Pedro Honorio se debatía en un
conflicto imposible: solo sentía orgullo por su única hija, Mariana, pero los
hijos que ella gestara no llevarían su apellido.
Lo más grave provenía de sus
dos hijos varones porque eran despreciables, una ofensa de la naturaleza,
vagos, viciosos, impúdicos, irresponsables.
Don Pedro no sabía mucho de la
hija porque su moral le impedía hablar demasiado con ella. «De las hijas se
encargan las madres», aseguraba y cumplía.
Mariana tenía los rasgos físicos, incluida la voz, que convencían al
padre sobre «qué maravillosa mujercita le había concedido la Gracia de Dios»,
decía con una fugaz mueca de satisfacción.
La muchacha y su madre, cuando estaban ante la
figura del hombre, hablaban en voz baja. Eso gratificaba al señor Honorio
porque entendía que todo funcionaba según el orden natural, el respeto al
patriarca, la veneración al responsable de todo lo que pudiera concernirles a
ellas.
Esa consideración no existía en los dos hijos
varones que vivían burlándose de todo y de todos. La autoridad policial tenía
orden expresa de ser particularmente severa con los inservibles hijos del mejor
contribuyente económico de la iglesia, del hospital y de la comisaría.
Esta política familiar lo mantuvo alejado de
lo que realmente estaba ocurriendo. Lo que él pensaba de la hija y de la esposa
era bastante diferente de la realidad.
Mariana amaba, deseaba físicamente y soñaba
con el hijo menor de un rico hacendado conocido de Don Pedro.
Las dos mujeres sabían que Honorio jamás
habría tolerado esa relación porque el muchacho tenía todo el aspecto de una
hermosa mujer. Objetivamente, poseía una belleza femenina superior a la de
Mariana.
Sin embargo, la madre y la hija sabían que el
joven correspondía apasionadamente al amor de Mariana. El mutuo apoyo que se
brindaban permitió que Mariana tuviera varios hijos que fueron siendo
entregados para su crianza a una confiable compañera de estudios de la feliz
abuela.
El hermoso muchacho se afeaba, con maquillaje
y vestimenta, para concurrir a la casona donde, supuestamente, hacía tareas de
jardinería con la complicidad del capataz general que respondía fielmente a las
órdenes de la patrona.
Algunos aseguran que el cura habría confesado
que su padre fue tan débil como Don Honorio y que por eso comprendía a los
muchachos descarriados. Parece que, de no haber sido rescatado por Dios,
nuestro padre superior, él también habría sido un malviviente.
Quizá los padres débiles generan la necesidad
de ser remplazados por un imaginario padre omnipotente.
(Este es el Artículo Nº 1.847)
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11 comentarios:
Mariana tuvo un padre debil, pero en el relato, por lo que sabemos de ella, no cometio ningun error.
¿Por que Pedro Honorio no quiso darle el apellido a los hijos de Mariana? No comprendo.
Yo tampoco entiendo, ¿por que Honorio consideraba a Mariana una maravillosa mujercita?
Ahora somos nosotros los que hablamos en voz baja en presencia de ellas.
¡Ay que nostalgia! Me imagine al novio de Mariana igualito a Alain Delon.
A mi no me queda claro que Honorio fuera debil. Al contrario, me lo imagino como un hombre de caracter fuerte.
Para mi que el de la foto es Alain Delon, Gloria.
Esta claro que Honorio era debil; sus hijos eran malvivientes.
Es terrible que la pareja no pudiera criar a sus hijos!!
Me gustaria que el muchacho hermoso del relato tuviera nombre.
Las complicidades entre madre e hija son de temer...
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