lunes, 23 de julio de 2018

HISTORIAS PERDIDAS



Hemos perdido miles de historias, aquellas que transcurrían entre que tomábamos una fotografía y la mandábamos a revelar. Los paisajes cambiaban, los gestos, los peinados, las vestimentas. Las fotografías tenían un pasado que se perdió desde que la imagen se muestra en el mismo momento de tomarla.

Aquel diferimiento era un ejercicio tonificante de la paciencia y un calmante de la ansiedad. Las personas podían esperar la muerte porque aprendían a esperar el revelado de las fotos. Hoy tenemos los suicidios de los que no aprendieron a esperar. La tecnología Polaroid provocó el primer quebranto de nuestra paciencia. No tengo cifras, pero estoy seguro que ese invento disparó la cantidad de casos de autoeliminación.

Evito pensar en las respuestas a nuestras cartas: la demora era aún mayor al tiempo de revelado. ¿Cuántas respuestas fueron leídas cuando el emisor ya había muerto? ¿o no llegaban al destinatario por el mismo motivo?

El cerebro no ha aumentado su velocidad de comprensión, pero la ansiedad de nuestra época nos lleva a abandonar lo que estábamos tratando de entender por no poder esperar. Cuando alguien dice: “esto no lo entiendo” quizá esté diciendo: “No puedo esperar a que mi inteligencia termine de entender”.

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