuges.
Lo que no podemos hacer en esta actividad es cancelar la falta.
Efectivamente, nuestra educación nunca nos advirtió que la carencia es el elemento dinamizador.
Nuestra cultura nos induce a suponer que la vida depende de tener (alimento, aire, compañía), pero en realidad existe algo que está primero que eso y es la necesidad, el deseo, la carencia, el vacío.
En suma: dado que la población de nuestra especie parece ser la suficiente y que la necesidad de reproducirnos no es tan imperiosa como hace siglos, es probable que la búsqueda de compañía (matrimonio, pareja monogámica, fábrica de hijos) admita mayor libertad, ventilación, inestabilidad, carencia, falta, necesidad, deseo: es decir, estimulantes para la vida de quienes ya nacimos.
(1) Vivir duele
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