domingo, 25 de mayo de 2014

Hombres, escultores de mujeres



 
Mariana, con el torso desnudo, apoya lánguidamente su brazo sobre el hombro de él, que la mira sin interés.

Ella lo observa, buscando en la mirada masculina alguna respuesta que le alivie el desconcierto que tiene su vida en suspenso.

Durante esta escena de quietud pictórica, la cabeza de ella envía señales confusas al resto del cuerpo: endurece nuevamente los pezones, comprime el estómago, una corriente polar recorre las piernas cubiertas por la falda blanca como la piel.

Él la mira, apoyado en el codo. Anhela el fin de esta pose incómoda, de esta situación inconducente, aburrida.  Ya hizo lo que vino a hacer. Ahora estaría mejor galopando hacia la taberna donde sus amigos lo esperan para jugar cartas. Les contará jugosas historias con procacidad y lujuria. Dos de ellos siempre tienen erecciones cuyo relieve exhiben para homenajear el arte del narrador. Habrá estruendosas carcajadas y golpes en la mesa como para que los vasos caminen.   

Ella seguía mirándolo, tratando de pensar, de reacomodar sus ideas. Cuando era niña no padecía estos episodios de turbación angustiada. Ningún muñeco era tan esquivo como este hombre, que al tocarla le permitía conocer sensaciones inefables que la hacían sentir esclava, insignificante, víctima de alguna enfermedad maléfica.

Él ya está harto de tanta reflexión femenina. Se puso de pie. El brazo de ella, al perder el apoyo, cayó pesadamente sobre la sábana.  Le miró los senos de atractivo eterno pero no sintió deseos de volver a tocarlos. La mujer erótica ya no estaba en la habitación. Es más atractiva la taberna que esta misteriosa mujer en trance.  Quería estar allá, pero estaba acá, irritado, fastidiado. Maldijo la falta de coraje para expresar sus verdaderos deseos. No quería lastimarla para evitarse el trabajo de reconquistarla.

Finalmente ella volvió de sus pensamientos, se movió con lentitud, lo miró, no a los ojos sino a la abundante pilosidad que brota desde la base del cuello. Se sintió sola, vacía, otra vez perdida. Pensó en abrazarlo pero algún sentimiento vergonzoso y resentido se lo impidió. Le abrió la puerta de la alcoba, para no cerrar los ojos con actitud dramática, miró varios objetos de la habitación, cruzaron por su mente imágenes trágicas protagonizadas por un jinete cruel. Adorable pero cruel.

Entusiasmado por la nueva situación, él trepó al caballo, lo hizo girar y enfiló hacia una densa niebla matinal que lo devoró.

………

Mariana, en su mecedora, miró por encima de los lentes al mozo que se despedía para estudiar en una ciudad lejana. Antes de darle su bendición con un beso, enfocó la vista sobre la abundante pilosidad que brota desde la base del cuello, le acarició la mejilla y continuó el bordado de unas sábanas que algún día estrenaría como sudario.

(Este es el Artículo Nº 2.222)

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miércoles, 21 de mayo de 2014

Solo necesitamos diversión



 
Tanto sea por la vía de aliviar los malestares como por la vía de aumentar nuestras sensaciones placenteras, todos los seres vivos hacemos lo que hacemos movidos por el placer, por la diversión.

Esta es otra manera de comentar un punto de vista determinista, contrario al punto de vista que acepta el libre albedrío.

Al decirlo en el comienzo, muchos dogmáticos del libre albedrío verán aliviado el esfuerzo de seguir leyendo algo que nunca podrán aceptar (el determinismo).

Según el determinismo nadie toma decisiones sino que los cambios que ocurren en nuestra existencia están determinados por muchos factores ajenos a nuestro control.

La situación se entiende muy fácilmente si lo que hacemos es beber agua para calmar una sed que ocurrió fuera de nuestra decisión, pero la situación se complica si tratamos de entender, desde el determinismo, por qué estoy redactando este artículo.

¿Por qué el título dice “Solo necesitamos diversión”?

Dado que todos los seres vivos huimos del dolor y concurrimos al placer, es posible expresar esta idea diciendo así: “Buscamos el placer del alivio huyendo del dolor y atraídos por el placer”. Como se ve, tanto la fuga como el movimiento hacia el goce, se parecen en que buscamos la gratificación, el bienestar, el alivio, es decir ‘la diversión’.

En suma: tanto sea por la vía de aliviar los malestares como por la vía de aumentar nuestras sensaciones placenteras, todos los seres vivos hacemos lo que hacemos movidos por el placer, por la diversión.

Cabe aclarar que el placer no es igual para todos; algunos se divierten trabajando, esforzándose, corriendo, sudando, fatigándose, teniendo sexo, comiendo.

«Sobre gustos, no hay nada escrito», pero siempre procuramos satisfacer nuestras necesidades, deseos, gustos, preferencias.

(Este es el Artículo Nº 2.221)

martes, 20 de mayo de 2014

El dolor de nuestros hijos



 
Un adulto temeroso y aprensivo es tóxico para casi todo el mundo, especialmente para los más pequeños. La buena noticia es que la resiliencia también permite superar las malas consecuencias de tener padres que no están en condiciones de serlo.

Una definición de resiliencia, es: En psicología, capacidad que tiene una persona para superar circunstancias traumáticas como la muerte de un ser querido, un accidente, etc.

Es sabido por todos que los seres vivos contamos con algún tipo de defensa contra los agresores o accidentes más frecuentes. Si estos mecanismos nos protegen de las dificultades más frecuentes, estamos esterándonos de que tenemos una ventaja probabilística pues nuestro riesgo mayor se concentra justamente en lo que es menos probable que nos ocurra.

Como nuestra psiquis está preparada para exagerar los peligros y para minimizar las protecciones, la percepción subjetiva es la inversa a la real: creemos que corremos muchos peligros con amenazas muy probables.

En suma: tenemos mejores defensas contra lo que probablemente nos ocurra y tenemos peores defensas contra lo que es muy probable que nunca nos ocurra. ¡Mejor imposible! Esta situación nos hace amar a la Naturaleza como a una gran amiga, madre, protectora.

Por lo tanto, cuando tenemos a nuestro cargo el cuidado de un niño, no deberíamos perder de vista esta situación. Si no lo tenemos en cuenta caemos en la tristemente célebre neurosis. Con esta enfermedad distorsionamos casi todo: lo que percibimos, lo que evaluamos, lo que prevemos.

Aunque el video hace hincapié en otro núcleo temático, en este artículo les redondeo la idea diciendo: la neurosis es contagiosa porque los niños aprenden de sus adultos. Si estos evalúan mal los riesgos de existir, el niño se criará desconfiando de todo, pensando que la quietud mortífera es la única solución para no fallecer prematuramente.

Más aun: los adultos alarmistas tienen baja tolerancia a la frustración y consideran que casi todo lo que hace un pequeño está mal, lo reprenden en exceso, lo acosan (bullying), lo desestabiliza emocionalmente.

Un adulto temeroso y aprensivo es tóxico para casi todo el mundo, especialmente para los más pequeños. La buena noticia es que la resiliencia también permite superar las malas consecuencias de tener padres que no están en condiciones de serlo.

(Este es el Artículo Nº 2.220)

lunes, 19 de mayo de 2014

La angustia de consultorio



 
Todos los humanos nos ponemos nerviosos cuando entramos en contacto con un semejante, especialmente si es desconocido y nos reunimos a solas y en un lugar cerrado.

Los seres vivos nos prestamos mucha atención. Quizá todo lo que se mueve nos estresa, aunque sea mínimamente.

Claro que no todos los seres vivos nos preocupan de la misma manera: no es lo mismo una mosca que una araña, el sobrino predilecto que un inspector de tránsito, el vuelo de una cortina impulsada por una suave brisa que el inesperado parpadeo de un siervo embalsamado.

Cuando esa atención, estrés o angustia se presentan en dosis mínimas, quizá no lleguemos a percibirlas, pero cuando comienzan a subir iniciamos una serie de acciones que intentarán controlarla.

Excepto los héroes cinematográficos, todos padecemos algún tipo de angustia. Precisamente esos personajes de novela llaman nuestra atención porque soportan lo que ningún espectador aguantaría sin salir corriendo.

En el video les comento qué ocurre con los peluqueros que hablan de cualquier tema con su cliente, por el solo hecho de estar tan cerca de él, tocándolo, cortándole el cabello. Esa situación es estresante para ambos, pero por algún motivo quien más la padece es el que asume la responsabilidad de cortar algo que después demorará mucho en crecer. El cliente se pone muy tenso cuando el peluquero le pasa la navaja por el cuello, pero prefiere no hablar ni moverse para evitar una auto-decapitación.

El caso más sofisticado es el del médico clínico. Este recurre a la insólita costumbre de tomarle la presión arterial a cada paciente. Semejante protocolo, según creo, tiene por único objetivo tomar del brazo al consultante como para infantilizarlo, degradarlo, someterlo como tantas veces hacen las directoras de una escuela con los niños inquietos.

En suma: todos nos ponemos un poco nerviosos cuando nos vinculamos con alguien, especialmente si es en un lugar cerrado como son las peluquerías y los consultorios.

Los dentistas constituyen un capítulo aparte porque son tan terroríficos que nunca necesitan someter a sus pacientes, sino, todo lo contrario, tienen que alentarlos a que por favor se sienten en el sillón y abran la boca.

(Este es el Artículo Nº 2.219)

domingo, 18 de mayo de 2014

La puntualidad de Cupido



 
Ella fue al desierto como le había indicado su abuela bruja.

Siguiendo aquellas recomendaciones, se vistió según la profecía y no como hubiera merecido el lugar, la aridez, el calor sofocante, el aire cargado de polvo.

Se maquilló como para una fiesta. Se enfundó en un enterito muy ajustado, agregándose finalmente un largo tapado con capucha, sin botones, con tela estampada como un leopardo. Calzó las botas largas de tacos afilados. Tomó un estuche de capellina y en pocos minutos estuvo en aquel desierto inhóspito por el que, cada tanto, pasaba alguien.

A lo lejos vio una nube de polvo que se acercaba. Era un jinete envuelto en ropas negras. El caballo, también negro, con abundante cola, crines y cerda en las patas.

Ella le hizo señas como un caminante que pide ser llevado. La negra masa de músculos y telas se detuvo; el caballo se resiste, corcovea, y piafando lucha por continuar el galope. Detrás de la espesa barba se pudieron ver los labios invitando a subir, en árabe. Ella hizo un gesto de rechazo con la mano y el jinete continuó.

El maquillaje seguía imborrable, la ropa que la abrigaba a la vez la refrescaba. Las botas, muy cerradas y hasta las rodillas, eran comodísimas.

A lo lejos vio una nube de polvo que se acercaba. Era un camión verde, que echaba abundante humo por un caño de escape vertical. El ruido del motor era el de un vehículo mayor, quizá el de una locomotora transiberiana.

Ella le hizo señas como un caminante que pide ser llevado. El estruendo amainó. El vidrio del conductor bajó con la suavidad de un mecanismo eléctrico. Un hombre calvo y rechoncho asomó la esfera craneana. Se pudieron ver los labios que invitaban a subir, en griego. Ella hizo un gesto de rechazo con la mano, el vidrio volvió a su lugar y el rugido empujó la mole verde.

El maquillaje seguía imborrable, la ropa que la abrigaba a la vez la refrescaba. Las botas, muy cerradas y hasta las rodillas, eran comodísimas. Al sonreír, Ella sentía que la boca perdía la sequedad del desierto.

Pasaron varias personas de habla extranjera, montadas en los más diversos aparatos generadores de polvo, y Ella seguía rechazándolos con una sonrisa hidrante.

A lo lejos vio un punto planteado que se acercaba. Era una moto silenciosa, de horquilla delantera muy larga y rueda trasera anchísima. Quien la conducía tenía facciones muy delicadas, maquilladas como para una fiesta, con lentes envolventes tachonados de rubíes.

Ella le hizo señas como un caminante que pide ser llevado. La motoquera se detuvo, apoyó el taco afilado de su bota izquierda en el desierto, dejando ver una pierna larga, vestida en un pantalón de cuero plateado. La oscura cabellera resaltaba sobre la chaqueta.

Ella sintió eso que sienten los que encuentran lo que buscan. Recordó la infalible profecía de la abuela. Montó sobre el asiento trasero; verificó la genitalidad palpando, introdujo las frías manos por debajo de la chaqueta plateada, acarició los senos, apoyó toda su fascinación sobre la conductora, clavó las uñas en los senos provocando un gemido y un gesto de dolor. Giró  varias veces la anchísima rueda, la horquilla delantera se levantó levemente y la moto salió disparada, sin hacer ruido ni levantar polvo.

El estuche de capellina quedó ahí. Una ráfaga lo abrió y mostró que estaba vacío. Seguramente el autor habrá querido significar que su dueña, enamorada, perdió la cabeza.

………

Nota: Este relato fue parcialmente inspirado por el video clip de la cantante Shania Twain, titulado Tu no me impresionas demasiado.

(Este es el Artículo Nº 2.218)