viernes, 4 de marzo de 2011

Divorcio por razones demográficas

Antes necesitábamos la tranquilidad que requiere cualquier especie en expansión, pero ahora que ya somos los suficientes, necesitamos estímulos para los humanos existentes.

Supongo (como hipótesis) que nuestra especie cuenta con la cantidad de ejemplares suficiente.

Recordemos que esta roca que gira en torno al sol tiene un tamaño limitado y que está compuesta por muchos elementos (tierra, agua, aire) y por muchos seres vivos (insectos, árboles, humanos).

Todo esto funciona armónicamente y la interacción es constante e inevitable porque estamos encapsulados, encerrados dentro de la atmósfera.

Podemos pensar que este frasco atmosférico autorregula sus contenidos siguiendo una lógica que genéricamente llamamos leyes naturales.

En este macro-contexto, los humanos nos miramos obsesivamente, entre otras causas, porque somos trágicamente vulnerables, imperfectos, dependientes.

El fenómeno vida (1), que distingue a los seres vivos (reinos vegetal y animal) de los inanimados, parece funcionar estimulado por la falta, la carencia, el vacío.

Efectivamente: la falta de alimento nos mueve a buscarlo, la falta de aire nos obliga a salir a la superficie, la falta de compañía nos obliga a buscar amistades, compañeros de trabajo, correligionarios, cónyuges.

Lo que no podemos hacer en esta actividad es cancelar la falta.

Efectivamente, nuestra educación nunca nos advirtió que la carencia es el elemento dinamizador.

Nuestra cultura nos induce a suponer que la vida depende de tener (alimento, aire, compañía), pero en realidad existe algo que está primero que eso y es la necesidad, el deseo, la carencia, el vacío.

En suma: dado que la población de nuestra especie parece ser la suficiente y que la necesidad de reproducirnos no es tan imperiosa como hace siglos, es probable que la búsqueda de compañía (matrimonio, pareja monogámica, fábrica de hijos) admita mayor libertad, ventilación, inestabilidad, carencia, falta, necesidad, deseo: es decir, estimulantes para la vida de quienes ya nacimos.

(1) Vivir duele

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jueves, 3 de marzo de 2011

¡No sea imbécil! ¡Compre esto ahora!

La simpática, creativa, colorida, musical y erótica publicidad, es en realidad sádica porque el estímulo para que compremos lo que ofrece, consiste en hacernos sentir mal, desinformados, infelices, tontos.

Imaginemos una situación terrorífica, escalofriante, pesadillezca.

Un señor llega al consultorio de una odontóloga y ella le pregunta:

— ¿Usted le tiene miedo a los dentistas?

El paciente, que había llegado hasta ese lugar luego de juntar coraje durante meses y que finalmente se decidió gracias a que la esposa le prometió permitirle eso que siempre le pide y que ella, aunque le encanta, no quiere permitírselo, alegando una inexplicable tradición familiar, algún inconveniente circunstancial, sin dejar de lado el clásico argumento higiénico, luego de todo eso, complementado por la ingesta de un sedante suave proporcionado por la hermana, siente que sus fuerzas flaquean, hace memoria dónde estaba la puerta, cambia el cruce de sus piernas y responde:

— No, bueno, un poco sí, no me agrada mucho, en fin, me da algo de miedo. ¡Me horroriza!

— Ja, ja, lo supuse —responde, como diciendo «estos hombres, son todos iguales...»

En suma: una situación que es clásicamente estresante (consultar al dentista), es encarada de la peor manera, justamente por quien debería estar capacitada para alentar a sus consultantes para que se sientan cómodos, puedan colaborar en el tratamiento y eventualmente regresen cuando vuelvan a necesitarlo.

También es penoso para todos, cortar el cordón umbilical.

Nos queda una sensación de angustia, de carencia, de vacío, que algunos tratan de rellenar mediante el famoso consumismo (1).

Pues bien: la publicidad —al igual que nuestra torpe odontóloga—, no para de abrir más y más la herida que nos queda después del referido corte, pero lo hace para vendernos más y más artículos que supuestamente rellenarán esa sensación de vacío, cosa que jamás habrá de ocurrir.

(1) El acoso del deseo

La insatisfacción vitalicia

Gane U$S 1.000 diarios desde su cama

Artículo vinculado:

¡Rápido! ¿Qué hora será dentro de un rato?

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miércoles, 2 de marzo de 2011

La gripe monárquica

En muchas culturas, las enfermedades son intensamente deseadas.

Hay conocimientos que uno los da por sabidos, confirmados e incuestionables, pero me pregunto si todos merecerán esa calificación.

¿Qué es la psicosomática? Una definición que podemos compartir usted y yo es que se trata de la suposición según la cual la psiquis actúa de tal forma que provoca o cura enfermedades.

Parece ser una rama de las ciencias psicobiológicas que tiene mucho para investigar y que ya podría tener algo para aportar.

He observado que algunos estudiosos de esta disciplina suelen creer que existe una división del cuerpo y la psiquis (alma), mientras que otros afirman que somos una unidad indivisible. Sin embargo, ambos usan un vocablo que alude claramente a la división cartesiana entre cuerpo (somática) y psiquis (psico).

Como he mencionado en otro artículo (1), me quedo con la idea de que somos pura materia, parte de la cual segrega ideas, pensamientos, emociones, sentimientos que, en nuestra percepción, parecen inmateriales... pero esta apariencia no pasa de ser un defecto más de nuestra mediocre capacidad perceptiva.

También parece aceptable pensar que estamos obligatoriamente convocados por los estímulos placenteros (2). Siempre buscamos gozar, procuramos satisfacer nuestras necesidades y nuestros deseos.

Me referiré a un error de lógica de quienes creen en la psicosomática pero que simultáneamente brindan todo tipo de confort a quienes padecen alguna enfermedad.

Es muy frecuente que los niños sean especialmente mimados y consentidos cuando se enferman.

Puesto que el ejercicio del poder es uno de los proveedores habituales de ese goce que buscamos incansablemente, los niños que son mimados cuando enferman, inevitablemente interpretarán que enfermarse provee ganancias imposibles de obtener por otros medios.

Conclusión: muchas personas tienen que hacer un esfuerzo muy grande para contener el deseo de enfermarse y para aceptar la salud.

(1) Los dioses y el sistema inmunológico

Mi corazón segrega mucho amor por tí

Qué es el inconsciente

(2) ¡Bah! ¿Qué me importa?

¿Para cuándo me dijo que lo quería?

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martes, 1 de marzo de 2011

Discurso apto para menores de cinco años

Los niños pueden entender muchos criterios de convivencia que los adultos no les decimos porque no sabemos cómo hacerlo.

Nadie sabe exactamente cómo educar a los hijos, aunque sabemos que la crueldad es contraproducente.

Acá va una sugerencia.

«Miguelito, quiero contarte algo.

Tú ya tienes cinco años y hay cosas que puedes saber porque las entenderás.

Los primero que quiero decirte es que yo fui como tú, después crecí y por eso puedo ayudarte.

Está bien que tú hagas caca. Habrás notado que la caca tiene un olor muy fuerte, como algunas comidas que hace tu mamá o como la pintura que utiliza tu papá.

Por algún motivo que nadie conoce aún, el olor de la caca sólo es lindo para quien la hizo, pero es muy feo para todos los demás.

Son cosas inexplicables como los regalos que te traen Papá Noel, los Reyes Magos o el dinero que te deja el Ratón Pérez cuando se te cae un diente.

Tú debes tener muy en cuenta eso porque otra cosa que nos pasa a tí y a todos los demás, es que aquello que nos molesta, dejamos de quererlo y si tú no tienes en cuenta lo que nos gusta y nos disgusta, nos pondremos enojados, nos sentiremos incómodos en tu compañía y terminarás sintiéndote mal, con menos amigos para jugar.

Algo parecido ocurre cuando tú juegas con la comida o pretendes poner tus pies sobre la mesa. Todos los niños quieren hacer eso, pero a los adultos nos molesta.

Otra cosa que nos pasó a todos cuando fuimos niños como tú, es que deseamos mucho casarnos con papá o con mamá. Eso tampoco es posible. Por algún motivo que desconocemos, eso nos molesta tanto como el olor de la caca o que juegues con la comida.»

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lunes, 28 de febrero de 2011

La difícil convivencia de Rosa y Rosita

Nuestra psiquis es en realidad la mezcla de otras dos psiquis: la del niño que fuimos y la del adulto que no tenemos más remedio que ser. Lo problemático es que naturalmente están en conflicto.

Invento una historia para comentar algo de nuestro funcionamiento psíquico.

Había una vez una niña de 5 años que los padres bautizaron con el mismo nombre de la madre: Rosa.

Para diferenciarlas, todos le decían Rosita.

Era muy traviesa, le gustaba jugar, mirar la tele, que le contaran historias para dormirse, que la peinaran, que le rascaran la espalda y la abrazaran.

Se deleitaba mirándose en el espejo, disfrazándose, imaginándose una mujer bellísima, codiciada por hombres buenos, cariñosos, hermosos, que desearan tener con ella varios hijos y que el finalmente elegido, tuviera el dinero suficiente como para que esta gran familia no le quitara energía para leer, escuchar música, bailar, reunirse con las amigas y dejarse mimar por su encantador marido.

Rosita tenía una madre muy severa, que contaba con escasos recursos materiales para alimentar a todos, con un esposo proveedor, pero con un temperamento agrio, habitualmente cansado, que no le gustaba dar abrazos, quejoso y que, cuando tomaba un poco de alcohol, decía groserías.

Definitivamente Doña Rosa se llevaba mal con su hija Rosita porque ésta vivía tirada en la cama, hablando por teléfono, soñando con sus fantasías e incapaz de obedecer todas las exigencias que le imponía su madre. Fin.

Rosa y Rosita representan nuestras dos grandes aspiraciones, que mantenemos reunidas pero en conflicto porque ambas quieren cosas diferentes.

Rosa (nuestra personalidad social, la que responde ante las exigencias de la cultura), actúa bajo presión y bajo protesta, entre otras razones porque sabe que la parte infantil (Rosita) tiene razón y si la rezonga es porque le inspira algo de envidia.

Artículos vinculados:

Maqueta de una psiquis
Violencia amorosa
Libertinaje programado

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domingo, 27 de febrero de 2011

Mejora la demanda de jabones

Papá murió en un accidente callejero cuando yo tenía veinte años.

Como era el único sostén económico rápidamente comenzaron las escaseces materiales.

Mi madre, que siempre se había dedicado a las tareas del hogar, no tenía ningún oficio excepto el de ser madre de tres hijos y esposa de un hombre que no estaba nunca porque trabajaba más de doce horas diarias.

Durante el primer mes se agotaron los escasos ahorros que ellos tenían.

No hizo falta que me lo dijeran: soy el hermano mayor y mi vida de estudiante generaba gastos suntuarios.

Mamá comenzó preparando comida para vender entre los vecinos, luego instaló una especie de lavadero en el que trabajaban ella y mis dos hermanas, intentó con la fabricación de un jabón perfumado que resultó invendible, alquiló una habitación de la casa apilándonos en un pequeño galpón trasero.

Visité muchos comercios ofreciéndome para hacer tareas que no demandaran especialización y pedimos a todos los vecinos que «si sabían de algo...».

Tomé un ómnibus para visitar a posibles empleadores que seguramente me dirían «por ahora no, cualquier cosa te llamamos».

Me senté al lado de una señora bien vestida quien, a las pocas cuadras, me hizo una pregunta que no recuerdo y que casi enseguida dijo:
— ¿Trabajas o estudias?

Por fin alguien se interesaba en mí, aunque más no fuera usando una fórmula tan gastada.

Le conté sucintamente y con mucha firmeza me dijo: — Bájate conmigo que ya conseguiste trabajo.

La seguí sin hacerle preguntas porque mis pretensiones habían bajado a cero.

Llegamos a una casa sin particularidades donde me presentó a varias señoras que también triplicaban mi edad.

La tarea es sacrificada como cualquier otra pero pagan bien.

Lo anecdótico es que mamá retomó la fabricación del jabón invendible porque nos convencimos de que su fragancia contribuye a mi estabilidad laboral.

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sábado, 26 de febrero de 2011

Mi corazón segrega mucho amor por tí

Lo que pensamos, sentimos, imaginamos, recordamos, son una consecuencia del funcionamiento orgánico autónomo, automático, propio de cualquier ser vivo.

Cada especie animal o vegetal (cabra, abeto) posee características que las hacen diferentes a las demás.

En realidad somos los humanos quienes con nuestra manera de pensar, encontramos rasgos similares y no podemos evitar la creación de categorías, calificaciones, comparaciones.

¿Por qué nuestra cabeza produce ideas, comparaciones, sentimientos, recuerdos?

La respuesta verdadera, no la busquen porque no existe. Sólo existen hipótesis (teorías explicativas), de las cuales acá va una.

Pero antes digo: Otra característica de nuestra mente es que a veces toma por verdaderas hipótesis convincentes, seductoras, divertidas.

Tomo como premisa que todo es materia. No existen espíritus, seres ideales. La magia es pura fantasía.

Parto del supuesto que esa materia está dotada de energía, está en constante movimiento, cambiando (de estructura o de lugar).

Nuestro cuerpo también: tiene una materia que está en permanente transformación.

Nuestro pensamiento (ideas, emociones, recuerdos) es parte de ese funcionamiento.

Todo lo que nos ocurre, si pasa por nuestra conciencia, nos genera un pensamiento. Lo que no pasa por nuestra conciencia, no genera pensamientos.

Por ejemplo, la falta de alimentos se hace consciente mediante el hambre y pensamos qué podríamos comer.

Algunos funcionamientos conscientes no son tan claros como el hambre y los pensamientos segregados son más inespecíficos.

Ante estos, suponemos historias explicativas: estoy triste porque se aproxima mi cumpleaños, estoy animoso porque ayer cobré el sueldo, no quiero atender el teléfono porque puede ser la tía Marlene que llama para quejarse.

Estos pensamientos (sentimientos, ideas, preocupaciones) son coherentes con el estado corporal que funciona automáticamente, como en cualquier ser vivo.

Las ideas que lo acompañan son posteriores, una consecuencia, pero no al revés: nuestras ideas no provocan malestares sino que los malestares provocan ideas.

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