El «presente» fue angustiante en todas las épocas porque demoramos en entender qué está ocurriendo y en saber cómo deberíamos actuar.
Aunque he tenido alguna experiencia desagradable, reconozco que la inseguridad ciudadana me preocupa menos que la preocupación por la inseguridad ciudadana.
En otras palabras, quizá por deformación profesional (soy psicoanalista), tengo la sensibilidad a flor de piel con fenómenos tales como las neurosis, la angustia y la psicosis colectiva (hipocondría, pánico).
La historia nos informa que en todas las épocas existe un pico máximo de alarma pública, ya sea por la guerra, el desabastecimiento, las pestes.
Por lo tanto, los híper sensibles al fenómeno reaccionamos en todas las épocas de la misma manera: pensando, buscando soluciones, proponiendo hipótesis, estrategias, alternativas.
Algo muy conmovedor es que se han sumado a la delincuencia los menores de dieciocho años, que hasta ahora son inimputables en casi todos los países pero que seguramente se irán convirtiendo en imputables a medida que las travesuras que cometen sean más y más irritantes.
Hasta cierto punto es esperable que un niño cometa un asalto a mano armada porque todos entendemos que a esa edad acostumbran a copiar lo que ven, y en los programas de televisión casi todos los personajes refuerzan sus dichos apuntando al interlocutor con un revólver.
No es tan fácil comprender que un niño de 16 años termine preso por el FBI porque participó en un sabotaje informático a MasterCard y Paypal desde su casa en La Haya (Holanda).
Es cierto que cuando uno es atacado por un delincuente, generalmente nervioso, la situación es tan estresante como recibir una llamada a media noche, o tener un accidente de tránsito o quedar en medio de una manifestación con represión policial, pero lo que más nos angustia es que no comprendemos qué (nos) está pasando.
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11 comentarios:
Por favor, tengo algo que pedirle: lea "La cena", de Herman Koch. Después, tengo otro pedido: concurra -a observar desde afuera- el recreo de una escuela. Después, si le quedan fuerzas, vaya en auto (¿lo tiene?) y estacione, con los vidrios bajos, al final de la calle Silvestre Pérez. Y después hablamos, mi amigo. Está bueno lo que le preocupa, pero estaría más bueno si le preocuparan ambos asuntos en la misma medida.
Me pongo en el lugar de quien haya perdido un ser querido a manos de un menor y la palabra ¨travesura¨ me lacera por dentro.
Niños prodigio como el holandés, siempre los hubo y los habrá, pero lamentablemente la capacidad intelectual de la mayoría de los chicos que delinquen se queda muy atrás.
¿Qué nos está pasando? ¿Se refiere a la alarma pública? Es natural que si todos nos sentimos afectados directa o indirectamente, entremos en pánico. Si a uno no le pasó, tiene un conocido al que sí le pasó. Por otro lado tenemos acceso a conocer lo que sucede en países vecinos donde, el índice de homicidios por ej, es varias veces mayor al nuestro. ¿Eso debería tranquilizarnos? Más sano es que nos alarme, porque a ese punto no queremos llegar.
Lo que nos está sucediendo es inherente a la condición humana, aunque la violencia y el delito está también presente en los primates, que se enfrentan en luchas a muerte por un territorio. Y si queremos también está presente en primitivísimos seres unicelulares que se fagocitan. Lo que nos está sucediendo todos los días es que estamos vivos y vivimos como podemos, cabalgando entre el instinto y la cultura. Pero esta cháchara no sirve de consuelo, más cuando no resulta tan claro que estemos avanzando, ni siquiera de la forma más modesta.
Tratemos de no vivir con miedo. Si todavía no somos presas de él, no nos dejemos tomar.
Lo más exasperante es que no sabemos qué nos pasa pero de inmediato nos disponemos a actuar.
Si se estresa a medianoche puede llamarme. Yo lo tomaré con naturalidad.
Los psicólogos son así. A ellos les preocupa que nosotros nos preocupemos.
Una medida simple y efectiva es NO ARMARSE.
No puedo dejar de pensar que si un niño comete un asalto a mano armada, tiene a muchos adultos omisos atrás.
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