miércoles, 7 de diciembre de 2011

«¡Cuídate! Sé por qué te lo digo»

Nuestra fantasía puede convencernos de que todo ocurre o no ocurre por causa de nuestros personales procesos mentales.

Si cuando camino por la playa libero mi fantasía e imagino que desde el horizonte se aproximará velozmente una ola gigantesca que nos matará a quienes estemos cerca de la costa, puedo llegar a pensar que si eso no ocurre es porque tuve la idea, la imaginación y el temor.

Si mi esposa comienza a mirar por la ventana porque nuestro hijo de 26 años aún no llegó con la moto Kawasaki 1.000 cc que le regalé por haber salvado el primer examen de abogacía, seguramente se convencerá de que si el pequeñuelo aparece sin un rasguño y con el celular apagado porque olvidó encenderlo, la milagrosa aparición ocurrió porque ella se puso nerviosa, porque me recriminó todo el tiempo el mencionado regalo y porque su alegría de recuperar al hijo que imaginó aplastado por un bus, la demostró regañándolo con la furia que se merecieron los generales hitlerianos.

Estos dos ejemplos son suficientes para describir a qué me estoy refiriendo.

El cerebro, no sólo tiene severas dificultades para percibir el entorno sino que es particularmente alocado a la hora de establecer cadenas causales («esto está causado por esto otro»).

Cuando alguien se convence de su personal cadena causal, organizará su vida repitiendo la rutina que aprendió por experiencia.

Las personas con mayor apego a estas creencias también suelen poseer un elevado sentido de responsabilidad.

En este caso, andarán por la vida bendiciendo, santiguando, exorcizando la inmensa cantidad de peligros que corremos por el solo hecho de estar vivos.

La convicción de que su pensamiento realiza proezas, no solo le impone las obligaciones inherentes a tan altas posibilidades, sino que se sentirá un ser maravilloso, omnipotente, con derecho al autoritarismo.

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martes, 6 de diciembre de 2011

El dolor causado por los seres queridos

El dolor que nos provocamos a pesar de amarnos tanto, autoriza pensar que el daño que nos hacen no siempre es por desamor.

Ya fue dicha la frase «Quien más te quiere, te hará llorar».

Cuestionemos el prejuicio de que «llorar» es algo negativo, que debe evitarse porque es perjudicial.

Esto no es así: podemos llorar emocionados con una película, un concierto, una actuación teatral.

El llanto como la risa, son reacciones somáticas tan especiales porque son e-mocionantes (nos mueven, con conmueven), y por estas sensaciones que sentimos, decimos que son sentimientos.

Pero no son estos fenómenos tan dramatizados por nuestra cultura los que ocupan el tema de este artículo.

Como dice la frase popular («Quien más te quiere, ...») mencionada al principio, el amor y su alternativas suelen acompañarse por reacciones de llanto.

No hay dudas sobre a quién queremos más. El amor a sí mismo, el amor propio, el narcisismo son datos casi incuestionables.

Si en algún momento podemos decir «te quiero más que a mí mismo», estamos exagerando porque en teoría no es posible querer a otro más que a uno mismo. En todo caso podemos amarlo igual, pero no más.

Partiendo de la base que el máximo amor posible es a uno mismo, prestemos atención a cómo nuestros actos (pensamientos incluidos) pueden causarnos dolor, atormentarnos, hacernos llorar de furia.

Los sentimientos de culpa imaginaria, la auto flagelación, las recriminaciones despiadadas, pueden estar provocadas por quien más nos quiere y a quien más queremos, esto es, por nosotros mismos.

Sólo para no pasar por alto algo tan importante como son los vínculos, es posible defender la siguiente reflexión:

Si un ser querido hace y dice cosas sabiendo que nos causarán dolor, no necesariamente lo hace por desamor, quizá lo hace porque nos quiere tanto como nos amamos.

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lunes, 5 de diciembre de 2011

La economía de la psiquis

Si nos ponemos a pensar, la economía es el arte científico número uno y un psicoanalista es el economista de los recursos psíquicos.

Podemos decir que la economía es la ciencia o el arte o el arte científico de encontrar los métodos más eficaces para satisfacer las necesidades humanas.

También podemos decir que la economía es la técnica por la cual obtenemos los mayores logros aplicando la menor cantidad de recursos (esfuerzo, energía, inversión, espacio, tiempo).

Si pudiéramos tener plena confianza en la honestidad de los profesionales, encontraríamos que un arquitecto es capaz de hacer casi la misma construcción que un albañil experimentado, excepto que este último probablemente gaste más recursos.

Dicho de otra forma, quien más haya estudiado sobre construcción, podrá hacer algo de forma más económica.

Si pudiéramos despojar al médico de los compromisos comerciales que lo atan a su corporación, a los laboratorios farmacéuticos y a las empresas de intermediación en salud, encontraríamos que conoce formas de vivir más años y con mayor calidad de vida.

El que se dedica estrictamente a las ciencias económicas es habilidoso, talentoso y experto en pagar la menor cantidad de impuestos posible, en evitar al máximo los gastos bancarios y en optimizar la rentabilidad de los recursos instalados (local, máquinas, vehículos).

El psicoanálisis también busca y consigue economizar.

Efectivamente:

— procura vivir bien, sin caer en autoengaños;
—conserva la alegría y el entusiasmo sin recurrir a la negación de los aspectos menos agradables del vivir;
— apela al «conócete a tí mismo» para lograr el desarrollo del talento disponible;
— orienta el mayor consumo de energía a «ocuparse» y el menor a «pre-ocuparse»;
— se concentra en distinguir qué le concierne a cada uno tratando de desestimar lo que es de responsabilidad ajena;
— aunque atienda primero lo urgente se asegura de no olvidar lo importante.

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domingo, 4 de diciembre de 2011

Leonor, ni se calla ni se va

Con científica precisión, Leonor dedicó sus últimos meses de vida a convencer a Dagoberto de que se consiguiera una mujer que continuara cuidándolo como había hecho ella hasta que las piernas se negaron a caminar y los brazos se negaron a casi todo.

Dagoberto, con cuarenta y nueve años, ya tenía olor a soltero y con esto no estoy haciendo ninguna metáfora.

Leonor se comunicaba por teléfono con muchas mujeres que pensaban como ella y que también buscaban soluciones para Bercho (apodo familiar de Dagoberto).

Cuando Leonor cursaba el último mes de existencia, encontró la solución: Una muchacha cuya edad se calculaba en unos treinta años, tenía que irse de su casa y hasta de la ciudad, pero no por culpa de ella sino por una compleja situación, de esas que sólo pueden ocurrir en parajes donde los conflictos hierven en la hoguera de una febril imaginación que llega a los villorrios huyendo de las grandes ciudades.

En un par de semanas llegó la extraditada para cambiar unas pocas frases con Leonor antes de que falleciera.

Alicia tenía pelo rubio opaco y pajizo, labios gruesos, piel blanca, seca y calcinada por el sol, dientes fuertes y cortos, complexión delgada, piernas con rodillas grandes y pies largos.

Las manos eran un capítulo aparte por su tamaño, fortaleza y callos muy marcados de tanto ordeñar.

Rápidamente tomó el control de las tareas de la casa al mismo tiempo que Dagoberto comenzó su plan de educarla, embellecerla, suavizarle las manos, ampliarle el vocabulario.

En la primera lección sobre cómo vestirse, caminar y saludar, Alicia lo miró con un gesto desconcertante. Bercho no supo si estaba impresionada o asustada.

La segunda lección fue sobre lenguaje y se vio interrumpida porque ella se durmió.

El «profesor», ofendido, le recriminó esa falta de consideración, a lo que ella respondió:

— No te hagas el Pigmalión conmigo porque fui poseída por el espíritu de Leonor y ahora soy tu madre.

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sábado, 3 de diciembre de 2011

La injusta venganza de la culpa imaginaria

Si no podemos disfrutar intensamente de la vida porque nos sentimos culpables, nos convertimos en ciudadanos vengativos y antisociales.

A ver si has oído estas frases, expresadas con seriedad por personas honorables, buenos ciudadanos que nunca han estado encarcelados y en algunos casos, asiduos concurrentes al cumplimiento de los cultos religiosos más piadosos:

— Soy exigente con los demás porque soy aún más exigente conmigo mismo;
— Hazle a los demás lo que querrías que hicieran contigo;
— Lo digo con dolor, pero la gente te obliga a usar mano dura con ellos;
— Te castigo pero créeme que me duele más a mí que a tí;
— La severidad es efectiva pues resulta disuasiva y ejemplarizante.

Estos buenos ejemplares de nuestra especie, que alguien por descuido podría confundir con un tirano cruel, incitan a los gobernantes de turno para que hagan el trabajo sucio de limpiar la nación de esos inmundos semejantes que molestan con sus robos, aspecto facineroso, música estridente, costumbres aberrantes.

Pero también sería superficial suponer que esto se trata de intolerancia químicamente pura. Es posible suponer «resortes anímicos» menos obvios.

Los delincuentes nos están recordando que somos alguien más del que se mira en el espejo del botiquín, peinándose con cuidado, haciendo muecas para constatar la higiene dental.

Esos humanoides que desearíamos eliminar también funcionan como espejos que reflejan aspectos nuestros horrendos e impresentables.

¿Cuándo padecemos remordimientos, culpas y nos recriminamos? Cuando algún accidente desafortunado nos impide negar lo que veníamos negando: que somos débiles, vulnerables, enfermables, solo algunas veces curables, envejecibles, mezquinos, infieles, mentirosos, crueles, sádicos, intolerantes, evasores, transgresores.

¿Para qué sirve este artículo? Para poder amarnos sin tener que engañarnos, para querernos también sin maquillaje, desprolijos, desalineados.

Y si podemos amarnos sin trampas, podremos disfrutar de la vida sin sentirnos culpables, sin imaginar fantasmas persecutorios ni ponernos vengativos injustamente.

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viernes, 2 de diciembre de 2011

Imitamos la opción sexual de los ganadores

La opción sexual no depende del genital disponible: elegimos el rol (hombre o mujer) que nos asegure recibir más amor.

Apelando a fuertes simplificaciones con tal de que ideas que son:

— trascendentes en nuestra vída síquica;
— perturbadoras porque a esas ideas se les asocian emociones tan fuertes que nos enlentecen intelectualmente;
— alejadas del sentido común,

puedan ser comentadas en un texto no mayor de 300 palabras, atendiendo a que este artículo no es lo único que tienen para leer los internautas, comento (simplificadamente) algo que suele llenarnos de angustia durante décadas.

En otro artículo (1) les decía que la famosa frase «complejo de castración» no es la angustia de los varones a que les sean quitados sus genitales sino que se trata de la angustia que padecemos ambos sexos de no ser amados, queridos, deseados, integrados, protegidos, tenidos en cuenta, mirados.

En este significado, castraciones terribles son: ser abandonados por nuestros padres, no tener amigos, que nuestro ser amado nos deje por otra persona, quedarnos ciegos, sordos, inválidos, e infortunios por el estilo.

Por lo tanto, desde la más tierna infancia, si bien los niños pueden llegar a entender que papá tiene pene y que mamá tiene vagina, lo importante es cómo se sienten respecto al amor y protección de ellos, y también a quién les conviene parecerse para sentirse fuertes, valiosos, invulnerables, importantes.

Y acá surge el gran tema del que quería comentarles: estas sensaciones no tienen nada que ver con el sexo biológico que posea el niño sino de cuál de ambos «falos» elige (falo = conjunto de virtudes que nos convierten en dignos de amor).

Si elige el «falo» de quien tiene su propio sexo, será heterosexual, si elige el «falo» de quien tiene el otro sexo, será homosexual... pues lo único importante es recibir amor.

(1) Sin «falo» no somos «amables»

Relato vinculado:

Pollera o pantalón

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jueves, 1 de diciembre de 2011

Sin «falo» no somos «amables»

«Falo» es el conjunto de atributos personales que nos convierten (a hombres o mujeres) en dignos de ser amados (amables).

En otro artículo (1) comenté que en nuestra cultura occidental y machista somos proclives a pensar que al conjunto de atributos valiosos de una persona se le denomina «falo», que «falo» significa pene y que, por lo tanto, los varones son más valiosos que las mujeres simplemente porque tenemos este apéndice eréctil que tanto amamos.

El incesto está prohibidísimo y no sabemos por qué, la Torre Eiffel es una montaña de chatarra pero pagamos miles de euros para conocerla, El Quijote es una novela de Cervantes que fue leída por una de cada mil personas que la consideran lo mejor de la literatura universal.

También es famosa entre los occidentales la idea freudiana denominada «complejo de castración».

Como corresponde a una interpretación literal, por «complejo de castración» suele entenderse el miedo masculino a que nos corten los testículos y talen el pene (emasculación), como forma extrema de castigar nuestras transgresiones.

Esta interpretación nos lleva a pensar que sólo los hombres cometemos delitos y de hecho las cárceles están llenas de varones más que de mujeres.

Si entendemos que «falo» no significa «pene», podemos entender que la terrible amenaza a la que estamos todos expuestos, no es otra cosa que la usada por los niños de más corta edad cuando en su furia paroxística nos amenazan con «no te quiero más».

Efectivamente, y recapitulando: al conjunto de virtudes que nos convierten en «amables» (dignos de amor), tales como la honestidad, la generosidad, la lealtad, le llamamos «falo» y si no demostramos tener estas virtudes, dejarán de amarnos porque no tenemos el «falo», nos considerarán «castrados», seremos inútiles como ciudadanos, vecinos, compañeros, amigos, cónyuges, independientemente de qué genital estemos provistos anatómicamente.

(1) «Falo» no significa pene

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