Todos los humanos nos ponemos nerviosos
cuando entramos en contacto con un semejante, especialmente si es desconocido y
nos reunimos a solas y en un lugar cerrado.
Los seres vivos nos prestamos
mucha atención. Quizá todo lo que se mueve nos estresa, aunque sea mínimamente.
Claro que no todos los seres
vivos nos preocupan de la misma manera: no es lo mismo una mosca que una araña,
el sobrino predilecto que un inspector de tránsito, el vuelo de una cortina
impulsada por una suave brisa que el inesperado parpadeo de un siervo embalsamado.
Cuando esa atención, estrés o
angustia se presentan en dosis mínimas, quizá no lleguemos a percibirlas, pero
cuando comienzan a subir iniciamos una serie de acciones que intentarán
controlarla.
Excepto los héroes
cinematográficos, todos padecemos algún tipo de angustia. Precisamente esos
personajes de novela llaman nuestra atención porque soportan lo que ningún
espectador aguantaría sin salir corriendo.
En el video les comento qué
ocurre con los peluqueros que hablan de cualquier tema con su cliente, por el
solo hecho de estar tan cerca de él, tocándolo, cortándole el cabello. Esa situación
es estresante para ambos, pero por algún motivo quien más la padece es el que
asume la responsabilidad de cortar algo que después demorará mucho en crecer. El
cliente se pone muy tenso cuando el peluquero le pasa la navaja por el cuello,
pero prefiere no hablar ni moverse para evitar una auto-decapitación.
El caso más sofisticado es el
del médico clínico. Este recurre a la insólita costumbre de tomarle la presión
arterial a cada paciente. Semejante protocolo, según creo, tiene por único
objetivo tomar del brazo al
consultante como para infantilizarlo, degradarlo, someterlo como tantas veces
hacen las directoras de una escuela con los niños inquietos.
En suma: todos nos ponemos un poco nerviosos
cuando nos vinculamos con alguien, especialmente si es en un lugar cerrado como
son las peluquerías y los consultorios.
Los dentistas constituyen un
capítulo aparte porque son tan terroríficos que nunca necesitan someter a sus
pacientes, sino, todo lo contrario, tienen que alentarlos a que por favor se
sienten en el sillón y abran la boca.
(Este es el Artículo Nº 2.219)
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