Fui corresponsal de guerra hasta que a la humanidad se le ocurrió suavizar su humor y dedicarse a las redes sociales.
Facebook terminó con mi
carrera periodística, corriendo riesgos, jugándonos la vida con el cámara, sintiendo el olor a
explosivos mezclado con el polvo de los edificios descuartizados por los
misiles.
¡Cuántos micrófonos perdidos
cuando volábamos por los aires! ¡Cuántos lentes de la filmadora hechos trizas
por alguna bala fuera de ruta! ¡Cuántos balones transfundidos con el goteo
salvador de la morfina intravenosa!
Ya nada de eso queda. Al mundo
se le ha dado por pacificarse. Mi compañero de infortunios, desde su único ojo
sano, me mira aritméticamente medio triste.
Desde aquella vez que nos
ocultamos contra una pared que se nos cayó encima, una de mis piernas quedó más
corta que la otra y cualquiera descubre mi renguera hasta cuando estoy sentado.
Mi amigo logró una pensión
vitalicia gracias a que su abuelo es ascensorista en el Ministerio de Guerra de
su país, pero yo tengo que arreglarme como puedo haciendo notas para una
revista que compran los fanáticos de los mega conciertos.
Ayer entré al concierto de
Tomay Megarca, una verdadera bestia asesina demoledor de tímpanos.
18 operarios expertos
estuvieron 4 días armando el escenario y haciendo pruebas de sonido con unos
equipos de amplificación que llegaron hasta el estadio en 3 camiones que nadie
había contratado desde que se utilizaron para trasladar las columnas de un
parque de energía eólica ubicado en las serranías del pequeño país.
Los fanáticos estaban ansiosos
porque Tomay había lanzado su propaganda anunciando «...lo peor de mí:
los voy a reventar», le había vociferado a un periodista de boxeo que lo
entrevistó por error.
Después de 186 minutos de espera (tres horas y seis minutos), ya nadie
conservaba la silla por la que había pagado tickets de ciento veinte dólares y
más.
Por fin entró Tomay y con el
primer acorde se rompieron varias luminarias de cuatro mil watts de potencia
lumínica cada una.
La muchedumbre exaltada quedó
repentinamente petrificada como si les hubiera caído un rayo individual.
A ese acorde demoledor siguió un
silencio, durante el que estallaron otras lámparas, quizá por el eco rebotado
contra los cuerpos de los espectadores.
Uno a uno fueron cayendo
derretidos los que ocupaban lugares próximos al escenario, los de la segunda
fila solo cayeron de rodillas y los de la tercera fila necesitaron apoyarse
unos a otros para sostenerse.
El silencio continuó, la mirada
siniestra de Tomay Megarca escaneó a los sobrevivientes esperando lo que para
él sería inevitable: la muerte súbita de todos los asistentes mayores de 40
años.
(Este es el Artículo Nº 1.833)
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8 comentarios:
jajaj!!!!! Me gusto el cuento. Los de la primera fila cayendo derretidos sobre los de la segunda, los de la segunda de rodillas, todos los mayores de 40 a punto de morir!
El sonido como violencia, la reaccion violenta al ruido, la furia de la banda, los parlantes apuntando como cañones. Muy bueno.
En el videocomentario ud habla de temas polemicos y yo no me animo a opinar por falta de informacion. Igual queria dejar mi comentario aqui porque ya me siento como de la familia de los que comentamos siempre. Hemos formado un grupo. Algun dia tendremos que conocernos.
Las lamparas estalladas perdieron la luz. Es increible si nos ponemos a pensar. ¡Tantos años es capaz de viajar la luz!
Dicen que me cayo un rayo individual que me dejo rayado.
El acorde mas demoledor que he escuchado fue el de la cancion que compuso mi pareja para decirme que ya no me amaba.
El periodista de boxeo que entrevisto por error a Tomay, quedo mas que satisfecho: nuca habia escuchado una declaracion tan contundente de un boxeador.
Al menos Tomay es un hombre de palabra.
Me resulta muy sugerente el apellido de Tomay.
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