domingo, 28 de febrero de 2010

Descubrimiento fatal

Los pacientes del psicoanálisis somos todos iguales: gente complicada, que se agota pensando, muy fantasiosa y que disfruta hablando de sí misma.

Casi todas las mujeres con las que tuve alguna historia afectivo-sexual son así.

Sólo una vez probé con una señora casada aburrida del marido, pero me dejó porque conmigo también se aburría.

Fue una suerte porque no me gusta ser el que toma la iniciativa. Funciono mejor como víctima.

Casualmente acabo de ser abandonado por una artista plástica muy psicoanalizada.

Sofía nunca se casó pero ha tenido muchas historias amorosas realmente entretenidas.

Ella piensa que los hombres somos casi todos iguales y quizá tenga razón porque las cosas que captó en mí son características de algún otro hombre que pasó por su vida.

Como es fanática del reiki —y yo soy muy sugestionable—, alcanzaba con que pusiera su mano abierta a poca distancia de mi pene flácido para que en un par de minutos se convirtiera en un obelisco.

Para mi era asombroso pero ella lo tomaba con naturalidad.

Sofía se excitaba mucho con una escena en la cual yo me comportaba como un marino coreano torpe, grosero y algo psicótico (imito muy bien la fonética de las lenguas asiáticas pero no sé una palabra).

Por mi parte, yo me excitaba hasta el paroxismo con algo que ella hacía o tenía, pero que no nos dábamos cuenta qué era.

Así fue hasta que anteayer tuve uno de esos ataque de pasión cuando ella había tomado el control sentada sobre mí.

Mientras fumábamos le pedí —en tono de investigador— que volviera a sentarse sobre mí a ver si descubríamos qué provocaba mi descontrol.

Accedió y sentí como un flechazo de Freud. ¡Tienes los pezones iguales a los de mi padre! —le dije casi gritando.

Ella me miró como diciendo «Esto no me está pasando», se bajó de mí, se vistió sin abandonar el gesto de extrañeza, me dijo: «Te devuelvo la llave de tu departamento» y se fue cabizbaja.

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sábado, 27 de febrero de 2010

La irresponsabilidad del varón

En un artículo publicado hace unos días (1) decía textualmente: «[…] las que verdaderamente seducen, atraen y convocan son las hembras, […].» y en otro (2) agregué: « Los varones, por nuestra parte, tratamos de mostrarnos elegibles (belleza física, poder económico, audacia).»

Estos planteos tienen implícita la noción de que el género activo es el femenino y el pasivo es el masculino. Es decir, exactamente lo contrario a lo que acostumbramos pensar.

Si lo más importante para cualquier especie es la conservación permanente de los ejemplares, el género femenino tiene el rol principal entre los humanos.

Los varones, por instinto, tendemos a copular y luego dedicarnos a otra cosa. Ellas son las que gestan, paren, crían, cuidan.

La cultura (los usos y costumbres impuestos para mejorar la convivencia) ha creado una cantidad de normas para que los varones asumamos algunas responsabilidades.

Para torcer el instinto poligámico y abandonante que nos caracteriza, se han creado varios estímulos, privilegios, prohibiciones y castigos, con lo cual algo se logra, pero convengamos en que el instinto siempre termina imponiéndose.

— Los hombres somos estimulados económicamente porque solemos ser los dueños de las mayores fortunas o por lo menos sus administradores bien remunerados.

— Los hombres somos estimulados en nuestro narcisismo dándoles a los hijos nuestro apellido para formar una familia (linaje, estirpe, descendencia).

— Las mujeres también trabajan para involucrarnos cuando nos hacen creer que ellas son las seducidas (impostando un rol pasivo) por nosotros, para lo cual, usando su indiscutida habilidad, nos inducen a ser persistentes, a hacer regalos, promesas, asumir compromisos, con lo cual nosotros mismos bloqueamos (sin querer) nuestro instinto poligámico y abandonante.

(1) «La suerte de la fea ...»

(2) El robo vengativo de maridos

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viernes, 26 de febrero de 2010

El hombre no existe

Jacques Lacan fue un psiquíatra francés, muy inteligente y creativo, pero también experto en molestar.

Disfrutaba provocando a su auditorio, diciéndole frases confusas pero dando a entender que él conocía la interpretación correcta.

Dijo por ejemplo: «la mujer no existe».

Según parece lo que pretendió decir fue que sólo existen mujeres de carne y hueso (María, Rebeca, Susana) pero «la mujer» (en sentido abstracto), no existe porque sólo es una idea.

Varias veces (1) he comentado con ustedes que la naturaleza se vale de «premios y castigos» para estimular el fenómeno vida.

No estoy enojado con el doctor Lacan, porque —si bien me escondió las respuestas y me obliga a pensar (cosa que evito siempre que puedo)—, me incita a encontrar ideas divertidas.

Las mujeres viven disgustadas porque no encuentran al Príncipe Azul. Ese mítico personaje masculino que tendría que llegar en un caballo blanco a raptarlas, no aparece.

Como hace un tiempo señaló una comentarista de estos blogs, si «la mujer no existe» (por el motivo que ya expuse), también es válido decir «el hombre no existe».

Y acá tenemos una explicación interesante: El Príncipe Azul que esperan las mujeres es nada menos que «el hombre» y no aparece porque «el hombre no existe». Los únicos que existen son hombres de carne y hueso (Juan, Pedro, Roberto).

¿Son tontas las mujeres que esperan infructuosamente al Príncipe Azul?

Respuesta 1 (la más urgente): No son tontas. Por el contrario, se estimulan como la naturaleza manda: creándose situaciones inevitablemente frustrantes porque intuyen que ese tipo de dolor es estimulante de la vida.

Respuesta 2 (la más ingrata): Las mujeres buscan al Príncipe azul porque en realidad buscan «un hombre» cualquiera, siempre que su dotación genética le fecunde hijos sanos y hermosos. (2)


(1) La naturaleza es hermosa pero antipática; (Maldita)Felicidad publicitaria; Somos marionetas de la naturaleza; Loción infalible contra las molestias; La disconformidad universal.

(2) Amor por conveniencia; Cuando los títeres se enamoran; Es así (o no).

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jueves, 25 de febrero de 2010

Nadie es mejor que mi perro

Estamos acostumbrados a hablar genéricamente de seres humanos (especie) para referirnos al conjunto de hombres y mujeres.

Dentro de la naturaleza, lo único que tenemos que hacer es conservar lo que llamamos «genéricamente seres humanos».

En el proceso de reproducción, los varones tenemos una participación escasa si la comparamos con la que tienen las mujeres.

El varón satisface su deseo sexual y continúa con sus asuntos personales. La mujer, en caso de quedar embarazada, comienza un largo proceso que puede terminar 20 años después, con el casamiento de su hijo.

Siendo que la conservación de la especie es nuestra tarea más importante y teniendo en cuenta que participamos de forma tan diferente, correspondería pensar que hombres y mujeres pertenecemos a categorías tan distintas que hasta podría decir que somos dos especies diferentes.

Por lo tanto —y volviendo al primer párrafo—, podría decirse que los hombres pertenecemos a una especie y las mujeres a otra especie.

Aunque continuemos llamándonos «genéricamente seres humanos», la semejanza que hay entre unos y otros se menor a la que imaginamos.

Cuando hablamos de mamíferos, podemos pensar en vacas, tigres, ratones, seres humanos, caballos.

Algo muy importante que los mantiene en categorías distintas es que una vaca no puede ser fecundada por un caballo y así en cualquier otra combinación imaginable.

Por lo tanto pensamos que una hembra y un macho pertenecen a la misma especie sólo si pueden fecundarse entre sí. Éste es el dato decisivo (1).

Este único dato ¿no estará recibiendo excesiva relevancia en nuestra interpretación de la realidad?

Observemos que hombres y mujeres nos llevamos bien —muy bien y hasta mejor—, con los perros y otras mascotas.

Decir que somos de la misma especie, ¿nos ayuda o nos impide comprendernos?

(1) El lenguaje ¿formará parte de la complementariedad reproductiva?

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miércoles, 24 de febrero de 2010

La historia de mi país es maravillosa

Es más sencillo comprender aquello que es más fácil de observar.

Algo que está a simple vista se percibe mejor que algo que es demasiado pequeño.

Todo lo que dependa del sentido del olfato es más difícil de observar que aquello que puede registrarse por sus emisiones acústicas.

Las enfermedades mentales son una ampliación patológica de la conducta normal.

Quienes las padecen sufren desarreglos más que nada por exceso: miedo exagerado, demasiada imaginación, excesiva fantasía, exaltación del ánimo, máxima extravagancia, incontrolable movilidad, agresividad o desgano, desmesurada preocupación por la salud, rápidos cambios de humor, etc.

Esta particularidad hace que las enfermedades mentales permitan ver rasgos de nuestra psiquis que en su dimensión más frecuente, serían difícilmente perceptibles.

Por lo tanto, los usos y costumbres propios de un hospital psiquiátrico pueden ser propuestos (con la correspondiente adecuación) en otras instituciones y hasta en las comunidades abiertas (población, empresas, clubes).

Los enfermos mentales no aceptan su condición y para ratificar sus creencias inventan historias que explican por qué la enfermedad no existe (en cuyo caso la internación es resultado de un error o de una confabulación) o si reconocen una enfermedad, ésta fue causada por situaciones ajenas a la responsabilidad suya (exceso de trabajo, malos tratos, accidente).

Quienes se encargan de atender al paciente psiquiátrico deben desacreditar categóricamente cualquier historia personal que interfiera con el tratamiento. El internado debe compenetrarse de que su historia verdadera es la que poseen quienes intentan curarlo.

Las colectividades de gente mentalmente sana (nación, población de un país), también tienen que creer la historia patria oficial que les trasmite el estado.

Están prohibidos los revisionismos históricos que pudieran poner en riesgo la conducción de los diferentes gobiernos de turno.

Las semejanzas con un hospital psiquiátrico no creo que sean casuales.

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martes, 23 de febrero de 2010

El robo vengativo de maridos

La fidelidad es algo que buscamos todos.

Deseamos y necesitamos ser queridos un día tras otro de tal forma que podamos disfrutar del amor que hemos recibido, del que estamos recibiendo hoy y del que estamos casi convencidos que seguiremos recibiendo en el futuro.

Que nuestro amante nos quiera en exclusividad ya es otro asunto. Para mí es un deseo suntuario, lujoso, difícil de conseguir y —sobre todo—, de mantener.

En otros artículos (1) he comentado que es la mujer la que convoca y elige al varón que será el padre de sus hijos. Los varones, por nuestra parte, tratamos de mostrarnos elegibles (belleza física, poder económico, audacia).

En términos generales, la fidelidad en una pareja tiene su punto más débil en el varón justamente porque ellas son las que convocan y eligen.

Las mujeres tienen que conservar buenas relaciones con otras mujeres porque no es nada difícil para una de ellas destruirle la familia a la que se porte mal.

Una mujer que esté gozando de una buena vida en pareja con un hombre, no sólo tiene que preocuparse de que éste se mantenga satisfecho con la relación, sino que además tiene que cuidarse de que otra no se lo quite vengativamente.

La mayoría de los comentarios sobre la infidelidad asociada a la venganza se refieren a la infidelidad por venganza (ante la infidelidad de uno, el otro toma venganza haciendo lo mismo). En este caso estoy refiriéndome al acto agresivo de una mujer contra otra.

Nota: Estas reflexiones no se apoyan en estadísticas —como algunos pretenden—, por dos razones: 1) porque las encuestas y sus respectivos resultados (estadísticos) no son confiables en general y 2) porque sobre este tema en particular, los entrevistados siempre le mienten al entrevistador y a sí mismos.


(1) «A éste lo quiero para mí»; «Soy celosa con quien estoy en celo»; «La suerte de la fea...»

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lunes, 22 de febrero de 2010

La majestuosa obediencia

Los seres vivos nos juntamos por especie. Los árboles forman un bosque, los perros una jauría, los peces un banco o cardumen.

Los humanos hacemos lo mismo en tolderías, villas, ciudades, o en número reducido: grupos, equipos, familias.

Nuestra forma de organizarnos es siempre vertical (o piramidal).

De manera informal o institucional, siempre contamos con algún jefe, comandante o presidente que nos dirige.

La visibilidad de estos dirigentes es variable.

Un monarca o un papa exhiben su poder de manera ostentosa mientras que un líder informal puede pasar desapercibido en organizaciones más flexibles (de tipo horizontal).

A los profesionales universitarios se los llama profesionales independientes (o liberales), aunque ellos también están sometidos a una autoridad superior.

La verdadera sumisión está en la psiquis de cada subordinado. La autoridad visible no es más que un referente, un símbolo del poder. Ese rey, papa, presidente o el nombre que le corresponda, está ahí para señalarle a la humanidad toda que en esa corporación nadie se manda solo, que todos obedecen, que existe una cadena de mando, que —entre todos— forman un equipo de fútbol, una empresa, un sindicato, una nación, una iglesia.

Los estudiantes de las carreras liberales, son adiestrados para pensar como se debe pensar, tienen que demostrar (en las frecuentes pruebas de evaluación) que son idénticos a los personajes que la institución (universidad, colegio, escuela) designó como los únicos modelos correctos (autores, ideólogos, filósofos, profesores).

Por lo tanto, quienes ingresan como estudiantes pensando que evitarán ser mandados, imaginando que tendrán libertad de acción, suponiendo que poseerán facultades discrecionales para actuar en la sociedad como les place, no han elegido el camino adecuado.

La única forma de ser bastante libre es optar por la marginalidad, apartarse de la sociedad, vivir en las calles o en un bosque.

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