Cuando
murió mi hermano los adultos no querían que yo supiera y me mimaban de más. Mi abuela
me llevó al Parque Rodó. Quería consolarla, pero no sabía cómo. Vi a un
vendedor de globos, de esos que tiran para arriba. Me parecieron maravillosos. Ella
se dio cuenta y me compró uno. Mientras lo pagaba aproveché para soltarlo. Qué
alegría sentí de poder regalárselo a mi hermano. Parece que yo también quería
mimarlo.
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