lunes, 19 de mayo de 2014

La angustia de consultorio



 
Todos los humanos nos ponemos nerviosos cuando entramos en contacto con un semejante, especialmente si es desconocido y nos reunimos a solas y en un lugar cerrado.

Los seres vivos nos prestamos mucha atención. Quizá todo lo que se mueve nos estresa, aunque sea mínimamente.

Claro que no todos los seres vivos nos preocupan de la misma manera: no es lo mismo una mosca que una araña, el sobrino predilecto que un inspector de tránsito, el vuelo de una cortina impulsada por una suave brisa que el inesperado parpadeo de un siervo embalsamado.

Cuando esa atención, estrés o angustia se presentan en dosis mínimas, quizá no lleguemos a percibirlas, pero cuando comienzan a subir iniciamos una serie de acciones que intentarán controlarla.

Excepto los héroes cinematográficos, todos padecemos algún tipo de angustia. Precisamente esos personajes de novela llaman nuestra atención porque soportan lo que ningún espectador aguantaría sin salir corriendo.

En el video les comento qué ocurre con los peluqueros que hablan de cualquier tema con su cliente, por el solo hecho de estar tan cerca de él, tocándolo, cortándole el cabello. Esa situación es estresante para ambos, pero por algún motivo quien más la padece es el que asume la responsabilidad de cortar algo que después demorará mucho en crecer. El cliente se pone muy tenso cuando el peluquero le pasa la navaja por el cuello, pero prefiere no hablar ni moverse para evitar una auto-decapitación.

El caso más sofisticado es el del médico clínico. Este recurre a la insólita costumbre de tomarle la presión arterial a cada paciente. Semejante protocolo, según creo, tiene por único objetivo tomar del brazo al consultante como para infantilizarlo, degradarlo, someterlo como tantas veces hacen las directoras de una escuela con los niños inquietos.

En suma: todos nos ponemos un poco nerviosos cuando nos vinculamos con alguien, especialmente si es en un lugar cerrado como son las peluquerías y los consultorios.

Los dentistas constituyen un capítulo aparte porque son tan terroríficos que nunca necesitan someter a sus pacientes, sino, todo lo contrario, tienen que alentarlos a que por favor se sienten en el sillón y abran la boca.

(Este es el Artículo Nº 2.219)

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