
Casi todos los niños pasamos por una etapa en la que nos gustó despanzurrar (desarmar, abrir, romper) objetos de los que quisimos saber qué contenían.
En términos adultos, esto es analizar (separar el todo en sus partes).
Cuando digo que intentamos captar la realidad usando un modelo digestivo, mordisqueando el objeto de observación, estoy usando una metáfora para decir que intentamos analizar.
Sin embargo, aquella primera etapa de analistas no es seguida por una etapa de síntesis (composición de un todo uniendo sus partes).
La mayoría disfrutamos analizando pero muy pocos disfrutan sintetizando.
Esta particularidad de nuestra vocación como científicos silvestres da como resultado que a lo largo de nuestra vida dejemos un reguero de objetos, ideas y personas, suficientemente analizadas (separadas en sus partes, despanzurradas, desarmadas, abiertas, rotas) y muy pocas sintetizadas (compuestas, armadas, recicladas, perfeccionadas, operativas, funcionando).
A veces ocurre que un reparador voluntario no especializado, desarma la licuadora descompuesta, y luego nota con cierta soberbia, que el fabricante había utilizado piezas de más (aquellas que el voluntarioso arreglador no pudo recordar dónde iban).
En este estado de cosas, cada vez que revisamos nuestra trayectoria, cuando decidimos inventariar nuestras investigaciones y sus respuestas, nos encontramos con un humeante campo de batalla.
Supimos analizar (desarmar) pero no supimos —o no tuvimos ganas de— sintetizar (armar, construir una conclusión armónica, a prueba de errores, funcional).
A este resultado tan penoso tenemos que agregarle algún calmante de nuestro amor propio, para lo cual balbuceamos una respuesta de ocasión desvinculada del análisis precedente.
●●●