El perro lanudo y joven,
tiembla. Sentado sobre sus patas traseras en la punta del muelle, mira un punto
lejano en el horizonte donde yo no veo nada.
A su lado hay una cuerda,
arrollada en círculo, como si fuera un lazo pronto para atrapar al novillo.
Él no me ve porque no tengo
cuerpo. Ni oye mis latidos ni siente mi olor, por el mismo motivo.
Lo veo y lo siento, pero él no
sabe de mí. Lo tengo bien cerca y oigo hasta sus quejidos más agudos y débiles.
El viento le da en la cara y
quizá le llegue cargado por el olor de alguien que él necesitaría de regreso.
Cuando llegué al lugar ya
estaba en esa posición. En los picos de ansiedad, mueve las patas delanteras
como apisonando las tablas curtidas por las olas y las lluvias de muchas
décadas.
Como quienes no tenemos cuerpo
no tenemos nada para hacer, me quedé observándolo y tratando de imaginar qué
habría en el horizonte que tanto lo angustiaba.
Como ex-humano imaginé que quizá lo preocupaba la pérdida de un ser
querido, o la llegada de un ser amado, o la expectativa de alguna esperanza
que, por no saber dónde ubicarla, la imaginó en ese caprichoso punto donde el
cielo y el agua también intentan reunirse.
Me acerqué hasta poder
tocarlo. Temblaba como si tuviera frío. Quizá sintiera miedo o quizá fuera mi
existencia sin sangre.
Próximo al atardecer divisé un
punto que se acercaba. El perro comenzó a golpear el piso con ambas patas a la
vez. Por fin la cola exhibió su vitalidad. Quiso ladrar pero parecía inhibido,
avergonzado, incapaz de lanzar ladridos despreocupados.
Todo su cuerpo se meneó con
frenesí cuando un muchacho bajó del bote. Quería ladrar pero alguna
inhabilitación lo ahogaba. Cuando se acercó al joven, este le propinó tan
fuerte puntapié en la cadera que lo hizo volar varios metros.
Apretó el hocico contra las
tablas, miró con temor, tristeza, sin furia. Ya nada de ladridos contenidos ni
meneos.
El joven levantó el rollo de
cuerda y caminó saliendo del muelle. A considerable distancia, el perro
avanzaba reptando. El joven se detuvo y se volvió hacia el animal. Este gimió y
se puso patas arriba para desestimular otro ataque. ¡Ah, ahora entiendo! Es
perra.
(Este es el Artículo Nº 2.122)
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